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Luis Bárcenas, ese señor
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Javier Caraballo

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Luis Bárcenas, ese señor

Ha llegado la hora de que el Partido Popular se enfrente con Luis Bárcenas. Como dijo Thomas Jefferson: "El hombre que no teme a las verdades, nada debe temer a las mentiras"

Foto: El extesorero del PP Luis Bárcenas. (EFE)
El extesorero del PP Luis Bárcenas. (EFE)

Al final, estaba ahí. Tranquilos, que no será esta la enésima cita de Monterroso, pero el caso es que estaba ahí porque siempre aparece, porque en política, en estas cosas, no hay fantasmas sino realidades que se intentan ocultar, que se quieren olvidar como si solo pertenecieran a una mala pesadilla, a una crisis pasajera. Un mal trago. Pero vuelven y vuelven, en un eterno despertar de sobresaltos. Llegan a pensar incluso que unas nuevas elecciones producen un efecto de borrón y cuenta nueva, que una mayoría, dos mayorías, suplantan el pasado tortuoso, que los votos legitiman los excesos, pero no es así, y por eso siempre aparecen de nuevo.

Como al PSOE siempre le aparecerá Filesa, o el caso Juan Guerra; por mucho que pasen los años, esa sombra alargada está cosida a las suelas de sus zapatos. Bárcenas, otra vez Bárcenas. Seis exigencias ha planteado el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, a Mariano Rajoy si quiere que lo apoye en su investidura, pero, en realidad, las seis se resumen en una sola pregunta: ¿está dispuesto el Partido Popular a que Luis Bárcenas comparezca en el Congreso de los Diputados?

Durante todo este tiempo, las únicas explicaciones que ha ofrecido el PP sobre Bárcenas lo han dibujado como un delincuente que los ha engañado a todos

Bárcenas, oficialmente, en las actas del Congreso y del Senado es “ese señor”, a secas, lo que acredita sobremanera su condición de espectro de la política para algunos de los que fueron sus compañeros durante tantos años. En la anterior legislatura, ya se planteó una comisión de investigación sobre “ese señor”, pero el Partido Popular la rechazó sin pestañear con la mayoría absoluta de la que disfrutaba y el ‘argumento de conveniencia’ de que el asunto estaba pendiente de resolución judicial y no convenía, por tanto, perturbarlo con ninguna interferencia política. Se llama así, ‘argumento de conveniencia’, porque solo lo utilizan aquellos que quieren silenciar algo, que no quieren explicar algo.

En Andalucía, por ejemplo, es el Partido Popular el que siempre exige comisiones de investigación, sobre los ERE o sobre los cursos de formación,mientras que el PSOE las niega con el mismo ‘argumento de conveniencia’. Hasta que uno y otro se ven forzados, pierden las mayorías absolutas, y se ven arrastrados a aceptarlas.

Como es evidente, solo se trata de excusas por la sencilla razón de que las comisiones de investigación en España, tan y como están conformadas, no persiguen ninguna verdad objetiva sino que solo forman parte de la confrontación política. ¿Y son, por ello, desechables? ¿Deben evitarse? En absoluto, solo se trata de afrontarlas sabiendo lo que son. El error está en esperar algo más, porque nada más se puede esperar de ellas.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy (i), y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su entrevista. (EFE) Opinión
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Si aceptamos que la trifulca política forma parte de la actividad diaria de los parlamentos, las comisiones de investigación se incardinan en esa misma dinámica y permiten, además, que aquellos que el poder de turno quiere alejar de la escena se coloquen delante de todos los focos. Ya sea Javier Guerrero, el director general de los ERE, o Luis Bárcenas, el tesorero del Partido Popular. Un ejemplo: si tantas veces ha surgido en la tribuna del Congreso el famoso mensaje de móvil que le envió Mariano Rajoy a su tesorero cuando estaba en la cárcel (“Luis, sé fuerte”), ¿por qué privar al Congreso de una explicación, frente a frente, de lo que en realidad quería decir?

Sucede, además, que durante todo este tiempo, las únicas explicaciones que ha ofrecido el Partido Popular sobre Luis Bárcenas lo han dibujado como un delincuente que los ha engañado a todos. “Si se demuestra que ese señor ha hecho lo que se supone que ha hecho según el sumario, el principal perjudicado es el PP, porque en nuestro crédito y gestión nos ha supuesto mucho daño, porque nos repugna y porque esos recursos eran del PP, que podía haberlos usado para hacer más cuestiones del partido” (Soraya Sáenz de Santamaría). “Este señor nos engañó, engañó durante mucho tiempo a mucha gente. Sé que hay gente que no nos creerá nunca, pero esta es la verdad: en el PP nunca ha habido ni hay caja B” (Carlos Floriano). “Ese señor ya no es del PP” (anónima de Génova). “No he hablado en mi vida con ese señor” (Esperanza Aguirre). “Me reitero en las declaraciones sobre la repugnancia que este señor me genera; ha hecho muchísimo daño al Partido Popular” (Javier Maroto).

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Ahora que las exigencias de Ciudadanos han devuelto, como el regurgitar de una mala digestión, aquella comisión de investigación que ya fue rechazada con todos esos golpes de pecho, podría afirmarse con un toque de ironía salpimentado que el Partido Popular tiene ante sí la oportunidad de decirle todo eso a la cara al tipo indeseable que los engañó, que los maltrató, que se enriqueció, que los traicionó.

Pero nunca ha sido así, claro. Por esa razón, todas las exigencias de Rivera, limitación de mandatos, reforma de la ley electoral o supresión de aforamientos, adquieren la consideración de mera formalidad ante la pregunta esencial que tiene que responderse: “¿Está dispuesto el PP a que Bárcenas comparezca en el Congreso, en el marco de una comisión de investigación?”. Un clásico de las Ciencias Políticas, Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, dejó dicho que “el hombre que no teme a las verdades, nada debe temer a las mentiras”. Ha llegado la hora de que el Partido Popular se enfrente con Luis Bárcenas, ese señor.

Al final, estaba ahí. Tranquilos, que no será esta la enésima cita de Monterroso, pero el caso es que estaba ahí porque siempre aparece, porque en política, en estas cosas, no hay fantasmas sino realidades que se intentan ocultar, que se quieren olvidar como si solo pertenecieran a una mala pesadilla, a una crisis pasajera. Un mal trago. Pero vuelven y vuelven, en un eterno despertar de sobresaltos. Llegan a pensar incluso que unas nuevas elecciones producen un efecto de borrón y cuenta nueva, que una mayoría, dos mayorías, suplantan el pasado tortuoso, que los votos legitiman los excesos, pero no es así, y por eso siempre aparecen de nuevo.

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