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Hipocresía y muerte de una prostituta
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Javier Caraballo

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Hipocresía y muerte de una prostituta

¿De verdad cree usted que si la mujer muerta no fuera una prostituta, sino cualquier otra trabajadora, hubiéramos reaccionado igual?

Foto: Vista del club California de Estepona inundado tras las lluvias registradas en la región. (EFE)
Vista del club California de Estepona inundado tras las lluvias registradas en la región. (EFE)

La noticia es conocida, aunque en las crónicas publicadas es bastante común que se obvien los detalles más escabrosos o explícitos. En cualquier caso, lo esencial ha trascendido: a las 9:37 de la mañana del pasado domingo, una joven rumana dedicada a la prostitución llama a su amiga porque, al despertarse, el club de alterne en el que dormía se está inundando.

En Estepona, como en el resto de la Costa del Sol, una agresiva tormenta ha descargado más de 200 litros de agua desde la tarde del sábado y son incontables las llamadas de emergencia. Desesperada, Alicia, que es el nombre con el que “era conocida en el mundo de la noche”, según se ha detallado en las informaciones publicadas, pide auxilio. “Le dije que intentara salir, pero me respondió que no podía, que había mucha agua. Entonces, le dije que se subiera a la barra, que es bastante alta. Solo me dio tiempo a decirle: ‘Tranquila, que ahora mismo te mando a los bomberos’. Y se cortó”, ha relatado al diario 'Sur' la amiga de Alicia, la última persona que habló con ella. Cuando llegaron los bomberos, Alicia ya se había ahogado porque el puticlub en el que se encontraba es una especie de semisótano, en un terreno en pendiente y a tres metros bajo rasante, que muy pronto se anegó por completo.

Ahora llega la pregunta: ¿qué hubiera ocurrido si la mujer muerta no fuera una prostituta sino una limpiadora sin contrato o una joven telefonista de un 'call center' clandestino? Muy fácil: si la mujer que ha muerto en ese puticlub de Estepona no fuera prostituta, sino cualquier otra trabajadora en situación ilegal en su empresa, el escándalo hubiera sido mayúsculo y ya habría registradas en el Congreso varias iniciativas para exigir una comisión de investigación. Y manifestaciones de asociaciones feministas en la calle: “La precariedad laboral mata a las mujeres”. Pero era una prostituta y nadie se pregunta por la relación que puede tener con la muerte la situación de alegalidad en que se encuentra la prostitución en España.

La opacidad que genera esta extraña situación legal es una manta sobre la realidad de ese colectivo, una manta de hipocresía que tapa la verdad, con lo que, al final, se toleran las mayores injusticias hacia las mujeres que se dedican a la prostitución. Opacidad, sí, incluyendo, por supuesto, la imposibilidad de diferenciar con claridad al colectivo de mujeres que ejercen la prostitución voluntariamente de aquellas otras que son víctimas de trata de blancas y se encuentran en esos clubes de alterne en situaciones inhumanas de explotación, de esclavitud.

Existen varios colectivos que aglutinan a las prostitutas en España que reclaman lo mismo: ser oídas, atendidas, respetadas, reconocidas

¿Se hubiera permitido a una empresa de otro gremio, que no fuera el de los clubes de alterne, que se instalara en un semisótano? ¿Se les aplica la misma normativa de seguridad que a otras empresas, o por tratarse de una actividad alegal se mira para otro lado? Si hubiera inspecciones fiscales y laborales a las prostitutas, como de cualquier otro negocio con sus trabajadores, ¿se evitarían situaciones como la de Alicia, que dormía allí porque no conseguía alquilar un piso al no tener un contrato de trabajo, según confirmó su amiga? En el periódico local ‘Estepona Press’, se detalla que se trataba de un local “muy frecuentado, ya que se encuentra en la parte posterior del centro comercial Costasol, pegado a un vial de servicio junto a la salida de la autovía A-7. El cartel es muy visible en la carretera. Allí se anuncian: 'escorts', 'showgirls', 'striptease', 'show' y buen ambiente nocturno”. Esa es la hipocresía en la que vivimos, la que se deriva de esa estampa que es como una metáfora perfecta de la prostitución en España. En el mismo edificio, en la parta de arriba, un centro comercial, con todos los negocios legalizados, trabajadores contratados y reconocidos en sus derechos; en el sótano, un club de alterne, alegal, con trabajadoras a las que la sociedad no quiere reconocer.

Foto: Natalia Ferrari (Fotos: Enrique Villarino)
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“Hipocresía social”, lo llama Cáritas en un interesante informe titulado 'La prostitución desde la experiencia y la mirada de Cáritas'. En ese estudio, Cáritas no pontifica, como hacen tantos cuando se refieren a la prostitución, ni se parapeta tras una intransigente moral supuestamente cristiana, sino que recuerda la cita bíblica: “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios”. Lo que sí propone Cáritas es todo lo contrario, analizar la realidad sin complejos, con la verdad que tenemos delante. “Los cristianos tenemos un reto en lo que se refiere a nuestro pronunciamiento sobre esta cuestión que mueve ingentes cantidades de riqueza y salta fronteras físicas e ideológicas en sus múltiples manifestaciones (…) Más que condenar o victimizar a las personas que están en prostitución, se debería buscar el modo de tener en cuenta sus resortes, recuperar y valorar su palabra al establecer el juicio sobre este fenómeno, y proponer alternativas”.

¿Qué hubiera ocurrido si la mujer muerta no fuera una prostituta sino una limpiadora sin contrato o una joven telefonista de un 'call center' clandestino?

Existen varios colectivos que aglutinan a las prostitutas en España, como Hetaria, que reclaman lo mismo: ser oídas, atendidas, respetadas, reconocidas. “Cuando hablamos de prostitución, las ideas siempre se repiten, son las mismas: o nos victimizan o nos criminalizan. Lo que perseguimos es el reconocimiento de derechos laborales en el trabajo sexual teniendo en cuenta a las protagonistas: ‘trabajadoras del sexo’, ‘prostitutas’, ‘putas’, ‘meretrices’. Así es como nos nombramos y autonombramos las mujeres que estamos organizadas y exigiendo derechos laborales y sociales desde hace años”. Todo lo contrario, por cierto, de lo que defienden los colectivos feministas y de ‘mujeres progresistas’, que se oponen frontalmente a cualquier legalización con un argumento repetido: “Una sociedad que organiza la prostitución adoptando un modelo de reglamentación, sea cual fuere y por muy original que a sus proponentes les resulte, como decimos, experiencias y antecedentes hay muchos, estatuye un modelo normativo de desigualdad, en el que las mujeres quedan representadas como productos de consumo sexual”.

A las 9:37 de la mañana sonó un teléfono en Estepona. Era Alicia, una joven rumana de 27 años dedicada a la prostitución. Dormía en el club de alterne porque, sin contrato de trabajo, nadie le alquilaba un piso. Murió ahogada, intentando encontrar un hueco de aire en el techo, subida en la barra de aquel puticlub ‘enterrado’ en un semisótano, mientras el agua entraba con fuerza por las ventanas. Y ahora, volvamos a la pregunta inicial: ¿de verdad cree usted que si la mujer muerta no fuera una prostituta, sino cualquier otra trabajadora, hubiéramos reaccionado igual?

La noticia es conocida, aunque en las crónicas publicadas es bastante común que se obvien los detalles más escabrosos o explícitos. En cualquier caso, lo esencial ha trascendido: a las 9:37 de la mañana del pasado domingo, una joven rumana dedicada a la prostitución llama a su amiga porque, al despertarse, el club de alterne en el que dormía se está inundando.

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