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PSOE y PP, la misma cosa es
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Javier Caraballo

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PSOE y PP, la misma cosa es

Alguien le puso letra al hartazgo y al final quedó un eslogan con rima asonante que se impone a todos los demás en las campañas electorales.

Alguien le puso letra al hartazgo y al final quedó un eslogan con rima asonante que se impone a todos los demás en las campañas electorales. “PSOE y PP, la misma cosa es”. La aproximación histórica más rigurosa se remonta a la Izquierda Unida de Julio Anguita, cuando en pleno felipismo recelaba de los cantos de sirena del PSOE para que se acomodara en la ‘casa común’ de la izquierda.

Fue cuando Anguita elaboró su teoría de las dos orillas que todavía mantiene en sus intervenciones públicas. Sostiene el legendario ‘califa rojo’ de Córdoba que, en realidad, PSOE y PP forman un bipartito, “las dos caras de una misma moneda que se pone en circulación cuando hay elecciones”, que aparentan diferencias ideológicas como un mero juego de simulación.

Por primera vez, el bipartidismo que ha funcionado en España con normalidad parece resquebrajarse. El electorado más centrado de ambos partidos ha dejado de circular y en los extremos cunde el escapismo hacia otras opciones más radicalizadas

Y la cuestión es que lo dijo hace veinte años y es ahora, justo ahora, cuando esa formulación lineal, elemental, parece haber calado profundamente en el electorado. Tanto que cualquiera que aproxime el oído a las preocupaciones de dirigentes del PP o del PSOE, lo que escuchará es que la desmovilización del electorado es el principal enemigo para ambos en esta campaña.

En Anguita, es verdad, está el precedente histórico más cercano del ripio contra el bipartidismo, pero lo que ha ocurrido en estos veinte años ha multiplicado el efecto mucho más allá. Anguita se refería sólo al origen de la aproximación de la izquierda y la derecha convencional, la crisis de las ideologías que ha estrechado las referencias históricas que los diferenciaba. La conquista de los derechos fundamentales en sanidad, educación y justicia, el asentamiento de los derechos laborales y la imposición de una economía globalizada, la aceptación de los viejos valores de igualdad y solidaridad, y la consolidación misma de la democracia y el sufragio universal han borrado las diferencias fundamentales entre la derecha y la izquierda convencionales.

En todos esos campos las diferencias sólo se producen ya a raíz del exabrupto de alguno, convenientemente alentado y manoseado; por la imagen o la estética que lucen en sus actos públicos; por la moral o, incluso, por las sensaciones que transmiten unos y otros y que remiten en el subconsciente colectivo a aquellas diferencias de entonces, pero en realidad la igualdad de las políticas es abrumadora.

Esa es, en esencia, la crisis de las ideologías y lo extraordinario, lo novedoso, es que, tratándose como se trata de un fenómeno antiguo, es ahora cuando parece que fragua y se extiende en la sociedad. Por primera vez, el bipartidismo que ha funcionado en España con normalidad parece resquebrajarse. El electorado más centrado de ambos partidos, que hasta ahora fluctuaba de un partido a otro y otorgaba mayorías, ha dejado de circular y en los extremos cunde el desánimo y el escapismo hacia otras opciones más radicalizadas.

La corrupción ha igualado al PSOE y al PP y ha sobrepasado, hastiado, a sus votantes. Desde la Gürtel a los ERE, se extiende un cerco en el que se ven atrapados los dos grandes partidos. Y dentro de ese cerco, los dos reaccionan igual

Pero, ¿por qué ahora? Existen muchas razones, entre otras la vulgarización de la política y la ausencia de liderazgos sólidos en los dos grandes partidos, pero es probable que el mayor daño al bipartidismo se lo haya provocado la corrupción. Podría añadirse que también la crisis económica ha achicharrado a los dos partidos, como ha ocurrido en otros países europeos, pero el fenómeno más desolador es el otro. La corrupción. Ese ha sido el detonante del hartazgo, la gota que ha colmado el vaso del bipartidismo.

La corrupción ha igualado al PSOE y al PP y ha sobrepasado, hastiado, a sus votantes. Desde la Gürtel a los ERE, se extiende un cerco en el que se ven atrapados los dos grandes partidos. Y dentro de ese cerco, los dos reaccionan igual, utilizan las mismas expresiones, con discursos intercambiables, con idénticas descalificaciones, reproches y promesas de regeneración.

Es probable que a los ojos de los ciudadanos no haya un efecto más demoledor que esa coincidencia, un elemento de descrédito más contundente que la comprobación persistente de que uno y otro dicen y hacen lo mismo ante la corrupción. Cuando les afecta, la minimizan; cuando atañe al adversario, la engrandecen. Y ese círculo vicioso es el debate político más frecuente en España. Desconcertante.

Dicen en esos partidos, tanto en el PSOE como en el PP, que el principal adversario de ambos en estas elecciones es la desmovilización del electorado. Y confían en que, pasadas las elecciones europeas, el bipartidismo volverá a cobrar fuerza con las siguientes elecciones municipales y autonómicas. Dicen que pasarán las Europeas y todo volverá a su ser, que la sociedad española nunca va a poner en riesgo el bipartidismo. Lo dicen y en la letanía acaso no escuchen cómo crece el ripio en las aceras. “PSOE y el PP, la misma cosa es”.

Alguien le puso letra al hartazgo y al final quedó un eslogan con rima asonante que se impone a todos los demás en las campañas electorales. “PSOE y PP, la misma cosa es”. La aproximación histórica más rigurosa se remonta a la Izquierda Unida de Julio Anguita, cuando en pleno felipismo recelaba de los cantos de sirena del PSOE para que se acomodara en la ‘casa común’ de la izquierda.

Julio Anguita