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Orgulloso de España, cansado de disparates
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Javier Caraballo

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Orgulloso de España, cansado de disparates

Cada uno entiende España, y debe respetarse así, como desea. Pero españoles. Soy andaluz porque soy español y soy español porque soy andaluz

Foto: El Rey, en una imagen del Día de la Fiesta Nacional de 2015. (EFE)
El Rey, en una imagen del Día de la Fiesta Nacional de 2015. (EFE)

El español lo máximo que ha admitido de sí mismo como valor a lo largo de la historia es que tiene muchos huevos, la legendaria 'furia española', que parece que nos ha identificado siempre. Desde Viriato hasta nuestros días, seguro que podemos encontrar en cada generación a alguien que, como Pompeyo Trogo en el siglo I antes de Cristo, haya dicho que “los hispanos prefieren la guerra al descanso y, si no tienen enemigo exterior, lo buscan en casa”. Veintiún siglos de tozudez, que ya es decir, sin haber logrado aún autodestruirnos. De ese sino no nos hemos desprendido jamás, nos ha acompañado siempre, pero es posible que sea en nuestros días cuando esté alcanzado mayores cotas de imbecilidad y de absurdo.

El dolor de España siempre ha estado ahí, pero ahora se manifiesta, como en la sentencia marxista, en su cara más grotesca. Podemos fijarnos en algunos sucesos de los últimos días, distantes entre sí, pero que generan polémicas simétricas sobre una misma anomalía, la imposibilidad que tiene el español de contemplarse a sí mismo como español con normalidad.

Lo de estos días, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Badalona tras la decisión de su equipo de gobierno de prescindir de la festividad del 12 de octubre con el argumento de que “es una fecha que conmemora un genocidio, el de la ocupación de América, y tiene connotaciones franquistas y antidemocráticas”, según ha explicado su alcaldesa. Podría considerarse una mera extravagancia radical si no fuera porque, tal y como están las cosas, podemos estar a un tris de que el discurso se haga oficial en la izquierda española, que siempre tiene la tentación de reinventarse con lo que nunca le ha sido propio, como es el independentismo o el discurso bolivariano sobre el Descubrimiento de América, confundiendo radicalismo con progresía.

Dicen que España es el único ejemplo en la historia en que sus habitantes acaban asumiendo como propia la falsa propaganda que se hizo contra ellos

Es decir, que ni genocidio, ni ocupación, ni franquista, ni antidemocrático. Por la sencilla razón de que al mundo de hace 500 años no se le pueden aplicar los conceptos políticos y morales de la actualidad. Sería como condenar a los faraones del Antiguo Egipto por no respetar las relaciones laborales del Estatuto de los Trabajadores y pedir luego la destrucción de las pirámides por ser un símbolo de opresión. ¿Qué es eso de que el Descubrimiento de América tiene raíces antidemocráticas, por favor? Como reprocharle a Julio César que no sometiera a referéndum el paso del río Rubicón.

El filósofo e historiador norteamericano Will Durant, autor de 'Historia de la Civilización', lo resumía bien en una sola frase: “Ninguna gran civilización ha sido conquistada jamás sin antes haberse destruido a sí misma”. Como han documentado tantos historiadores, la conquista de América por parte de los españoles no hubiera sido posible sin una degeneración extrema de las civilizaciones precolombinas. Bartolomé José Gallardo, un extremeño que fue bibliotecario de las Cortes de Cádiz, describió así lo ocurrido en el Descubrimiento: “Cuando Hernán Cortés llegó a México, el pueblo menos rudo de América, aquel imperio presentaba el espectáculo más horroroso de superstición y barbarie. La sangre humana se derramaba tan profusamente en holocausto a sus dioses que hasta se amasaba con ella una especie de pan bendito. Como la carne humana era el manjar de su dios, cuando faltaban víctimas, el sumo sacerdote se presentaba a su emperador y le decía: ‘Cacique, el dios tiene hambre’”.

Cada civilización, a largo de la historia, vive un momento de conquista, esplendor y declive que da paso a otra nueva civilización. Eso fue lo que ocurrió con América cuando llegaron los conquistadores españoles, de la misma forma que antes les ocurrió a Grecia, al Imperio Romano y luego al propio Imperio español. Y cuando se observan los disparates de la actualidad, es muy posible que sea lo que le está ocurriendo en la actualidad a Occidente.

El dolor de España siempre estuvo ahí pero ahora se manifiesta, como en la sentencia marxista, en su cara más grotesca. No hay más que ver los últimos días

Dicen algunos que España es el único ejemplo en la historia de la humanidad en que sus habitantes acaban asumiendo como propia la falsa propaganda que se ha hecho contra ellos, como ha ocurrido con la Leyenda Negra. Quizá por lo que se decía antes, porque la primera anomalía de un español comienza en uno mismo, arranca de lo más elemental, de lo que en ninguna otra parte suele discutirse. El orgullo de ser español es aquí un concepto polémico con la sola expresión de esas palabras. Puede hacer la prueba: lo dice en una reunión, aprovechando esta festividad de España en el 12 de octubre, y siempre habrá alguien que se lo reproche porque interprete que es algo trasnochado, propio de otros tiempos, cargado de otros significados, todos ellos detestables.

Esa es la anomalía, que en España es controvertido sentirse orgulloso de ser español. Los hay, incluso, que por esa inexplicable tensión que existe en el ambiente, por la imposibilidad de vernos como españoles con normalidad, llegan al disparate absurdo de actuar como celosos guardianes de las esencias patrias y estallan y descalifican a todo aquel que no entiende España como la entienden ellos. Lo ocurrido con Gerad Piqué, el futbolista del Barça, en la Selección española es un buen ejemplo de este absurdo ambiental de crispación y disparate en el que estamos. Pero deben saber que tanto daño le hacen a la idea de España los disparates de Badalona como las cacerías reaccionarias de algunos que presumen de españolidad.

Cada uno entiende España, y debe respetarse así, como desea. Pero españoles. Yo no soy ni de pulseritas ni de símbolos, no me mueven los himnos ni los golpes de pecho, no me emocionan ni los juramentos de bandera ni los discursos engolados. Soy andaluz porque soy español y soy español porque soy andaluz. Mi concepto de patria está vinculado con los muertos y con el disfrute; los muertos son las raíces y el disfrute aporta la satisfacción de vivir. Los muertos dan las raíces porque, como le decía José Arcadio Buendía a su esposa Úrsula, “uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra”, y ahí, en esta tierra, están enterrados el sudor de mi padre, el esfuerzo de mis antepasados, el sacrificio, el dolor y la sangre de todos los que lucharon por una España mejor, libre y próspera. El disfrute aporta la satisfacción de reconocerte en cada rincón de España, de gozar, de disfrutar con las costumbres, de aprender de las gentes, de admirar los paisajes.

Me emocionan tanto Castilla como La Rioja, me abrazo a Galicia y La Mancha, me atrapa Cataluña, me desborda Madrid, me emboban el País Vasco y Asturias...12 de octubre, Día de España. Escribe la palabra orgullo a continuación.

El español lo máximo que ha admitido de sí mismo como valor a lo largo de la historia es que tiene muchos huevos, la legendaria 'furia española', que parece que nos ha identificado siempre. Desde Viriato hasta nuestros días, seguro que podemos encontrar en cada generación a alguien que, como Pompeyo Trogo en el siglo I antes de Cristo, haya dicho que “los hispanos prefieren la guerra al descanso y, si no tienen enemigo exterior, lo buscan en casa”. Veintiún siglos de tozudez, que ya es decir, sin haber logrado aún autodestruirnos. De ese sino no nos hemos desprendido jamás, nos ha acompañado siempre, pero es posible que sea en nuestros días cuando esté alcanzado mayores cotas de imbecilidad y de absurdo.