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El gran error de Susana Díaz
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Javier Caraballo

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El gran error de Susana Díaz

A medida que ha ido equivocando sus pasos, que ha ido sembrando su propio camino de expectativas frustradas, de anuncios y desmentidos, los elogios se han vuelto críticas severas

Foto: La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (EFE)
La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz. (EFE)

La ambición tiene un componente de notoriedad que, cuando se desboca, convierte el deseo en depravación. La ambición tiene que ser incolora, invisible, no puede notarse, ni verse, ni sentirse, porque entonces ya deja de ser ambición y se convierte en codicia. Incluso en ridículo, un ejercicio público de patetismo. Es lo que le está ocurriendo a Susana Díaz, que mientras que solo se la consideraba una mujer ambiciosa, una oradora sensata y cercana, una joven dirigente política con ganas de alcanzar altas metas, todos la adornaban de grandes elogios; la gran esperanza de la socialdemocracia española, el futuro sensato y seguro del Partido Socialista, la mejor apuesta de la izquierda española. Pero a medida que ha ido equivocando sus pasos, que ha ido sembrando su propio camino de expectativas frustradas, de anuncios y desmentidos, que teje y desteje una y otra vez del mismo ovillo, los elogios se han vuelto críticas severas, a un paso del descrédito que se gana quien siempre amaga y nunca da.

Si se mira hacia atrás, y se contempla la trayectoria de Susana Díaz desde la hecatombe del zapaterismo, lo único que se percibe es la trayectoria de una mujer que, periódicamente, amenaza con un golpe de mesa para hacerse con el liderazgo del PSOE en Madrid. Pasado un tiempo de agitación y de movimientos tácticos, es la propia Susana Díaz la que sale a flote de la polémica para negarlo todo, con golpes de pecho sucesivos sobre su irrenunciable vocación andaluza. Así ocurrió cuando Alfredo Pérez Rubalcaba dejó la secretaría general del PSOE, tras el desastre de las elecciones de 2011; ocurrió cuando en el PSOE se comenzaban a barajar nombres para la candidatura a la Presidencia del Gobierno, y volvió a ocurrir en diciembre pasado, tras las últimas elecciones generales.

Lo único que se percibe es la trayectoria de una mujer que, periódicamente, amenaza con un golpe de mesa para hacerse con el liderazgo del PSOE en Madrid

Y siempre lo mismo, alguien lanza el nombre de Susana Díaz como aspirante y a esa filtración de prensa, alentada por ella misma o por alguien de su entorno, le sucede un periodo de actividad especial en la organización andaluza, con movimientos minúsculos y silencios grandes, que se dejan caer en las crónicas políticas como si la actividad pública requiriese un trabajo de exégetas para interpretarla. Ahora, por ejemplo, que se baraja la posibilidad de nuevas elecciones generales: de nuevo surge el nombre de Susana Díaz y el anuncio estalla en la prensa nacional en un momento en que la presidenta de la Junta de Andalucía tiene programados varios viajes por el extranjero, alguno de ellos con el consejero (Javier Fernández) al que todos señalan como el ungido para sustituirla en el Gobierno andaluz. ¿Cuál es la verdadera razón de tanto viaje repentino y seguido al extranjero? ¿Qué quiere decir su silencio? ¿Estará señalando a su sucesor? Lo dicho, oficio de exégetas.

Ese frufrú de batallitas internas debe ser entretenido para los profesionales de la micropolítica y para los amantes de la conspiración, pero fuera de ese ámbito, solo se genera cansancio y descrédito. ¿Cuántas veces se ha leído ya “Susana Díaz baraja…”, “Susana Díaz medita…”, “Susana Díaz estudia…”? Y al cabo del tiempo, lo mismo pero al revés: “Susana Díaz descarta…”. Parecía que después del fiasco protagonizado por ella tras las últimas elecciones generales, cuando calculó mal al pensar que podía controlar y dominar el comité federal, no habría nuevos intentos de ‘asalto al poder’, pero otra vez se vuelve a repetir la misma estrategia de anuncios y expectación.

Ya estamos otra vez en lo mismo, y aun cuando se repita siempre que Susana Díaz nada tiene que ver con estas oleadas de rumores, que a nadie le quepa la menor duda de que si algo controla la presidenta andaluza, es este juego de cartas marcadas. Por eso, en el PSOE andaluz, que es donde mejor la conocen, algunos veteranos no dan crédito a los errores de estrategia que está cometiendo. En el penúltimo amago, el de diciembre pasado, le preguntaron a José Asenjo, un histórico del PSOE andaluz, curtido en mil batallas de aparato y mesa camilla, y dijo: “La inteligencia política de Susana Díaz no logra estar a la altura de su ego”.

Cuando la ambición se desborda y se convierte en un fin en sí mismo, que desprecia al semejante, es que ha mutado y se ha convertido en perversión

Todos somos ambiciosos, y está bien que sea así, que todo el mundo aspire a un trabajo mejor, a un sueldo mejor, a un reconocimiento mayor, a una vida mejor, en definitiva; hasta ahí el deseo que convierte la ambición en un efectivo mecanismo de progreso. Pero cuando la ambición se desborda y se convierte en un fin en sí mismo, que desprecia al semejante y tiene prisas por llegar, cuando la ambición se refleja en la sonrisa, es que ha mutado y se ha convertido en perversión. Quintiliano, que ha pasado a la historia como el mejor profesor de retórica del mundo, nació en Calahorra pero fue en la Roma imperial, entre columnas palaciegas, donde se doctoró en el mal de las traiciones, la codicia y el poder. Ya entonces, Quintiliano supo ver que la ambición tiene dos caras y, por eso, dijo algo que desde entonces debe servirnos a todos de enseñanza general: “La ambición es un vicio, pero puede ser madre de la virtud”. Está muy claro que a Susana Díaz se le ha desbordado la ambición. Hasta ahora, la ambición y el control del partido han sido las claves de su éxito, de su ascenso fulgurante; ahora puede convertirse en su gran error.

La ambición tiene un componente de notoriedad que, cuando se desboca, convierte el deseo en depravación. La ambición tiene que ser incolora, invisible, no puede notarse, ni verse, ni sentirse, porque entonces ya deja de ser ambición y se convierte en codicia. Incluso en ridículo, un ejercicio público de patetismo. Es lo que le está ocurriendo a Susana Díaz, que mientras que solo se la consideraba una mujer ambiciosa, una oradora sensata y cercana, una joven dirigente política con ganas de alcanzar altas metas, todos la adornaban de grandes elogios; la gran esperanza de la socialdemocracia española, el futuro sensato y seguro del Partido Socialista, la mejor apuesta de la izquierda española. Pero a medida que ha ido equivocando sus pasos, que ha ido sembrando su propio camino de expectativas frustradas, de anuncios y desmentidos, que teje y desteje una y otra vez del mismo ovillo, los elogios se han vuelto críticas severas, a un paso del descrédito que se gana quien siempre amaga y nunca da.

Susana Díaz