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La investidura de Soria, el picarillo gordo
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Javier Caraballo

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La investidura de Soria, el picarillo gordo

La sesión de investidura no hubiera completado un cuadro perfecto de la situación política si no se hubiera deslizado la propuesta de José Manuel Soria para ocupar un alto cargo en el Banco Mundial

Foto: El exministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria en una imagen de archivo. (EFE)
El exministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria en una imagen de archivo. (EFE)

Hay mil versiones pero todas coinciden en el final. La de mi abuela era la siguiente, mientras cogía uno a uno los dedos de la mano: “Este puso un huevo, este cogió la sartén, este lo frio, este le echó sal y este picarillo gordo se lo comiooooó”. En el regazo, llegaban las cosquillas y las risas, por muy previsible que fuera el final, repetido en cientos de ocasiones anteriores, por esa capacidad que tienen los niños de asistir siempre con el mismo entusiasmo a una historia, a un cuento o una broma que conocen de memoria porque la han visto y oído cien veces. Por eso, podríamos concluir que la política española de la actualidad, tan repetida, se ha instalado en esa reiteración infantil. Y si en los niños es síntoma de inteligencia, como sostienen los psicólogos, en los adultos debe considerarse una prueba inequívoca de pobreza intelectual o de burla. Depende.

Todo ha sido tan previsible que, de hecho, como ya se ha dicho, lo que menos le interesaba al candidato a la Presidencia del Gobierno era el hecho en sí de la investidura. No habrá margen para la sorpresa porque el final estaba escrito y asumido desde el principio: por segunda vez consecutiva, el Congreso convertido en la escenificación de una farsa coral. Mariano Rajoy acudió al debate con el aval de Ciudadanos, que más que un pacto era una excusa para poner en marcha el reloj que nos conduzca a las próximas elecciones. El abrupto, y quizá inesperado, final de la sesión de investidura, con el espectáculo de ver a los dos únicos aliados de ese debate, populares y 'ciudadanos', agriamente enfrentados, es lo suficientemente elocuente para demostrar la farsa. Ni disimular pudieron que unos y otros se desprecian en la intimidad, que los dos firmaron un acuerdo con la cláusula secreta de la nariz tapada y el puñal en la faca.

La misma jugada política de marzo repetida por los mismos actores, Rajoy, Pedro Sánchez y Rivera: el uno o el otro pone un huevo y el líder de Ciudadanos les ofrece una sartén para que el líder ocasional de la oposición en esa investidura lo fría a mamporros en el debate. Habrá quien diga, en defensa de lo ocurrido, que el sistema parlamentario es así y que a los dirigentes políticos no se les puede reprochar que busquen acuerdos o que desarrollen su papel de oposición, de alternativa, que es lo que ha ocurrido. Es cierto, podría entenderse así, pero no es el caso: repitamos una vez más que lo esencial de estas dos sesiones de investidura ha sido la simulación porque ninguno de los tres actores que han participado esperaban un final distinto al del fracaso.

La constitución de un gobierno nunca ha sido la prioridad, de ahí la farsa. De hecho, si se miran los meses transcurridos desde las elecciones no hay forma de repasar los acontecimientos sucedidos sin pensar en una deliberada tomadura de pelo. ¿De qué sirven, por ejemplo, las semanas de negociación para elaborar un documento de propuestas y promesas que acabará en la papelera? La solemnidad con la que se presentan las reformas, como si se fueran a aplicar; el ridículo proceso de intrigas y misterios con el que se reúnen las ejecutivas, se convocan ruedas de prensa y se aparentan diferencias insalvables, sesudas negociaciones, que se resuelven en el último minuto. La pérdida de tiempo a la que se somete a los españoles multiplica el hartazgo y la aversión hacia la clase política.

La sal, en este tipo de debates, siempre la pone un espécimen concreto de diputado, un agitador de brocha gorda, un provocador de eslóganes trasnochados que normalmente provenía de la extrema izquierda pero que de un tiempo a esta parte se ha superado a sí mismo como modelo añadiéndole al discurso rancio del extremismo unas dosis de desfachatez independentista. Es el caso del diputado Gabriel Rufián, que sube a la tribuna con un único propósito: provocar. El problema, el único problema, de este tipo de diputados es que no suelen tener en cuenta que también la provocación acaba convirtiéndose en rutina. Se ven abocados a una espiral de superación de sí mismos para que el auditorio no se les aburra. Y en esa escalada, pueden terminar convertidos en ridículas caricaturas incapaces de hilvanar una sola frase coherente.

placeholder El portavoz adjunto de ERC, Gabriel Rufián, durante la tercera sesión del debate de investidura. (EFE)
El portavoz adjunto de ERC, Gabriel Rufián, durante la tercera sesión del debate de investidura. (EFE)

Mezclar las desapariciones en España con las manifestaciones en Cataluña o la defensa de las esteladas con el general Yagüe, ‘el carnicero de Badajoz’, solo son síntomas del intento vano del diputado Gabriel Rufián de mantener la expectación en torno a su discurso. Pero el efecto fue el contrario al esperado por Rufián; si la primera vez que intervino un escalofrío de preocupación recorrió el hemiciclo, esta vez ya nadie pareció asustarse por las cosas que dijera el diputado independentista. Peor aún para Rufián, lo que desató alguna de sus expresiones fue una carcajada. Por lo irrisorio de frases alambicadas que acaban en absurdo: “¿Por qué para que los niños catalanes estudien inglés tienen que hacer matemáticas en castellano? ¿Se dan cuenta que son ustedes monolingües diciéndole a bilingües que deben ser trilingües?”

Y el picarillo gordo… La sesión de investidura de Mariano Rajoy no hubiera completado un cuadro perfecto de la situación política española si no se hubiera deslizado durante la última votación la propuesta de José Manuel Soria para ocupar un alto cargo en el Banco Mundial. Cuando el exministro de Industria dimitió, enredado en su propia telaraña de mentiras tras la denuncia de El Confidencial, el Partido Popular, que había forzado su renuncia, lo presentó como un ejemplo de la lucha contra la corrupción. "Soria ha dinamitado su credibilidad como persona y como cargo público", dijo entonces el portavoz parlamentario del PP, Rafael Hernando. Eso fue en abril pasado. Tan solo cinco meses después en el PP deben entender que la sociedad española se ha olvidado de todo.

Ya está rehabilitado para un nuevo cargo bien remunerado, 226.000 euros libres de impuestos. “Si una persona abandona la política y vuelve a su carrera, no creo que pase nada si esa persona quiere seguir ejerciéndola”, dijo este sábado Cospedal como si José Manuel Soria hubiera ganado unas oposiciones en el Banco Mundial. Rajoy puso un huevo, y después de todo el trámite parlamentario, la sartén, el aceite, la sal, el picarillo gordo lo comió. De hecho, el picarillo fue el único que salió investido del debate.

Hay mil versiones pero todas coinciden en el final. La de mi abuela era la siguiente, mientras cogía uno a uno los dedos de la mano: “Este puso un huevo, este cogió la sartén, este lo frio, este le echó sal y este picarillo gordo se lo comiooooó”. En el regazo, llegaban las cosquillas y las risas, por muy previsible que fuera el final, repetido en cientos de ocasiones anteriores, por esa capacidad que tienen los niños de asistir siempre con el mismo entusiasmo a una historia, a un cuento o una broma que conocen de memoria porque la han visto y oído cien veces. Por eso, podríamos concluir que la política española de la actualidad, tan repetida, se ha instalado en esa reiteración infantil. Y si en los niños es síntoma de inteligencia, como sostienen los psicólogos, en los adultos debe considerarse una prueba inequívoca de pobreza intelectual o de burla. Depende.

Mariano Rajoy Ciudadanos