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Desenterrar a Queipo de Llano
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Javier Caraballo

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Desenterrar a Queipo de Llano

La hermandad de la Macarena, que ya ha afrontado otras veces la misma polémica, insiste en que “gracias a Queipo de Llano se pudo construir la Basílica de la Macarena"

Foto: Tumba de Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. (J. C.)
Tumba de Gonzalo Queipo de Llano y Sierra. (J. C.)

Tras la misa de una, los feligreses abandonan lentamente la Basílica, pesadamente, como si el sol de esa hora se acumulara en las piernas, en la espalda, como una carga pesada. Un joven padre recoge unas sillas y retira a su hijo, que juega en una de las capillas laterales con unos prospectos y unas velas. Una mujer se detiene en esa misma capilla y se persigna. Otro hombre más la cruza y se arrodilla para orar en los reclinatorios de terciopelo rojo.

En lo que ni uno de ellos ha reparado es en el suelo de esa capilla, las dos lápidas que han pisado, los restos mortales que allí reposan. Nadie se detiene a mirarlas porque llevan allí tanto tiempo que ninguna novedad suponen, por grandes y ostentosos que brillen los nombres de “D. Gonzalo Queipo de Llano y Sierra” y “Doña Genoveva Marti Tovar de Queipo de Llano”. “Aquí reposan en la paz del Señor”, dice la lápida. La formalidad religiosa de los entierros ofrece situaciones paradójicas como ésta, porque la paz que se proclama se queda en la lápida; fuera de la Basílica lo que existe es un nuevo rebrote de una polémica antigua en Sevilla: “Desenterrar los restos mortales de un criminal de guerra”.

Ochenta años atrás, un día de agosto como estos de ahora, ardía Sevilla y especial aquella zona, los alrededores de la actual Basílica de la Macarena conocidos en toda España como “el Moscú sevillano” o “Sevilla la roja”, por la concentración de viviendas de obreros y la fortaleza de las organizaciones sindicales, anarquistas y comunistas. En 1931, en una jornada de huelga general, un batallón del Ejército cargó contra los manifestantes y bombardeó, con veintidós cañonazos, un bar en el que se reunían todos, ‘Casa Cornelio’. Sobre aquellos escombros, se alzaría años después la Basílica de la Macarena que contribuyó a financiar Gonzalo Queipo de Llano, por eso está enterrado allí. Antes, desde julio a septiembre de 1936, este golpista aterrorizó a la ciudad y la sometió, las charlas en la radio y el pánico extendido por el salvajismo de los soldados de los Tercios de África.

El escritor Nicolás Salas ha documentado en uno de sus libros sobre la Guerra Civil en Sevilla que en la represión franquista, dirigida por Queipo, fueron asesinadas más 8.300 personas. Muchas de ellas, como una columna de mineros de Huelva, murieron fusiladas por orden de Queipo de Llano en los lienzos de la muralla árabe que aún se conserva junto a la Basílica de la Macarena, a pocos metros de las lápidas.

Antes de coger las vacaciones, en el último pleno municipal, el Ayuntamiento de Sevilla aprobó por iniciativa de Izquierda Unida una moción de cuatro puntos en la que se condena “el golpe de Estado militar” que dio origen a la Guerra Civil, se realza el compromiso con la memoria de las víctimas de la brutal represión y se subraya el reconocimiento “los milicianos republicanos que dieron su vida luchando por la libertad y la democracia”. Esa parte de la moción fue aprobada por unanimidad, mientras que en el último punto los concejales del Partido Popular votaron en contra y los ediles de Ciudadanos se abstuvieron. Dice así el cuarto punto: “Nuestro repudio al general genocida Queipo de Llano, que ordenó fusilar a cientos de ciudadanos junto a la muralla de la Macarena, y nuestro rechazo más absoluto a que los restos de este militar golpista continúen enterrados en la Basílica de la Macarena, al constituir esto una clara ofensa para los familiares de las víctimas del franquismo y para el conjunto de los y las demócratas”.

La presencia allí de esas lápidas, a pocos metros de la muralla en la que ordenaba los fusilamientos, es la que no permite el olvido de sus crímenes

La hermandad de la Macarena, que ya ha afrontado otras veces la misma polémica, ha vuelto a repetir que “gracias a Queipo de Llano se pudo construir la Basílica de la Macarena y que fue enterrado allí, junto a su esposa, por decisión de los gestores entonces de la hermandad. “Mientras no nos lo pidan la familia o el Arzobispado no haremos nada. No lo vamos a quitar a menos que haya una fuerza superior que lo pida. Además, la basílica es un recinto privado", señalan. Pero no parece probable que el arzobispado pida nada porque, de hacerlo, se estaría adentrando en un terreno pantanoso del que le sería imposible salir.

Además de las lápidas de la Macarena, en la misma Sevilla hay otras dos hermandades que llevan el nombre de Queipo de Llano y de su mujer, San Gonzalo y Santa Genoveva, que son algunas de las más populosas de la Semana Santa de Sevilla. “La Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de las Mercedes y Santa Genoveva es obra moderna del siglo XX. El templo lleva en parte el nombre de Genoveva, esposa de Gonzalo Queipo de Llano (político, orador e historiador español de mediados del siglo XIX), nombre por el cual también es conocida la Hermandad del barrio, Santa Genoveva”, dice literalmente la web de la Hermandad.

¿Habría también que suprimir esas hermandades? Otra hermandad más fue fundada por combatientes del bando franquista para conmemorar la contienda y lleva en su nombre los principales lemas del franquismo. Es la hermandad de La Paz, cuyos titulares son el Cristo de la Victoria y la Virgen de la Paz. La Iglesia española, en fin, respaldó con todas sus energías a Franco y se volcó en apoyo del régimen fascista, con lo que la revisión de las barbaridades de la historia supondría la revisión de sus propios trágicos errores, injusticias y atrocidades. Ahí está Franco, entre incensarios, en la Coronación de la Macarena.

Coronación de la Esperanza Macarena según el Nodo

Hay debates en España que nunca acaban, que siempre vuelven inflamados, sobre todo en asuntos como éste de Queipo de Llano en la Macarena en los que el paso de tiempo parece haberse cebado con macabras coincidencias que se rebelan, encendidas de dolor y de odio, en cuanto se remueven. Hay debates en España que nunca se resuelven, acaso porque es imposible resolverlos, porque una dictadura de medio siglo no puede extirparse de la memoria como si fuera un grano de pus. Por eso, porque la historia es la que es, el error está en pensar que sólo desenterrando los restos de Queipo de Llano se dignifica la memoria de sus víctimas.

Es al contrario, la presencia allí de esas lápidas, a pocos metros de la muralla en la que ordenaba los fusilamientos, es la que no permite el olvido de sus crímenes y la ignominia de todos aquellos que lo glorificaron en el nombre de Dios.

Tras la misa de una, los feligreses abandonan lentamente la Basílica, pesadamente, como si el sol de esa hora se acumulara en las piernas, en la espalda, como una carga pesada. Un joven padre recoge unas sillas y retira a su hijo, que juega en una de las capillas laterales con unos prospectos y unas velas. Una mujer se detiene en esa misma capilla y se persigna. Otro hombre más la cruza y se arrodilla para orar en los reclinatorios de terciopelo rojo.

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