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Yo no hablo de Podemos
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Javier Caraballo

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Yo no hablo de Podemos

Si en el café de la mañana, un compañero de la oficina se le acerca y le dice que él no habla de Podemos, dele esquinazo

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias (Reuters)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias (Reuters)

Si, en el café de la mañana, un compañero de la oficina se le acerca y le dice que él no habla de Podemos, dele esquinazo en cuanto pueda porque serán las doce del mediodía y el tío seguirá con la matraca. Si en la cena familiar, una cuñada o una prima cruza los cubiertos en el plato después del filete, y dice que ella no habla de Podemos, busque excusas para salir pitando porque ya no habrá otro tema de conversación. Si en la tertulia de la radio o de la tele, escucha a un periodista afirmar solemne que él no habla de Podemos, cambie de dial porque ya no se hablará de otra cosa en la tertulia. Si en el chat con los amigos, un colega escribe ese mensaje “Yo no hablo de Podemos”, abandone el chat o apague el teléfono. Es urgente y no falla. Todos aquellos que, desde el principio de este fenómeno político, vienen hablando de Podemos como una excrecencia o una nimiedad, una irrelevancia o un abismo, han acabado convirtiéndolo en tema de conversación único e ineludible.

Debe ser que todos esos, al final, han acabado siendo, ellos mismos, la última desmesura de Podemos, un fenómeno que está hecho de excesos desde el principio, quizá consecuencia inevitable de una corriente social como esta, que ha desbordado completamente el cauce por el que transcurrían las aguas de la política española. Y son ahora todos aquellos que, desde el primer momento, se han referido con desdén o con desprecio al fenómeno Podemos, los que lo han convertido en el único tema de conversación. Pero siempre de la misma forma, como guardando las distancia. “Yo no hablo de Podemos, pero…”

La cuestión es que, antes y ahora, lo realmente complicado es intentar analizar lo que está ocurriendo sin prejuicios ni obsesiones. Sin maximalismos previos. Sin condenas sumarias ni exhortos apocalípticos. Y sin adulaciones irreflexivas ni aplausos de concierto de rock. ¿Qué supone Podemos en el panorama político español? ¿Se puede considerar ya un fenómeno consolidado? ¿Y se puede analizar todo esto sin bronca?

Si tuviésemos la capacidad de distanciarnos del momento y contemplar la historia de España en los últimos 40 años, quizá entenderíamos con mayor normalidad que lo que está ocurriendo con Podemos es la más profunda reconversión de la izquierda en España desde 1979. A la salida del franquismo, también se vivió un momento político similar cuando todas las fuerzas políticas de la izquierda acabaron siendo engullidas por el avance arrollador del PSOE, encarnado en el liderazgo de Felipe González.

La potente y enraizada estructura del Partido Comunista en la clandestinidad, años y años de sacrificio y de compromiso en las peores circunstancias, se vieron arrasadas por una generación de jóvenes socialistas que casi nada tenía que ver con la lucha antifranquista. El resto de organizaciones de izquierda, desde el PSP de Tierno Galván hasta el PSC catalán, se fueron integrando y el PSOE se hizo hegemónico en la izquierda. Cuando sólo tenía 40 años, Felipe González se convirtió en el presidente del Gobierno que más poder ha acumulado en España y el que más veces ha ganado unas elecciones. Tres mayorías absolutas consecutivas.

La irrupción de Podemos, con Pablo Iglesias al frente, no tiene otro símil en la política española que aquel momento de los primeros años de la Transición que convirtieron al PSOE en la referencia esencial de la izquierda en España. Pablo Iglesias tiene 36 años–cuatro años más que cuando Felipe González fue elegido secretario general del PSOE–, y a estas alturas parece evidente que le ha arrebatado al Partido Socialista su condición de partido hegemónico de la izquierda. Como se viene apuntando aquí, Podemos le ha birlado al PSOE su arma electoral más efectiva en todos estos años, el voto útil frente a las opciones de centro derecha. Y lo ha hecho en el momento de más debilidad del PSOE, tras la catástrofe política del zapaterismo, y también del propio sistema político español, fundamentalmente por la proliferación de casos de corrupción.

Desde su irrupción estrepitosa en las europeas, la única estrategia política de Pablo Iglesias ha sido la de moderar a la formación, con guiños evidentes al electorado socialdemócrata y, sobre todo, con la marginación orgánica del sector más radical, la Izquierda Anticapitalista. En las elecciones andaluzas, es el propio Pablo Iglesias quien se ha implicado en las grandes decisiones de su formación y a sus interlocutores les va diciendo, sin medias tintas, que “con la extrema izquierda, no vamos a ninguna parte”. La frase es literal y la pronuncia Pablo Iglesias.

Deben saber bien, como lo entendió el PSOE en la Transición, que si no seducen al centro político, si no trascienden del voto de cabreo, que es vaporoso como ningún otro en cuanto cambia la realidad, Podemos no tiene posibilidad de convertirse en referencia de la izquierda en España. Y eso sucederá, o Podemos se irá auto marginando. Superar todas las contradicciones internas, en un proceso tan acelerado, es la principal dificultad de la formación política que ha alcanzado mayores expectativas electorales en España en menos tiempo.

El año electoral que tenemos por delante, por todas esas circunstancias y muchas otras, como el importante caudal de ‘voto oculto’ que debe guardar el PP, es el más imprevisible de cuantos hemos conocido desde las primeras elecciones democráticas. Y como ya nos hemos embarcado en la primera de las campañas electorales, será muy conveniente relajar el debate y comenzar a contemplar los acontecimientos con más perspectiva y menos irritación ambiental. Con lo que si alguien se le acerca y le dice la frase, ya sabe lo que le espera. “Yo no hablo de Podemos, pero…” Cuatro horas de matraca.

Si, en el café de la mañana, un compañero de la oficina se le acerca y le dice que él no habla de Podemos, dele esquinazo en cuanto pueda porque serán las doce del mediodía y el tío seguirá con la matraca. Si en la cena familiar, una cuñada o una prima cruza los cubiertos en el plato después del filete, y dice que ella no habla de Podemos, busque excusas para salir pitando porque ya no habrá otro tema de conversación. Si en la tertulia de la radio o de la tele, escucha a un periodista afirmar solemne que él no habla de Podemos, cambie de dial porque ya no se hablará de otra cosa en la tertulia. Si en el chat con los amigos, un colega escribe ese mensaje “Yo no hablo de Podemos”, abandone el chat o apague el teléfono. Es urgente y no falla. Todos aquellos que, desde el principio de este fenómeno político, vienen hablando de Podemos como una excrecencia o una nimiedad, una irrelevancia o un abismo, han acabado convirtiéndolo en tema de conversación único e ineludible.