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De la Diada catalana al harakiri andalucista
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Javier Caraballo

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De la Diada catalana al harakiri andalucista

¿Podría haber degenerado el nacionalismo andaluz hacia el independentismo, como ha ocurrido en Cataluña con Convergencia? Qué fotos tan contrapuestas, la de la Diada y la del suicidio del PA

Foto: El secretario General del PA, Antonio Jesús Ruiz. (EFE)
El secretario General del PA, Antonio Jesús Ruiz. (EFE)

Qué enorme contraste y cuántas lecciones podrían extraer los politólogos de este fin de semana que se ha convertido, por azar del destino, en un cruce de caminos de dos trayectorias divergentes, el final opuesto de dos ramas de un mismo impulso, de una misma inquietud o de un mismo mal, según se vea: la constante tensión territorial que se arrastra en España, especialmente, desde principios del siglo pasado. Andalucistas y catalanistas, los unos encuentran en este fin de semana el cénit de su expansión y los otros han elegido estos días de septiembre para liquidar definitivamente el nacionalismo andaluz.

Andalucismo y catalanismo son, en efecto, dos versiones de una misma inquietud territorial en España, con raíces coincidentes en diversos episodios de la historia, al menos desde el punto de vista de la mitología nacionalista: La insurrección territorial a mitad del siglo XVII contra Felipe IV, que en Cataluña se denominó la ‘Guerra de los Segadores’ (1640) y en Andalucía, el ‘Complot del duque de Medina Sidonia’ (1641); los movimientos federalistas del XIX, que en Andalucía llegaron a plasmarse en la Constitución federal de Antequera; los estatutos autonómicos de la Segunda República, brutalmente cegados por el golpe de Estado de Franco y la posterior Guerra Civil, y, finalmente, la España de las autonomías nacida con la constitución de 1978.

Andalucistas y catalanistas, los primeros encuentran estos días el cénit de su expansión y los otros liquidan definitivamente el nacionalismo andaluz

Hasta ahí el tronco común que se plasmaría en la constitución de dos partidos nacionalistas, nacidos con la democracia, en torno a dos líderes políticos: Convergencia Democrática de Cataluña, creado en torno a Jordi Pujol en 1974, y el Partido Socialista de Andalucía (PSA), fundado por Alejandro Rojas Marcos en 1976.

Lo llamativo es la trayectoria divergente a partir de entonces que, en el caso de los andalucistas, deriva en el Congreso que este fin de semana celebran en Torremolinos (Málaga) para aprobar la disolución de las siglas. ¿Por qué, mientras que en Cataluña el nacionalismo de Convergencia ha escalado hasta convertirse en un partido independentista, en Andalucía el PSA se ha ido apagando hasta desaparecer del panorama político e institucional?

Siempre que se ha realizado esta misma pregunta a lo largo de la convulsa trayectoria política del PA, se han ofrecido dos explicaciones. La primera, de carácter general, es la dificultad que ha tenido el PA para convertir en movimiento político el potente sentimiento de identidad de los andaluces. Dicho de otra forma, que el andalucismo puede tener para los andaluces un carácter cultural o social, pero no político. La segunda explicación, de carácter coyuntural, se refiere a los errores estratégicos de este partido, fundamentalmente por la dependencia jerárquica de una figura política tan absorbente como su fundador, Alejandro Rojas Marcos.

placeholder Antonio Jesús Ruiz vota en las últimas elecciones. (EFE)

Esas dos circunstancias han dificultado, objetivamente, el desarrollo del Partido Andalucista, hasta llevarlo a la extinción, aunque sólo una de ellas, la primera, se reconoce internamente. Lo que sostienen los dirigentes históricos del Partido Andalucista, que en julio pasado firmaron un manifiesto solicitando la disolución del partido, es que “la causa de esa desafección radica en la falta de interés del pueblo andaluz, fruto de una insuficiente conciencia de pueblo por tener un partido propio y soberano, es decir, exclusivamente andaluz”.

Por ese motivo, entienden esos dirigentes andalucistas, el nacionalismo andaluz ha pasado desde los brillantes resultados electorales de las primeras elecciones democráticas, cuando consiguieron hasta un grupo parlamentario propio en el Parlamento de Cataluña, hasta el raquítico balance actual, apenas el uno y medio por ciento (60.000 votos) en las últimas elecciones al Parlamento andaluz, en el que llevan diez años sin obtener escaño.

Como se puede apreciar, no existe autocrítica que justifique el declive del Partido Andalucista, sino que se descarga toda la responsabilidad en el desinterés y en la falta de conciencia de pueblo de los andaluces. Y esa “insuficiente conciencia” explicaría, por ejemplo, el paralelismo que se trazaba antes, entre el catalanismo y el andalucismo, pero, aun siendo parte de la verdad, no puede ser la única explicación. Entre otras cosas, porque la raíz de todo nacionalismo siempre es cultural y social que, posteriormente, se condensa en un movimiento político y, si se quiere, también económico. Mientras que en Cataluña, estos tres decenios de autonomía han estado dirigidos, exclusivamente, a la potenciación de los rasgos diferenciales, en Andalucía ha ocurrido lo contrario, que la autonomía se ha ido vaciando de contenido reivindicativo progresivamente.

El PSOE supo arrebatar eficazmente la bandera del andalucismo al propio nacionalismo andaluz hasta convertirlo en una potente maquinaria de poder

Y ello ha ocurrido porque, desde el primer momento, el PSOE supo arrebatar eficazmente la bandera del andalucismo al propio nacionalismo andaluz hasta convertirlo en una potente maquinaria de poder, hegemónica en la región, pero carente de tintes nacionalistas. El PSOE utilizó el andalucismo para hacerse con el poder pero, tan pronto como lo consiguió, comenzó a desprenderse de él. Sin empacho alguno, el PSOE se hizo andalucista con un líder tan carismático como Rafael Escuredo y, una vez que éste alcanzó la presidencia de la Junta de Andalucía y quiso llenar de contenido político la autonomía, lo forzó a dimitir y fue colocando al frente del Gobierno andaluz a dirigentes que sólo mantenían el andalucismo como gancho electoral.

¿Qué sería de Andalucía si, desde las primera elecciones, hubiera gobernado el Partido Andalucista? ¿Podría haber degenerado el nacionalismo andaluz hacia el independentismo, como ha ocurrido en Cataluña con Convergencia Democrática? Las diferencias son tantas que, con toda probabilidad, no hubiera ocurrido así, pero el enorme contraste de este fin de semana da pie para un interesante estudio sobre la evolución de los movimientos nacionalistas y, más allá, sobre España misma y su inveterada capacidad para solventar las tensiones territoriales. Las dos fotos, contrapuestas, una junta a la otra, las riada independentista de la Diada y la de Rojas Marcos, en un pequeño hotel de Málaga, haciéndose el harakiri.

Qué enorme contraste y cuántas lecciones podrían extraer los politólogos de este fin de semana que se ha convertido, por azar del destino, en un cruce de caminos de dos trayectorias divergentes, el final opuesto de dos ramas de un mismo impulso, de una misma inquietud o de un mismo mal, según se vea: la constante tensión territorial que se arrastra en España, especialmente, desde principios del siglo pasado. Andalucistas y catalanistas, los unos encuentran en este fin de semana el cénit de su expansión y los otros han elegido estos días de septiembre para liquidar definitivamente el nacionalismo andaluz.

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