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España, la patria secuestrada
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Javier Caraballo

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España, la patria secuestrada

Manuel Alcántara suele referirse a sí mismo, a la explicación de sí mismo, como un niño de la guerra que es capaz de amar España por encima de todas las cosas

Foto: Celebracion el 81 cumpleaños del poeta Manuel Alcántara.(Fundación Manuel Alcántara).
Celebracion el 81 cumpleaños del poeta Manuel Alcántara.(Fundación Manuel Alcántara).

Le acercaron la tarta de cumpleaños a la mesa en la que estaba y el guion de lo que ocurrió luego pudo haberlo escrito John Huston porque Manuel Alcántara, sin pensarlo, acercó un cigarrillo a la vela de cumpleaños y lo encendió. Con la primera bocanada de humo de su cigarrillo negro, la llamita de los 89 años comenzó tintinear y se acabó apagando. De cuantas reacciones se pueden esperar en un alevín de nonagenario, esta era desde luego la más inesperada, la más inusual, la más auténtica. Imágenes que van grabando la leyenda de un hombre y que solo sirven para ilustrar en la memoria aquello que va diciendo. Se oyeron aplausos al apagarse la vela y cuando Alcántara cogió el micrófono para dar las gracias, lo que surgió allí, con tres palabras sencillas, fue el alma de un país que ya solo conservan unos pocos. “Como malagueños, tenemos que estar a la altura de Málaga, y como españoles, tenemos que estar a la altura de España; esa es nuestra obligación”, dijo Alcántara con la voz firme y temblorosa de sus muchos años, cansada y segura. Tan fácil, tan humilde, tan kennediano. No hizo falta que dijera nada más para que apareciera un patriotismo que no existe en España, que nos ha dejado huérfanos de orgullo, ayunos de ese sentimiento.

El patriotismo sencillo de la infancia y de la tierra, el orgullo de ser y de haber sido, del paisaje y del hombre, de los pueblos y de los caminos. El orgullo de España, ni fascista ni bolivariano, la patria sin más apellidos, desinteresada de banderías, la patria que solo es posible encontrar en españoles como Manuel Alcántara porque son los únicos que guardan, como una esencia, el patriotismo que se perdió con la Guerra Civil y la dictadura que vino después, que lo arrasó. Alcántara suele referirse a sí mismo, a la explicación de sí mismo, como un niño de la guerra que es capaz de amar España por encima de todas las cosas porque ha aprendido que este país se sobrepone constantemente a su inercia autodestructiva. "Es la única ventaja de los llamados ‘niños de la guerra’, que somos los ancianos de ahora. Los que sobrevivimos a la cartilla de racionamiento y a los mutuos bombardeos y al tifus exantemático no nos parte un rayo de los habituales". En esa España de la que habla Alcántara, como último testigo, se hablaba de la patria como un dolor, pero porque la patria dolía. España dolía porque España existía como sentimiento, que es el pesimismo que late en toda la generación del 98 y que se alarga hasta el abismo del 36, en el que se precipita todo.

En esa España de la que habla Alcántara, como último testigo, se hablaba de la patria como un dolor, pero porque la patria dolía

En esa España que hoy retiene Alcántara en su pecho, Juan de Mairena advertía a sus alumnos que el concepto de patria aquí es distinto al de otras naciones. "Reparad en la historia de España y veréis que la patria aquí es más pasional que sentimental. Y no conviene confundirlos, porque ya sabéis, porque la patria es asunto de hombres, que la pasión es ocasional y fugaz, mientras que el sentimiento se va sedimentando con los años y tiende a hacerse estable". En esa misma España de Antonio Machado, la España a la que le dolía España, Miguel de Unamuno pronunció un discurso memorable en el Congreso de los Diputados, el 11 de septiembre de 1931, en defensa de la oficialidad del castellano que acabó con este concepto grande: “España no es nación, es renación; renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial”.

La misma España que alguien tan español como Gerald Brenan definía como "el país de la patria chica" en 'El laberinto español'. "En lo que puede llamarse su situación normal, España es un conjunto de pequeñas repúblicas, hostiles o indiferentes entre sí, agrupadas en una federación de escasa cohesión. En algunos grandes periodos (el Califato, la Reconquista, el Siglo de Oro) esos pequeños centros se han sentido animados por un sentimiento o una idea comunes y han actuado al unísono; mas cuando declinaba el ímpetu originado por esa idea, se dividían y volvían a su existencia separada y egoísta”. La España, en fin, que ahora resume Manuel Alcántara en una sola frase cuando dice eso de que "España es ahora una unidad de desatino en lo universal".

¿De qué está hecha la tarta?, podrían haberle preguntado a Alcántara en ese momento y, como Bogart en 'El halcón maltés', tras una nueva bocanada de su cigarrillo, habría respondido: "Del material con el que se construyen los sueños". Y otra vez se quedaría temblando la vela encendida de su 89 cumpleaños con el deseo de un sueño noble donde cada uno de nosotros, generación tras generación, tendría que verse reflejado en sus padres y en sus abuelos, en sus deseos y sus sacrificios. ¿Qué ha sido de España? ¿Dónde está? España, en esta España que vivimos, la patria es un sentimiento que unos han escondido, que otros han secuestrado o han robado, y solo es posible encontrarlo aquí, sencillo y humilde, entre las bocanadas de humo negro y sorbos de dry martini de un niño de la guerra que sigue soñando con su patria española con un orgullo, ya sedimentado, que nadie le podrá arrebatar.

Le acercaron la tarta de cumpleaños a la mesa en la que estaba y el guion de lo que ocurrió luego pudo haberlo escrito John Huston porque Manuel Alcántara, sin pensarlo, acercó un cigarrillo a la vela de cumpleaños y lo encendió. Con la primera bocanada de humo de su cigarrillo negro, la llamita de los 89 años comenzó tintinear y se acabó apagando. De cuantas reacciones se pueden esperar en un alevín de nonagenario, esta era desde luego la más inesperada, la más inusual, la más auténtica. Imágenes que van grabando la leyenda de un hombre y que solo sirven para ilustrar en la memoria aquello que va diciendo. Se oyeron aplausos al apagarse la vela y cuando Alcántara cogió el micrófono para dar las gracias, lo que surgió allí, con tres palabras sencillas, fue el alma de un país que ya solo conservan unos pocos. “Como malagueños, tenemos que estar a la altura de Málaga, y como españoles, tenemos que estar a la altura de España; esa es nuestra obligación”, dijo Alcántara con la voz firme y temblorosa de sus muchos años, cansada y segura. Tan fácil, tan humilde, tan kennediano. No hizo falta que dijera nada más para que apareciera un patriotismo que no existe en España, que nos ha dejado huérfanos de orgullo, ayunos de ese sentimiento.

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