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¡Han asesinado a Miguel Ángel!
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Javier Caraballo

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¡Han asesinado a Miguel Ángel!

¿Dónde estabas ese día? Han pasado ya 19 y todos los veranos, cuando llegan estos días fatídicos de julio, a mí se me entristece el alma, como a millones de españoles

Foto: Foto: Fundación Miguel Ángel Blanco.
Foto: Fundación Miguel Ángel Blanco.

Existe España porque nos conmueven tragedias comunes. ¿Dónde estabas aquel día? Quizá no recuerdes bien las primeras horas, porque eran días como estos días de julio, de principio de las vacaciones para muchos, días de calor, de agotamiento, de sopor. Es posible que, al principio, ni siquiera te hubieras enterado cuando todos los boletines de la radio interrumpieron las emisiones para dar la noticia. “La banda terrorista ETA acaba de comunicar el secuestro de un concejal del Partido Popular en el País Vasco. Al contrario que otras acciones criminales de la banda terrorista, ETA ha comunicado esta tarde que le concede al Gobierno un plazo de 48 horas para acercar a los presos etarras. En caso contrario, ejecutará al concejal”. ¿Dónde estabas ese día? Han pasado ya 19 años y todos los veranos, cuando llegan estos días fatídicos de julio, a mí se me entristece el alma, como a cientos de españoles, como a miles, como a millones; todos los que salimos aquellos días a las calles con el extraño orgullo de sentirnos fuertes en la derrota de una muerte, de levantarnos y respirar hondo para seguir adelante. Emocionados, cabreados, hastiados. Orgullo y rabia. ¿Dónde estabas tú aquellos días de julio cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco?

Las emociones van tasando los años. Miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que las emociones verdaderas son aquellas que marcan el paso del tiempo. También es un sentimiento colectivo. Cuando la conmoción ahoga a un pueblo entero, la fecha queda marcada en la retina de la historia. El destino graba muescas en la memoria de los pueblos que son como arrugas en la frente. Miguel Ángel Blanco es una referencia de ese tiempo que compartimos. Cuando la noticia acaparó toda España, cuando la cotidianidad se transformó en una respiración contenida, comenzaron a surgir pintadas y carteles con su nombre. Llamaban a las emisoras de radio, pintaban las paredes con deseos de libertad. Volverá. Sí, lo vamos a lograr, pensábamos. Luego, con el paso de los años, supimos por los asesinos que intentaron secuestrarlo un día antes, el 9 de julio, pero el azar de Miguel Ángel era un suspiro y estaba grabado en sus ojos tristes, los mismos ojos tristes que aún se conservan en carteles llenos de besos y de manos blancas que llenaron las paredes. El azar era un cambio en su rutina diaria que solo duró un día. El 10 de julio salió de su casa y se montó en el tren, como hacía siempre, camino del trabajo. Lo secuestraron, lo metieron en uno de los agujeros de esas ratas, y comenzó la terrible cuenta atrás. Viernes, 11 de julio de 1997.

El destino graba muescas en la memoria de los pueblos que son como arrugas en la frente. Miguel Ángel Blanco es una referencia de ese tiempo

¿Dónde estabas aquel día? Tú que nunca has participado en manifestaciones; tú, que solo has ido a las protestas de los tuyos, de tu fábrica; tú, que aquel día cogiste a tu marido de la mano y te lanzaste a la calle. Temiendo el final, contando las horas. Llegó el sábado, 12 de julio. “Sobre las cuatro y media de la tarde de hoy, dos cazadores han encontrado en un camino rural a Miguel Ángel Blanco, atado de pies y manos. Las primeras noticias indican que el joven concejal del PP está gravemente herido, pero aún con vida, por lo que ha sido trasladado al hospital de Arantzazu”. Y contuviste la respiración. Y dejaste de hablar con tu compañero. Y colgaste el teléfono. Porque parecía como si las oraciones de los días anteriores hubieran protegido a ese chico de ojos tristes, con cara de bueno, el flequillo partido en dos por la raya del pelo y los labios pequeños, tímidos. Parecía, por un instante, como si las manos blancas de las manifestaciones, el ¡Basta ya! de toda la sociedad, hubieran espantado a los asesinos, como si les hubiera desbaratado el plan más macabro al que se puede someter a una sociedad, a una persona.

No hay ilusión más amarga que la de aquellas horas en las que pensábamos que podría salvarse. Hasta que se desvaneció la esperanza. Ha muerto. ¡Han asesinado a Miguel Ángel! La conmoción de aquella cuenta atrás hizo de Miguel Ángel un ser querido; ya era nuestro vecino, ya era nuestro hermano, ya era nuestro compañero de trabajo, de colegio. Miguel Ángel ya era cada uno de nosotros. Y Ermua, su pueblo, era un sentimiento común, un espíritu deseado, una fortaleza compartida. Llegó la noticia de madrugada, a las cinco de la madrugada del domingo 13 de julio de 1997. La playa se despertó con el mar incendiado por una ráfaga de sol.

En la página de la Fundación de Miguel Ángel Blanco, han escrito un perfil del joven concejal del Partido Popular y, para evocarlo, le han dedicado un puñado de recuerdos y una canción. Miguel Ángel era un fan de Héroes del Silencio, le gustaba tocar la batería y solía tararear las canciones cuando se iba de juerga con sus amigos. En su web han destacado una de las canciones de Héroes del Silencio, quizá la más famosa, ‘Maldito duende’, porque el estribillo parece escrito para la madrugada fatídica en la que se decretó su muerte. “Amanece tan pronto/ y yo estoy tan solo/ y no me arrepiento de lo de ayer./ Las estrellas te iluminan/ y te sirven de guía./ Te sientes tan fuerte/ que piensas que nadie te puede tocar”.

"Estoy solo pero no me arrepiento de ser quien soy; no me podéis tocar", que era como decir a sus asesinos que nos podrán hacer sufrir, pero que jamás vencerán

En la mañana en que llegó el final de la siniestra cuenta atrás, todos recordamos lo que hicimos, pero esa canción de Héroes del Silencio nos hace ahora albergar el sueño de que, pese a la angustia, cuando los asesinos de ETA lo conducían por el bosque para matarlo, Miguel Ángel Blanco iba repitiendo ese estribillo en su cabeza, como las canciones que se nos pegan y no dejamos de tararear. "Estoy solo pero no me arrepiento de ser quien soy; no me podéis tocar", que era como decirles a sus asesinos que nos podrán hacer sufrir, pero que jamás vencerán. Que el ansia de paz y de democracia de la sociedad es imparable, constante.

Por eso, cada vez que se plantee que todos son víctimas en el País Vasco, que no se deben condenar los asesinatos porque todos han sufrido; cada vez que quieran hacernos ver que todo se debe olvidar, recordaremos la cara inocente de Miguel Ángel para repetirnos que la dignidad está en la Justicia, sin venganzas pero con determinación. La ley fría e implacable. Hace 19 años, y la obligación moral de todo ciudadano es recordar lo que ocurrió. Hasta en 37 actos oficiales, repartidos por toda España, se están recordando aquellos días. Pero en todas las casas, cada uno, volverá a recordar dónde estaba entonces. Con los ojos cerrados, mandamos palabras al viento para que sepa que no lo olvidamos, que no los olvidamos. Para cantar de nuevo, como Miguel Ángel Blanco, que frente al terrorismo, nos sentimos tan fuertes que nadie nos puede tocar.

Existe España porque nos conmueven tragedias comunes. ¿Dónde estabas aquel día? Quizá no recuerdes bien las primeras horas, porque eran días como estos días de julio, de principio de las vacaciones para muchos, días de calor, de agotamiento, de sopor. Es posible que, al principio, ni siquiera te hubieras enterado cuando todos los boletines de la radio interrumpieron las emisiones para dar la noticia. “La banda terrorista ETA acaba de comunicar el secuestro de un concejal del Partido Popular en el País Vasco. Al contrario que otras acciones criminales de la banda terrorista, ETA ha comunicado esta tarde que le concede al Gobierno un plazo de 48 horas para acercar a los presos etarras. En caso contrario, ejecutará al concejal”. ¿Dónde estabas ese día? Han pasado ya 19 años y todos los veranos, cuando llegan estos días fatídicos de julio, a mí se me entristece el alma, como a cientos de españoles, como a miles, como a millones; todos los que salimos aquellos días a las calles con el extraño orgullo de sentirnos fuertes en la derrota de una muerte, de levantarnos y respirar hondo para seguir adelante. Emocionados, cabreados, hastiados. Orgullo y rabia. ¿Dónde estabas tú aquellos días de julio cuando asesinaron a Miguel Ángel Blanco?

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