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El espejo falso de la corrupción
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Javier Caraballo

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El espejo falso de la corrupción

No será la corrupción el primer elemento de juicio a la hora de depositar un voto en la urna, porque el aspecto más demoledor de la caída del Partido Popular es que ha sido en tromba, homogénea

Foto: Juan Martín Serón, condenado por el Tribunal Supremo, se ha quedado al borde de la mayoría absoluta en Alhaurín el Grande. (EFE)
Juan Martín Serón, condenado por el Tribunal Supremo, se ha quedado al borde de la mayoría absoluta en Alhaurín el Grande. (EFE)

El espejo de unas elecciones siempre es una superficie cóncava, que ofrece imágenes distorsionadas de la realidad. Esas frases lapidarias que se establecen como sentencias inapelables sin serlo. “Los ciudadanos han castigado la corrupción”, por ejemplo. Desde la noche electoral es una de las frases que más se repiten porque todo el mundo fija la mirada en Valencia. En esa comunidad, es evidente, la corrupción de los últimos años se ha convertido en una olla hirviendo, un olla podrida, que tenía que reventar. Ahora lo ha hecho, en estas elecciones. Y la cara abatida de Rita Barberá, con Alberto Fabra a sus espaldas, con la mano sobre el hombro, como si la estuviera acompañando a un luto, es el mejor símbolo; la imagen del final de un régimen, el de los populares en la comunidad valenciana. Contemplamos esa estampa y parece que no queda lugar a dudas: los electores castigan la corrupción. Pues no está tan claro. Esa es la cuestión.

A ver, si sólo hubiera caído de forma estrepitosa el PP de Valencia, mientras que en el resto de España se hubiera mantenido con el desgaste lógico del paso de los años, podríamos sentenciar, ahora sí, que el ciudadano hace raya con la corrupción y no la castiga en las urnas. Pero no ha sido así. ¿Y por qué iban a ser distintos los motivos por los que ha caído el PP de Valencia de las causas por las que se ha desplomado, por ejemplo, en Galicia? El alcalde de A Coruña no estaba afectado por ningún caso de corrupción, ni directa ni indirectamente, y le ha pasado por encima el ciclón de los Podemos con más fuerza que a su compañera de Valencia. ¿Entonces? Pues eso, que no será la corrupción el primer elemento de juicio a la hora de depositar un voto en la urna porque el aspecto más demoledor de la caída del Partido Popular es que ha sido en tromba, homogénea en todas las autonomías y en todos los ayuntamientos. Con mayor o menorgrado de corrupción, todos a la baja.

La misma marea que le proporcionó al PP en 2011 la mayor concentración de mayorías absolutas que se había producido antes en democracia, se ha retirado ahora con el ímpetu con el que llegó. Juego de vectoresque se proyectan en sentido contrario con la misma fuerza. Ahora los populares tienen la estructura territorial más débil de los últimos 20 años. La corrupción de Valencia no es nueva y en varias elecciones los electores han aceptado con mayorías absolutas que aquel fuera el estado de cosas. ¿Por qué iba a ser ahora el factor decisivo? La Gürtel, las corbatas de Camps, los bolsos de Rita… Todo eso estalló mucho antes de las elecciones municipales de 2011 en las que el PP barrió en toda España. ¿Por qué los ciudadanos de Valencia iban a cambiar de opinión sobre sus gobernantes si desde hace tiempo se conocen los casos de corrupción y nunca han deslizado ni el más mínimo guiño de desaprobación?

El alcalde de A Coruña no estaba afectado por ningún caso de corrupción y le ha pasado por encima Podemos con más fuerza que a Rita Barberá

Dos pasos atrás, observemos el espejo cóncavo desde otro lugar. En Alhaurín el Grande, en la provincia de Málaga, el Tribunal Supremo confirmó la condena con cohecho del alcalde del Partido Popular, Juan Martín Serón, y de su concejal de Urbanismo por pedirle 122.000 euros a un constructor por una licencia de obras. Lo condenaron y cuando el Partido Popular ya no pudo disimular más, acabó expulsándolo del partido. Pero el tipo quería volver cuando cumplió el año de suspensión al que fue condenado; de hecho, regresó y se sentó de nuevo en el sillón de la alcaldía. “Esto es un triunfo de la democracia”, dijo el condenado por corrupción cuando volvió. El Partido Popular acabó haciendo lo correcto, lo que se supone que pide la ciudadanía, que es expulsar a los corruptos de la vida pública. Es eso lo que se pide, ¿no? Pues lo que ha ocurrido en estas elecciones es que el alcalde condenado por corrupción se ha quedado al borde de la mayoría absoluta y su expartido, el PP, ha estado a punto de desaparecer de esa localidad que siempre ha gobernado. ¿Quién lo explica?

Ojalá la conclusión de estas elecciones fuera esa, que la ciudadanía en España es extremadamente celosa de la verdad, que condena siempre el engaño y la mentira, que no transige por ningún caso de corrupción. Pero ahí está Andalucía, en la balanza contraria de Valencia. En plena campaña electoral, a la presidenta en funciones, Susana Díaz, le estalló su primer escándalo de corrupción: la concesión irregular de una explotación minera, en Aznalcóllar. Desde que se conoció el escándalo, la líder socialista no ha considerado oportuno ofrecer ni siquiera una explicación de lo ocurrido, de las muchas sombras que se encuentran en esa concesión que un juez ya dictaminó que se había aprobado sin el más mínimo rigor administrativo. Lo que ha ocurrido en las elecciones municipales celebradas en Andalucía es conocido, el PSOE ha vuelto a la hegemonía de siempre gracias al descalabro del Partido Popular, que ha perdido todas las mayorías absolutas que tenía en las grandes ciudades y en muchos municipios del interior. En la propia localidad de Aznalcóllar, ha pasado lo de siempre, la representación local se la reparten Izquierda Unida y el PSOE y los populares no obtienen ni siquiera representación. ¿Y el escándalo que ha dejado a los trabajadores que se iban a recolocar en otro limbo judicial? Si decimos que la sociedad española se ha vuelto severa y crítica contra la contra la corrupción política, ¿quién explica que en Andalucía se desmorone el Partido Popular y se mantenga igual el Partido Socialista?

La corrupción socialista y la corrupción del Partido Popular no están hechas de la misma madera, es verdad. La una es clientelar, la otra personal; la una amarra votos, la otra los espanta… Todo eso es cierto y está en la génesis de muchas respuestas sobre comportamientos electorales. Pero ni siquiera en esta ocasión nos sirve para explicar la debacle del Partido Popular en estas elecciones. No, la corrupción no es la que explica estas elecciones. Hay cosas, comportamientos que no cuadran. Aunque todo se vuelve distante y homogéneo cuando miramos los resultados en el espejo cóncavo en el que contemplamos todas las elecciones.

El espejo de unas elecciones siempre es una superficie cóncava, que ofrece imágenes distorsionadas de la realidad. Esas frases lapidarias que se establecen como sentencias inapelables sin serlo. “Los ciudadanos han castigado la corrupción”, por ejemplo. Desde la noche electoral es una de las frases que más se repiten porque todo el mundo fija la mirada en Valencia. En esa comunidad, es evidente, la corrupción de los últimos años se ha convertido en una olla hirviendo, un olla podrida, que tenía que reventar. Ahora lo ha hecho, en estas elecciones. Y la cara abatida de Rita Barberá, con Alberto Fabra a sus espaldas, con la mano sobre el hombro, como si la estuviera acompañando a un luto, es el mejor símbolo; la imagen del final de un régimen, el de los populares en la comunidad valenciana. Contemplamos esa estampa y parece que no queda lugar a dudas: los electores castigan la corrupción. Pues no está tan claro. Esa es la cuestión.

Caso Gürtel