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Ni Otegi ni reaccionarios
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Javier Caraballo

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Ni Otegi ni reaccionarios

Frente a Otegi se coloca siempre un grupo de reaccionarios que, en el otro extremo, aplican la misma lógica radical e intransigente

Foto: El líder de EH Bildu Arnaldo Otegi (c) en la manifestación de expresos y antiguos huidos de ETA. (EFE)
El líder de EH Bildu Arnaldo Otegi (c) en la manifestación de expresos y antiguos huidos de ETA. (EFE)

Otegi es un cínico, claro. Seguro que cuando militaba en ETA, lo llamaban así, Otegi ‘el cínico’, siguiendo esa costumbre de algunos terroristas de ponerse apodos que destacan algún rasgo de su personalidad. Y como el cinismo es una condición de la persona, a Otegi lo debían conocer sus colegas terroristas por su habilidad cínica; cinismo sin pestañear, como un profesional. Otegi es un cínico, sí, ya lo sabíamos, pero ahora que ha salido de la cárcel, ahora que concede entrevistas, lo que quizá no recordábamos es la capacidad que tiene para agitar una espiral de odios en su entorno gracias a que, en el otro extremo, siempre cuenta en su estrategia con un grupo de reaccionarios que acaban crispando el ambiente y dañando la confianza de los ciudadanos en el Estado de derecho mucho más de lo que consigue hacerlo el cínico Arnaldo Otegi.

No había frase ni reflexión en la entrevista que Otegi le ha concedido a Évole en La Sexta que no estuviera trufada de un hedor insoportable por la condescendencia con la que se refiere a las brutalidades de ETA; asesinato y extorsión, agobio y miedo, un ambiente irrespirable comparable solo a la peor dictadura fanática. Condescendencia con los torturadores y displicencia con las víctimas, a las que no les concede ahora ni siquiera el derecho de que muestren su orgullo por haber resistido firmes, serenos, hasta contemplar la descomposición de la banda terrorista que un día amargó sus vidas para siempre. De todo lo manifestado en La Sexta, esa es, a mi juicio, la declaración más clarificadora de la catadura moral del mundo proetarra, que siguen siendo los mismos indeseables de siempre.

Tener clara la memoria de lo ocurrido no puede ser incompatible con la necesidad de avanzar en la normalización que sea posible en este momento

Según Otegi, el legítimo orgullo de todos los demócratas de haber vencido a ETA es contraproducente para la paz; recordarlo es una humillación para ETA y, por eso, no hay que hablar de lo ocurrido. No se puede decir que ETA, asesinando, extorsionando, no ha conseguido nada porque eso es humillar a los asesinos, a los extorsionadores. “Cuidado con la arrogancia de espetar al otro que solo ha conseguido tal, o que solo ha conseguido sufrimiento, porque eso lo único que hace es tratar de humillar a determinada gente. Y cuando se humilla a la gente, cuando se frustra a la gente, las consecuencias suelen ser bastante graves. No tratemos de hurgar en determinadas heridas porque eso no va a traer nada bueno a este país”, dijo Otegi ‘el cínico’ cuando se refería a la derrota de ETA. Hasta el orgullo de los demócratas, después de medio siglo de terror, quieren que sea clandestino. Pero la memoria nunca será clandestina.

De hecho, la memoria de lo ocurrido es tan clara que lo único que se le puede reprochar a la victoria del Estado de derecho sobre ETA es que no haya sido capaz de avanzar más allá, con una estrategia nueva, distinta, que se instale en la realidad de la tregua definitiva que anunció la banda terrorista en enero de 2011. Frente a Otegi se coloca siempre un grupo de reaccionarios que, en el otro extremo, aplican la misma lógica radical e intransigente. Cualquier gesto de normalización, por leve que sea, por sincero que sea, se considera directamente una claudicación y una traición. La caza de brujas de los reaccionarios es permanente y constante: lo mismo lapidan a un periodista como Évole por el hecho mismo de haber realizado una entrevista, como semanas antes lo hizo 'The New York Times', que se acosa y se empuja a la dimisión a una dirigente política como Arantza Quiroga por impulsar un comunicado de consenso que, en vez de ‘condena’, mostraba un 'rechazo expreso' a la violencia etarra. Cualquier gesto que, simplemente, intente reflejar el nuevo tiempo que se vive en el País Vasco, sin muertos en las aceras, desata una reacción aguda, en tromba, que lo crispará todo hasta bloquearlo. Quien diga, simplemente, que hay que superar la situación actual ya es sospechoso de colaboracionista, de traidor. Son los reaccionarios.

En su ceguera, los reaccionarios dirán que se trata de una derrota; no se dan cuenta de que es lo contrario, que no habría mayor gesto de la victoria sobre ETA

Tener clara la memoria de lo ocurrido, defender el orgullo de demócratas de haber resistido, combatido y ganado la guerra contra el terror de ETA, no puede ser incompatible con la necesidad de avanzar en la normalización que sea posible en este momento. ¿Un ejemplo? Quizás el más controvertido: el acercamiento de los presos de la banda terrorista a prisiones próximas al País Vasco. En ni una sola de la sentencias que ha condenado a los asesinos de ETA se decía que tenían que cumplir la pena de cárcel en la prisión más alejada posible del País Vasco. Lo legal, lo constitucional, es que todos los presos cumplan condena en prisiones cercanas al domicilio de sus núcleos familiares. Si con ETA se aplicó una política penitenciaria distinta, que desatiende derechos de los presos etarras -sí, sí, también los presos etarras tienen derechos-, fue por el interés social y la razón de Estado mayor de la lucha contra la banda terrorista.

Con la dispersión de los presos de ETA se dificultaba el funcionamiento de la banda y se impedía que organizara nuevos atentados desde la cárcel. Una vez que la banda ha dejado de asesinar, y ya han pasado cinco años, debería ser el Estado de derecho quien acerque progresivamente a los presos de ETA a prisiones del norte de España. El mismo pacto de Estado que ha servido para unir a los demócratas en contra del terrorismo, tendría que acordar el final de la política de dispersión de los presos etarras. En su ceguera, los reaccionarios dirán que se trata de una derrota, una claudicación; no se dan cuenta de que es lo contrario, que no habría mayor gesto de la victoria sobre ETA. Por eso, cuando sale Otegi y agita la espiral de odios, conviene atarse bien a la prudencia, a la moderación, a la inteligencia más allá del rencor. Ni ‘el cínico’ ni los reaccionarios.

Otegi es un cínico, claro. Seguro que cuando militaba en ETA, lo llamaban así, Otegi ‘el cínico’, siguiendo esa costumbre de algunos terroristas de ponerse apodos que destacan algún rasgo de su personalidad. Y como el cinismo es una condición de la persona, a Otegi lo debían conocer sus colegas terroristas por su habilidad cínica; cinismo sin pestañear, como un profesional. Otegi es un cínico, sí, ya lo sabíamos, pero ahora que ha salido de la cárcel, ahora que concede entrevistas, lo que quizá no recordábamos es la capacidad que tiene para agitar una espiral de odios en su entorno gracias a que, en el otro extremo, siempre cuenta en su estrategia con un grupo de reaccionarios que acaban crispando el ambiente y dañando la confianza de los ciudadanos en el Estado de derecho mucho más de lo que consigue hacerlo el cínico Arnaldo Otegi.

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