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Lecciones escocesas para incrédulos
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Javier Caraballo

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Lecciones escocesas para incrédulos

El despertar del referéndum, tras una noche de recuento de votos, ha sido como aquella canción de Serrat, Fiesta, por la sensación de vuelta a la

Foto: Ciudadanos escoceses, tras conocerse el resultado del referéndum. (Reuters)
Ciudadanos escoceses, tras conocerse el resultado del referéndum. (Reuters)

El despertar del referéndum, tras una noche de recuento de votos, ha sido como aquella canción de Serrat, Fiesta, por la sensación de vuelta a la normalidad. "Y con la resaca a cuestas/vuelve el pobre a su pobreza,/ vuelve el rico a su riqueza/ y el señor cura a sus misas./ Se acabó,el sol nos dice que llegó el final,/ por una noche se olvidó/ que cada uno es cada cual." Quiere decirse que lo esencial del referéndum de Escocia es que, cualquiera que hubiera sido el resultado, lo que estaba garantizado es que, al día siguiente, se habría acabado el debate más corrosivo de todos, la tensión más peligrosa de todas, la disputa más arriesgada, aquella que remite al terruño.

Hoy en Escocia se acabó la fiesta nacionalista, y ya no se hablará sobre la independencia o no, sobre la pertenencia o no al Reino Unido, porque ese debate se ha zanjado ya por muchos años, tantos como pueda alcanzar la vista de esta generación, acaso de este siglo. Hoy en Escocia se acabó la fiesta independentista y se trata de volver a los problemas cotidianos, aquellos que dividen a la gente por sus problemas reales, no por su pertenencia a los independentistas o a los unionistas. Se acabó, el sol nos dice que llegó el final.

Ahora, hoy, cuando los periódicos como El Confidencial (qué primorosa cobertura del referéndum escocés, demostración palpable del nuevo periodismo) abren sus portadas con grandes titulares que anuncian que "Gana Europa, pierden los nacionalistas", es inevitable pensar en los miedos anteriores, los prejuicios anteriores, las certezas anteriores. ¿Dónde queda ahora la irresponsabilidad de convocar un referéndum, si el resultado, con once puntos de diferencia entre el No a la ruptura con respecto al Sí independentista, demuestra la madurez de una sociedad y acabará reforzando la unidad del Reino Unido? ¿Dónde queda ahora el temor de la ruptura de Europa, la balcanización, la atomización de la Unión Europea, la destrucción misma?

Gana Europa, ese ha sido el resultado. Y Cameron, ese que pintaban como un idiota, se ha consolidado con todo en contra, como un dirigente que sabe arriesgar y sabe ganar, y ha señalado el camino para acabar con los problemas territoriales reales que existen en Europa. “Lo correcto -dijo Cameron- era tomar las grandes decisiones y no escurrir el bulto”. Y a partir de ahora, a construir un Reino Unido que, sin chantajes nacionalistas, sin deudas ni dudas, avance en la descentralización autonómica, sin perder el referente de la unidad asentada durante tres siglos.

Ocurre, además, que si al final la victoria del No a la independencia ha sido más abultada de lo que pronosticaban los sondeos ha sido, precisamente, porque la convocatoria misma del referéndum tiene un efecto inmediato, que desinfla el globo de los independentistas. El agravio continuo de los nacionalismos, que tan experimentado tenemos en España, comienza a desaparecer cuando se coloca al personal delante de la pregunta directa. Sí o no, y lo que se decida será definitivo. Las urnas actúan en ese caso de espejo en el que se puede reflejar una sociedad.

¿De verdad que vamos a vivir mejor siendo independientes o será peor? ¿Y qué pasara con la moneda? ¿Y qué ocurrirá cuando nos salgamos de la OTAN y de la Unión Europea, como han asegurado sus dirigentes? Los debates intermedios, esos de los que se retroalimenta el nacionalismo, los que se detienen en las emociones, se acaban y el único debate entonces es el que, mientras tanto, se ha intentado evitar; las grandes preguntas que se soslayan con el señuelo del referéndum sobre la viabilidad de una Escocia independiente, aislada de la Unión Europea en medio de un mundo globalizado. A medida que los escoceses, durante estos días, han comenzado a plantearse dudas sobre el día después de la independencia, en el gráfico de las intenciones de voto ha ido creciendo la columna del No hasta llegar a la diferencia abultada que cierra el debate.

Pero no sólo se ha cerrado por una generación el debate independentista. Con el referéndum se ha fortalecido la idea misma de Europa y el malditismo, tan fundado a veces, de que este continente acabará naufragando por la incapacidad de alcanzar los acuerdos elementales. El referéndum de Escocia no abroga los demás conflictos planteados en el continente, pero nadie discutirá que ha acabado reforzando las esperanzas de una verdadera Europa unida, de la misma forma que una victoria del Sí a la independencia hubiera hundido hoy los mercados y exaltado a todos los demás nacionalismos europeos. Ahí está Artur Mas, que tenía todo preparado para surfear hoy sobre la espuma de la ola escocesa. Y se ha quedado en la orilla, a la espera de otro día para convocar su referéndum ilegal y unilateral.

Referéndum y página nueva. Que es, precisamente, la teoría tantas veces sostenida aquí, la necesidad de pinchar el globo de los agravios nacionalistas en España de la única forma que se puede hacer. Con un referéndum convocado por el Estado, jamás por una comunidad autónoma, y bajo las condiciones democráticas que garanticen que la mayoría que decida será reforzada, de la misma forma que se exigen mayorías de dos tercios para cambiar leyes fundamentales. Mayorías superiores al 50% del censo, no del número de votantes que acudan a las urnas, en cada una de las provincias de la comunidad en cuestión. Esa era la Ley de Referéndum que teníamos en España en la Transición como red de seguridad para que no se desmadrase el Estado Autonómico. Se derogó y habrá que volver a ella. Y sentir algún día eso que pueden sentir muchos hoy en Escocia y en el resto del Reino Unido. Se acabó la fiesta, se acabó. Que España es más que Cataluña, y existe una mayoría ignorada, una España silenciada, hastiada de conllevar insolidaridad y egoísmo. Se acabó la fiesta, se acabó. Ahora, a los problemas de la gente. Poder decirlo...

El despertar del referéndum, tras una noche de recuento de votos, ha sido como aquella canción de Serrat, Fiesta, por la sensación de vuelta a la normalidad. "Y con la resaca a cuestas/vuelve el pobre a su pobreza,/ vuelve el rico a su riqueza/ y el señor cura a sus misas./ Se acabó,el sol nos dice que llegó el final,/ por una noche se olvidó/ que cada uno es cada cual." Quiere decirse que lo esencial del referéndum de Escocia es que, cualquiera que hubiera sido el resultado, lo que estaba garantizado es que, al día siguiente, se habría acabado el debate más corrosivo de todos, la tensión más peligrosa de todas, la disputa más arriesgada, aquella que remite al terruño.

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