Es noticia
Ni faralaes ni gomina: guía 'atópica' de la Feria de Abril
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Ni faralaes ni gomina: guía 'atópica' de la Feria de Abril

Cuesta comprenderlo, pero no todo en Sevilla son estereotipos en lo que tiene que ver con una de sus celebraciones más conocidas

Foto: Mujeres ataviadas con trajes de gitana bailan en las casetas del Real. (EFE)
Mujeres ataviadas con trajes de gitana bailan en las casetas del Real. (EFE)

Lamento la decepción, tan temprana: Todos los sevillanos no usan gomina. Es duro de asumir, ya lo sé, me ha ocurrido en varias ocasiones. “¿De Sevilla? Pero le imaginaba de otra forma, con gomina en el pelo, corbata y chaqueta”. Se lo dices ("lo siento, señora, de veras") y empiezas a buscar un hueco por donde escapar antes de que, tras el chasco de la gomina, sobrevenga el apocalipsis con otra revelación mayor: todos los sevillanos no cuentan chistes y saben bailar sevillanas. “¿Y tú te llamas andaluz?" Ese remate… Muy duro, pero, en fin, tampoco es que Sevilla sea ajena a este festival de tópicos; más bien al contrario, se diría que la ciudad, Sevilla, los sevillanos, están encantados cuando se sienten el centro de todas las miradas. En Sevilla el ombliguismo es una escuela, una enseñanza que se imparte a diario y se despliega en ‘cumbres internacionales’ como ahora, en la Feria de Abril. Y es por eso, justamente por eso, por lo que conviene manejar con rigor el evento. Desde lo elemental a lo trascendental.

Lo primero que hay que entender de la Feria es la Feria en sí misma, sobre todo la pirueta histórica que describe el acontecimiento hasta acabar convertido en lo que es en la actualidad. A ver, antes de la Feria de Abril, ya había otras ferias en Sevilla. De hecho, la feria en Sevilla es una constante histórica, como si la ciudad estuviera predestinada desde el origen de los tiempos a ser reconocida en todo el mundo por la Feria. Le concedió el privilegio de una feria Fernando III, tras la Reconquista de la ciudad, y amplió el permiso al doble de ferias su hijo, Alfonso X el Sabio. A Fernando III, rey de Castilla, le ocurrió con Sevilla lo que a tantos que conocen la ciudad y quedan atrapados por su magnetismo. Lo mismo que debió ocurrirles a un vasco llamado José María Ybarra y a un catalán, Narciso Bonaplata, que en 1846 figuraban como concejales en el Ayuntamiento de Sevilla. Ellos dos son los que propusieron unificar las dos ferias que existían en una sola y fue la reina Isabel II la que firmó la Real Orden por la que se autorizó a la ciudad a organizar una gran feria, agrícola y ganadera, en abril. La primera feria comenzó el 18 de abril de 1847: había 19 casetas; la de este año va a terminar el 17 de abril y tiene más de mil casetas.

Un vasco y un catalán fueron los que unificaron las dos ferias en la de abril

Lo extraordinario, a partir de ese origen mercantil, es la transformación progresiva de la Feria hasta acabar convertida en lo que es hoy, una feria en la que quien se expone y se vende es la propia ciudad. Ese es el comercio principal de Sevilla, de los sevillanos, en la Feria. Y por decenas de miles recibe visitas cada año que adornan a la ciudad con el abanico de piropos al que está acostumbrada y en el que se recrea constantemente. La luz, la alegría, el colorido, los caballos, el río Guadalquivir, los farolillos, la belleza apabullante de una flamenca cuando mira a su pareja de frente, desafiante y chula, bailando unas sevillanas. Con todo eso, se compone un negocio que abarca desde la industria discográfica y artística hasta la textil, con la peculiaridad de contar con el único traje regional, folklórico, sometido a modas, que evoluciona, que no se estanca. Hostelería, restauración, agencias turísticas, transportes… Este año el cálculo es que la Feria de Abril genere un negocio de 700 millones de euros, el tres por ciento del PIB de la ciudad. Y la mercancía principal, como queda dicho, es la propia ciudad.

Obviamente, a fuerza de sentirse centro de todas las miradas, se genera un ensimismamiento que ha acabado convertido en una de las señas de identidad más acusadas de Sevilla, de los sevillanos. Un narcicismo cultivado durante siglos que se ha vuelto insoportable para algunos de sus vecinos en otras provincias cercanas. Porque, a fuerza de piropos, a fuerza de mirarse el ombligo, parece como si Sevilla quisiera imponer sus señas de identidad a todos los demás. Pero ni es así de forma general ni tampoco la ciudad lo pretende; el narcisismo aísla a la ciudad de tentaciones invasoras, entre otras cosas porque el sevillano no suele mirar más allá. Está contento con lo suyo, lo disfruta y le resbala lo demás. Ahí es donde nace el estereotipo tan extendido del sevillano típico, la caricatura de la gomina y el chiste, 'arsa y olé'. Pero ni todos los sevillanos se ponen gomina, ni el rebujito es la bebida por excelencia ni, por supuesto, los sevillanos trabajan menos que los demás porque todo el año están de fiesta. Los días festivos en Sevilla son los mismos que en cualquier otra ciudad española y, cuando llega la Feria, los sevillanos combinan diversión y trabajo, acaso con jornadas intensivas. Pensar lo contrario es tan absurdo como llamarle “faralaes” a un traje de flamenca.

Ni todos los sevillanos se ponen gomina ni el rebujito es la bebida por excelencia

Sevilla es narcisista y ensimismada, sí, pero también es cierto que tiene motivos para serlo. Apenas unas décadas después de la primera celebración, la Feria de Abril ya tenía fama internacional. Esto lo escribía Gustavo Adolfo Bécquer el 25 de abril de 1869: “La feria de Sevilla no tan sólo no desmiente, sino que supera la fama de que goza, fama que se acrecienta de día en día y de la que son claro testimonio la infinidad de viajeros que acuden a ella procedentes de todas las provincias de España y de las más principales naciones europeas”. Y luego, añadía, para regocijo de la ciudad en su coquetería: “Hay una riqueza tal de luz, de color y de líneas, acompañada de un movimiento y un ruido tan grandes, que fascina y aturde. Figuraos al través de la gasa de oro que finge el polvo, su llanura, tendida y verde como la esmeralda, el cielo azul y brillante, el aire como inflamado por los rayos de un sol de fuego que todo lo rodea, lo colora y lo enciende”.

Sevillanas de Carlos Saura - Corraleras

Hay unas sevillanas que canta Rocío Jurado en la película de Carlos Saura, “Sevillanas”, que lo dice todo en cuanto a la forma de ser, de pensar y de sentir de los sevillanos ante su Feria de Abril. Está la cantante ante un grupo de niñas vestidas de flamenca y les pregunta en voz alta: “¿De dónde somos? De Sevillaaaa”, contestan con entusiasmo. “¿A dónde vamos?”, vuelve a preguntar. “A Sevillaaa”. “¿Y a quién le cantamos? A Sevillaaaa”. Punto final. No hay más preguntas. Sevilla por sí y para sí. Feria de Abril.

Lamento la decepción, tan temprana: Todos los sevillanos no usan gomina. Es duro de asumir, ya lo sé, me ha ocurrido en varias ocasiones. “¿De Sevilla? Pero le imaginaba de otra forma, con gomina en el pelo, corbata y chaqueta”. Se lo dices ("lo siento, señora, de veras") y empiezas a buscar un hueco por donde escapar antes de que, tras el chasco de la gomina, sobrevenga el apocalipsis con otra revelación mayor: todos los sevillanos no cuentan chistes y saben bailar sevillanas. “¿Y tú te llamas andaluz?" Ese remate… Muy duro, pero, en fin, tampoco es que Sevilla sea ajena a este festival de tópicos; más bien al contrario, se diría que la ciudad, Sevilla, los sevillanos, están encantados cuando se sienten el centro de todas las miradas. En Sevilla el ombliguismo es una escuela, una enseñanza que se imparte a diario y se despliega en ‘cumbres internacionales’ como ahora, en la Feria de Abril. Y es por eso, justamente por eso, por lo que conviene manejar con rigor el evento. Desde lo elemental a lo trascendental.

Lo primero que hay que entender de la Feria es la Feria en sí misma, sobre todo la pirueta histórica que describe el acontecimiento hasta acabar convertido en lo que es en la actualidad. A ver, antes de la Feria de Abril, ya había otras ferias en Sevilla. De hecho, la feria en Sevilla es una constante histórica, como si la ciudad estuviera predestinada desde el origen de los tiempos a ser reconocida en todo el mundo por la Feria. Le concedió el privilegio de una feria Fernando III, tras la Reconquista de la ciudad, y amplió el permiso al doble de ferias su hijo, Alfonso X el Sabio. A Fernando III, rey de Castilla, le ocurrió con Sevilla lo que a tantos que conocen la ciudad y quedan atrapados por su magnetismo. Lo mismo que debió ocurrirles a un vasco llamado José María Ybarra y a un catalán, Narciso Bonaplata, que en 1846 figuraban como concejales en el Ayuntamiento de Sevilla. Ellos dos son los que propusieron unificar las dos ferias que existían en una sola y fue la reina Isabel II la que firmó la Real Orden por la que se autorizó a la ciudad a organizar una gran feria, agrícola y ganadera, en abril. La primera feria comenzó el 18 de abril de 1847: había 19 casetas; la de este año va a terminar el 17 de abril y tiene más de mil casetas.

Música