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Canción de Navidad para Matallanas
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Javier Caraballo

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Canción de Navidad para Matallanas

Tú eres la excepción que confirma la regla, porque mides el tiempo cada día, cada segundo, porque valoras cada instante de la vida, lo paladeas

Foto: Carlos Matallanas y su mujer Marta, en El Confidencial. (Foto: Pablo López Learte)
Carlos Matallanas y su mujer Marta, en El Confidencial. (Foto: Pablo López Learte)

De todos los días del año, es ahora, es hoy mismo, cuando el paso de tiempo se vuelve un desgarro que conmueve. En Navidad. Por eso me he acordado de ti, Carlos Matallanas, porque tú eres la excepción que confirma la regla, porque mides el tiempo cada día, cada segundo, porque valoras cada instante de la vida, lo paladeas, y te revuelves hacia los demás cuando ves que muchas veces el mayor despilfarro del hombre es su propia existencia.

Es la inercia del año la que nos lleva, es la rutina de los días la que nos va guiando, como si fueran raíles de un tren, y ni miramos atrás ni nos detenemos nunca a mirar siquiera alrededor. Hasta que llega un día como hoy, cuando todas las familias se reúnen, cuando todos los amigos se citan, y reparamos entonces en tantas cosas olvidadas en el año que se está muriendo. El tiempo que ha pasado y se ha escurrido como agua en los bolsillos.

Como el hombre siempre ha querido controlar su propia existencia, inventó el tiempo. Parceló los días. Las horas, los minutos y los segundos. El efecto indeseado, perverso, de ese invento fue que, con el tiempo parcelado, en vez de apreciar más la vida, en vez de gozarla más, la convirtió en una carrera. Hay un cuento de Julio Cortázar donde se narra bien. “Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”. En el resto del relato, muy breve, Cortázar va clavando, como picas, cada uno de los compromisos que se adquieren con el reloj, la necesidad, la obligación, la obsesión. Qué te van a contar a ti, Carlos Matallanas, de lo que es un “calabozo de aire”, esa figura retórica tan linda que utiliza el escritor.

Pero lo extraordinario de ti es que lo primero que has aprendido es la manera de fugarte de ese ‘calabozo de aire’ de la ELA, la terrible enfermedad que va desconectando, progresivamente, todos los músculos de tu cuerpo. Hasta llegar, como contaste, a la propia cara. “Cuando los músculos de la cara comienzan a sufrir la rigidez de la enfermedad, no es sólo que se desconecten sus motoneuronas, también el alma se desconecta poco a poco de esa ventana hacia el exterior que es el rostro”, escribiste en tu blog, no hace mucho, cuando la enfermedad ya avanzaba y, como en cada uno de los momentos anteriores, eras el primero en darte cuenta del deterioro, asumirlo, superarlo y contarlo.

Con tu ejemplo se puede componer la mejor canción de Navidad. Y gritar tu mejor verdad. Vives con una asesina impune y ya has ganado. Porque eres libre

Por lo que he ido leyendo de tus apuntes en el blog, debió ser aquel primer día frente al mar, con el diagnóstico en el bolsillo, sin lágrimas ni lamentos, cuando encontraste la llave de tu calabozo. Y de la mano de tu mujer, Marta, te fugaste de la cárcel que te imponían. La libertad, Carlos Matallanas, es ante todo un estado mental.

La nostalgia tardía de las Navidades, decía. ¿Cuántos agujeros sentimentales nos sobrecogerán hoy, estos días? ¿Cuántas ocasiones desperdiciadas, cuánto amor ignorado? La certeza de que el tiempo va pasando inexorable nos sobresalta sólo en estas fechas de forma colectiva, pero ni siquiera entonces, ahora, somos capaces de reparar en la estupidez que supone reservar tanto cariño, tantos abrazos, para los días de la nostalgia oficial.

A Carlos Matallanas le sucedió algo parecido cuando los atentados de París, aquella terrible masacre de los asesinos del Estado Islámico. Y fue muy curioso su punto de vista, casi indignado. Mientras que el sentimiento generalizado, ante la barbarie, fue de miedo, de pánico, Matallanas volvió a fijarse en la estupidez de vida en la que se empeña el ser humano. “Y mientras uno está aquí, con mano y media tratando de teclear un texto que destile vida y ansias de un mundo mejor, hay otros individuos, más o menos de mi edad, haciendo el camino inverso: diseñando maneras de segar las esperanzas de desconocidos sin importarles siquiera acabar con su propia vida en plena juventud. Por eso, ahora y siempre, toca pelear por no perder la razón, porque es lo único que nos hace humanos”.

Con un sentido envidiablemente práctico de la existencia, un escritor italiano, Cesare Pavese, llegó a la conclusión de que “el amor es la más barata de las religiones”. Yo soy cristiano, me reconozco en lo aquello que nos enseñó Jesucristo, pero estoy convencido de que el mismo Dios aceptaría esa frase de Pavese para que nos la aplicáramos todos en este mundo, una especie de común denominador que iguale a todas las religiones en la medida del hombre, que arrolle las diferencias con el más humano de los sentimientos, el amor a los demás.

Una vez, iba paseando por los jardines de uno de los castillos del Valle del Loira, en Francia, y, en una pequeña explanada, me quedé parado ante la hermosura del paisaje más sencillo. Había dejado atrás torreones gigantes, recios salones adornados con escopetas y armaduras, avenidas señoriales cuajadas de flores, y me adentré en un pequeño bosque alfombrado de hojas de otoño. En una pequeña explanada habían colocado un cartel con una frase. “All you need is Love”. Sí, la canción de The Beatles, que lucía allí, en aquel paisaje sereno, como una revelación; la más evidente de las revelaciones y la más ignorada.

Me he acordado de aquella visita al Valle del Loira al repasar tus notas, Carlos Matallanas, porque, como en aquella ocasión, me he quedado parado contemplando, con los ojos cerrados, la escena de antes, el día que te confirmaron el terrible diagnóstico de la ELA y te fuiste a una terraza, con tu mujer, y os quedasteis mirando al mar. Respirando serenidad en ese horizonte, cogiste la fuerza incansable de las olas para todo lo que nos estás enseñando de la enfermedad, de la vida, de ti. Con esa estampa y con tu ejemplo, Carlos Matallanas, se puede componer hoy la mejor canción de Navidad. Y con un solo grito, que lanzamos juntos, gritar tu mejor verdad. Vives con una asesina impune y ya has ganado. Porque eres libre.

[El primer regalo de estas Navidades me lo he hecho yo mismo. Me he ido a El Corte Inglés y me he comprado el libro de Carlos Matallanas. Como se explica dentro, el único objetivo que tiene ese libro es recaudar fondos para combatir la ELA, pero cuando uno lo compra, cuando se moja de verdad contra la enfermedad, consigue mucho más. Aprende que Carlos Matallanas tiene razón. La vida es un domingo por la tarde de partido de fútbol; todos vamos vestidos igual y defendemos los mismos colores, los mismos valores]

De todos los días del año, es ahora, es hoy mismo, cuando el paso de tiempo se vuelve un desgarro que conmueve. En Navidad. Por eso me he acordado de ti, Carlos Matallanas, porque tú eres la excepción que confirma la regla, porque mides el tiempo cada día, cada segundo, porque valoras cada instante de la vida, lo paladeas, y te revuelves hacia los demás cuando ves que muchas veces el mayor despilfarro del hombre es su propia existencia.

Carlos Matallanas ELA