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El PP entra en barrena
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Javier Caraballo

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El PP entra en barrena

Nadie da explicaciones, pero en las entrañas del partido todo el mundo se está preparando para la debacle electoral que ha de venir

Foto: Reunión del Comité Ejecutivo Nacional del PP (EFE)
Reunión del Comité Ejecutivo Nacional del PP (EFE)

La acepción oficial de “entrar en barrena” es llamativa, por lo detallada que es. Dice así: “Empezar a descender verticalmente y en giro, por faltarle, deliberadamente o por accidente, la velocidad mínima indispensable para sostenerse en el aire”. No vale descender directo hacia el suelo, sino que lo hace dando giros, y puede ser por un mero accidente o por una acción voluntaria; la cuestión es que al aparato acaba faltándole “la velocidad mínima indispensable” para seguir volando. Y cuando eso sucede, cuando un avión entra en barrena, lo complicado es devolverlo a la normalidad porque la inercia entonces es el caos. La dinámica es el caos y ya no existe quien pueda enmendarlo.

“Joder, que no sé qué está pasando, que hay un estado de nervios grande por todas partes. Yo creo que hemos entrado en barrena”, decía este fin de semana un dirigente medio del Partido Popular, desconcertado con lo que estaba sucediendo en su partido. Por eso reparé en la definición académica del término, porque nada debe haber más aproximado para los militantes del Partido Popular que esta sensación de ahora de que su formación, sin que sepan muy bien las causas, haya entrado en barrena.

Nadie ofrece parte oficial, pero todo el mundo siente ese desconcierto. Nadie da explicaciones, pero de pronto han comenzado a abrirse fisuras en el casco principal del barco, peleas de altos barones. Nadie asegura nada, pero en las entrañas de ese partido todo el mundo se está preparando para la debacle electoral que ha de venir.

En toda la legislatura, Rajoy no ha alcanzado jamás el aprobado en las encuestas

La situación, con un poco de perspectiva, es digna de análisis sociopolítico. Y lo mejor es contemplarla desde la base, desde el punto de vista de los miles de cargos medios y militantes de carné, esos que son imprescindibles para la movilización electoral de un partido político y que se enfrentan ahora a una cadena de elecciones en toda España con el ánimo por los suelos y el desconcierto instalado en la cabeza.

¿Qué está pasando en el Partido Popular? ¿No se trata, acaso, del año en el que empieza a dar sus frutos la política económica? ¿Cómo es posible que ahora, justo ahora que llegan las elecciones, se desaten las mayores batallas entre los principales dirigentes? Si hubiera una explicación, una respuesta concreta para todas estas preguntas, no estaríamos hablando, desde luego, de un partido que ha entrado en barrena. En ese estado caótico en el que lo único que se intuye es que se ha perdido el control, que no hay rumbo. No existen explicaciones porque la principal incógnita es Mariano Rajoy y su pertinaz mala imagen entre la opinión pública.

Objetivamente, Mariano Rajoy ha sido el presidente que cogió un país al borde del abismo y que, tres años después, lo ha colocado en unas cifras de crecimiento impensable en todo el entorno europeo. Habrá quien matice, con toda la razón, que en la salida del agujero han influido también, o fundamentalmente, el rescate europeo, la bajada del petróleo, la cotización del dólar y del euro y hasta los cambios normativos en la valoración de la deuda, gracias al incremento del PIB en casi cinco puntos gracias a que se han incluido el negocio de las prostitutas y de los narcotraficantes. Bien, de acuerdo, todo eso ha influido decididamente, pero negarle el valor político al Gobierno de Rajoy sería sectario y erróneo; otros gobiernos con idénticas coyunturas internacionales no han experimentado el mismo crecimiento. Sencillamente.

Lo normal, en una situación así, un país que se aleja del abismo en tres años, es que el dirigente político que ha pilotado ese repunte se encuentre en los niveles máximos de popularidad y empatía con los ciudadanos. Sin embargo, Mariano Rajoy no ha sido capaz en ningún momento de rentabilizar los logros de su propio gobierno. Ahí se encuentra, quizá, el principal factor del desconcierto. Tiene un nombre: Mariano Rajoy.

Y tiene un efecto palpable: en las elecciones andaluzas ha participado activamente hasta en ocho mítines, y esa implicación personal sólo ha venido a certificar el batacazo del Partido Popular. Hasta 900.000 personas que confiaron en Mariano Rajoy en Andalucía en 2011 ya no lo hacen. Demoledor para un presidente de Gobierno. En toda la legislatura, Rajoy no ha alcanzado jamás el aprobado en las encuestas; quizá un dato que no tiene precedentes en la democracia española.

Si un líder muestra esa pertinacia en el desencuentro con los ciudadanos, lo normal es que, internamente, en el partido que preside, también se enciendan las alarmas, aunque no se expresen públicamente. En el caso de Mariano Rajoy la desconfianza interna es doble, porque no sólo está pesando la falta de conexión con los ciudadanos en general, sino que internamente tampoco se le considera como un buen presidente, capaz de cohesionar las estructuras y poner orden entre los barones.

Lo normal en un país que se aleja del abismo en tres años sería que el presidente se encontrara en los niveles máximos de popularidad

Lo que acaba de ocurrir, por ejemplo, con el enfrentamiento abierto entre María Dolores de Cospedal y Javier Arenas. Los dos llevan años disputándose trozos de poder interno, pero nunca habían llevado la pugna a los términos de esos días. “La culpa exclusiva es de Rajoy. La cuestión es simple y la coincidencia casi unánime dentro del PP. El partido ha estado muerto estos tres años porque no se puede compatibilizar la secretaría general con la presidencia de una comunidad. Y ha sido Rajoy quien se ha empeñado en ese esquema”, dicen algunos dirigentes de este partido.

Habrá quien, a partir de ese análisis, descargue en Cospedal la mayor culpa y quien se detenga en Javier Arenas, pero todos coincidirán en que era Mariano Rajoy quien tendría que haberlo solventado y no lo ha hecho. Ha dejado pudrirse el enfrentamiento, como hace con todo, hasta que han saltado las tapaderas de las alcantarillas este fin de semana. “Los que perdieron Andalucía, esos que no han ganado nunca o que no se han presentado a unas elecciones o, incluso, que no saben nada de política, se están dedicando a desestabilizar el Partido Popular”, dicen los altavoces de Cospedal.

Y del otro lado, contestan a su vez: “Javier Arenas es más leal al partido y a Rajoy que Dolores de Cospedal. ¿Dónde vamos con Cospedaly Floriano? ¿Y con Rafa Hernando y Rafa Merino como portavoces públicos? Rajoy dijo hace tiempo que haría cambios y, luego, los pospuso hasta después de las municipales. Pero la situación requiere desde hace tiempo plazos urgentes y medidas drásticas. O cambiamos de caras y hacemos política, o nos vamos al traste”.

Javier Arenas y María Dolores de Cospedal se sientan en las reuniones de la cúpula del PP a izquierda y derecha de Mariano Rajoy. ¿Cómo quiere nadie de ese partido que los militantes entiendan lo que está pasando y recupere la confianza en su partido cuando ve esas fotos? No, la única sensación es la de antes. Esa expresión tan gráfica que van diciendo muchos. “El PP ha entrado en barrena”. Pues eso.

La acepción oficial de “entrar en barrena” es llamativa, por lo detallada que es. Dice así: “Empezar a descender verticalmente y en giro, por faltarle, deliberadamente o por accidente, la velocidad mínima indispensable para sostenerse en el aire”. No vale descender directo hacia el suelo, sino que lo hace dando giros, y puede ser por un mero accidente o por una acción voluntaria; la cuestión es que al aparato acaba faltándole “la velocidad mínima indispensable” para seguir volando. Y cuando eso sucede, cuando un avión entra en barrena, lo complicado es devolverlo a la normalidad porque la inercia entonces es el caos. La dinámica es el caos y ya no existe quien pueda enmendarlo.

Mariano Rajoy Javier Arenas María Dolores de Cospedal