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El verdadero Crimen de Cuenca
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Javier Caraballo

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El verdadero Crimen de Cuenca

A partir de ahora, cada vez que se hable del ‘Crimen de Cuenca’ ya nadie recordará la película porque todo el mundo pensará en Laura del Hoyo, de 24 años, y Marina Okarynska, de 26 años

Foto: Laura del Hoyo y Marina Okarynska (Facebook/Laura del Hoyo Chamón)
Laura del Hoyo y Marina Okarynska (Facebook/Laura del Hoyo Chamón)

Hay una espesura de tierra seca en los veranos de Castilla. Paredes de piedra incendiadas, como las entendederas, que se inflaman, y callejuelas de adoquines que los perros atraviesan corriendo, como faquires. El único refugio lo ofrece la noche; con la primera brisa de aire fresco, el espíritu se reconforta, siente un alivio de luna, un chute de energía. Laura del Hoyo debía sentir tanto esa fuerza que traen las noches del verano que nada más comenzar el jueves 6 de agosto se metió en su Facebook y escribió, eufórica: “Ahora sí que estoy decidida”. Pasaban 54 minutos de la medianoche. Los días siguientes a aquel jueves, cuando aún colgaban los carteles con sus caras de ‘desaparecidas’ en las paredes de Cuenca, como gritos ahogados por la piedra, la hora exacta de aquel mensaje de Facebook, las 00:54, ofrecía ya el aspecto macabro de la cuenta atrás que había comenzado para Laura y para su mejor amiga, Marina.

Las dos tenían motivos ese jueves 6 para pensar que cerraban una etapa de su vida. Cuando se tienen veintitantos años la vida sigue ofreciendo todavía muchas preguntas sin respuesta que cuando una mujer joven, un hombre joven, comienza a contestarlas obtiene una recompensa interior que puede identificarse con la euforia que transmitía Laura aquella noche. Ella había decidido contestar las preguntas que le hacía la vida sobre su futuro profesional: “Ahora si que si estoy decidida!!!! toca nueva etapa y estoy súper feliz y voy a y prepararme para ser una profesional de peluqueria de lo que siempre e querido y voy a luchar por eyo no va ser fácil pero voy a conseguirlo!!!”, escribió Laura en su cuenta con la gramática informal y atropellada, abrupta, con la que tantos jóvenes escriben en las redes sociales.

Su mejor amiga, Marina, también había tomado una determinación, decidió contestar a las preguntas que le hacía la vida sobre la pareja con la que había convivido en los últimos tiempos, Sergio Morate. Definitivamente, aquella relación se había acabado y Marina quería escribir el final; se puso en contacto con él para decirle que ese jueves, por la tarde, iría a su casa a recoger lo poco que se había dejado allí. La nueva etapa de Laura comenzaba con un curso de peluquería; la nueva etapa de Marina comenzaba con el final de un amor. Y esas dos trayectorias, que sólo habían esbozado, se confundían ese jueves, aquel maldito jueves seis de agosto, como si se hubieran cruzado en el mismo punto de partida.

Se cruzan, se anudan y se truncan los deseos de vida de Laura y de Marina porque en la cuenta atrás que se inicia ese jueves seis de agosto, a partir de aquel mensaje de Facebook, habrían de encontrarse con Sergio Morate, que llevaba muchos días agazapado en su propia mente, esperando el momento en el que llegara su antigua novia para hacerla desaparecer. Ya había comprado la cal, había inspeccionado las pozas recónditas en las que la arrojaría y se había hecho con las bridas con las que pensaba ahogarla. Cuando su antigua novia llegó a su casa con una amiga, Sergio sólo tuvo que multiplicar por dos sus planes sangrientos. En la misma poza que había preparado las arrojó a las dos después de matarlas y las cubrió de cal. El único detalle que se le escapó es que los dos cadáveres no quedaban del todo sepultados en la fosa, y fue ese error el que acabó truncando sus planes de fuga mientras, oficialmente, permanecía ante todos como un ‘desparecido’ más.

Pero, ¿quién era Sergio Morate Garcés? ¿Cómo pudo planificar un asesinato así sin que nadie sospechara nada? Cada vez que se descubre un crimen de esta naturaleza, que sorprende a todo el entorno de los protagonistas del siniestro, los periodistas siempre preguntan por el asesino, por su carácter, y son habituales las respuestas de extrañeza. “Era la persona más normal del mundo”, suele repetirse. En el caso de Sergio Morante, incluso han dicho algunos que era un tipo “encantador” y “servicial”, ni siquiera su violento pasado con una exnovia, a la que secuestró, agredió y fotografió desnuda para humillarla, pesaba entre sus colegas. Quizá porque estaba más presente su lucha contra un cáncer testicular, que había superado después de perder 20 kilos de peso.

Pero, ¿quién era Sergio Morate Garcés? ¿Cómo pudo planificar un asesinato así sin que nadie sospechara?

En su cuenta de Facebook, una red social que se ha convertido en el diario íntimo y público de la vida de tantas personas, se percibe, además, que Sergio no era un tipo solitario. Las fotos que colgaba en la red siempre suscitaban comentarios de elogio y aprobación, como esa de gimnasio en la que exhibe músculos y que, como una burla sangrienta del asesino, se incluyó en los carteles junto a sus víctimas como un ‘desaparecido más’. Una tía suya escribió sobre aquella foto: “Sobrino, estas cuadrao y guapisimo no, lo siguiente, hasta Ailin dice que estas buenisimo jajaja”. Ahora, en la cuenta de Sergio ya no constan amigos y su familia emitió un comunicado, hundida y avergonzada, en la que le deseaban lo peor al “monstruo” que la Policía acorraló en Rumanía. “Debes ser consciente que no sólo asesinaste a esas niñas, has matado a su familia y a la que fue tuya, no existe escusa ni perdón para una atrocidad así, ojalá te localicen y encierren pronto indefinidamente, y ojalá entonces tu mente perturbada se recupere para darte cuenta de que también te mataste tú”, dice el comunicado de las dos familias que colgaron en la web de la casa de muebles familiar en la que también trabajó Sergio.

El ‘Crimen de Cuenca’ es un concepto acuñado en la historia criminal de España por unos hechos que ocurrieron a principios del siglo pasado y, sobre todo, por una película de Pilar Miró. Hubo un suceso anterior, un asesinato múltiple en 1893 de una madre y sus cuatro hijos, pero lo que ha pasado la historia como el ‘Crimen de Cuenca’ es aquel que se cuenta en la película y que, en realidad, es un crimen sin muerto ni asesinos; es la historia de un abuso policial y judicial que condenó a dos inocentes. A partir de ahora, cada vez que se hable del ‘Crimen de Cuenca’ ya nadie recordará la película porque todo el mundo pensará en Laura del Hoyo, de 24 años, y Marina Okarynska, de 26 años, y en la tarde del seis de agosto de 2015 cuando las dos amigas, que habían decidido iniciar una nueva vida, se citaron para ir a casa de Sergio Morate. Las tres veces que Cuenca ha sido citada por un crimen ha sido en agosto. Cuando la lengua se seca y los perros atraviesan corriendo, como faquires, las callejuelas de piedra de la ciudad.

Hay una espesura de tierra seca en los veranos de Castilla. Paredes de piedra incendiadas, como las entendederas, que se inflaman, y callejuelas de adoquines que los perros atraviesan corriendo, como faquires. El único refugio lo ofrece la noche; con la primera brisa de aire fresco, el espíritu se reconforta, siente un alivio de luna, un chute de energía. Laura del Hoyo debía sentir tanto esa fuerza que traen las noches del verano que nada más comenzar el jueves 6 de agosto se metió en su Facebook y escribió, eufórica: “Ahora sí que estoy decidida”. Pasaban 54 minutos de la medianoche. Los días siguientes a aquel jueves, cuando aún colgaban los carteles con sus caras de ‘desaparecidas’ en las paredes de Cuenca, como gritos ahogados por la piedra, la hora exacta de aquel mensaje de Facebook, las 00:54, ofrecía ya el aspecto macabro de la cuenta atrás que había comenzado para Laura y para su mejor amiga, Marina.

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