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Los jodidos militantes
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Javier Caraballo

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Los jodidos militantes

Los militantes, los jodidos militantes, han comenzado a ser un problema para los partidos cuando, al consultarlos, han comenzado a tomar decisiones al margen de esos aparatos

Foto: El ex secretario general del PSOE Pedro Sánchez saludando a su llegada al Parque Tecnológico de Dos Hermanas, donde anunció que se presentará a las primarias. (EFE)
El ex secretario general del PSOE Pedro Sánchez saludando a su llegada al Parque Tecnológico de Dos Hermanas, donde anunció que se presentará a las primarias. (EFE)

Está comprobado: como la verdad en las guerras, en un conflicto de partido los primeros sacrificados son los militantes. Porque estorban a los aparatos y a sus líderes; porque lo pueden estropear todo, porque como masa, como toda masa, es una superficie inestable sobre la que no se puede construir nada firme. Los militantes están bien cuando solo son eso, militantes, pero cuando se les transfiere el poder, se convierten en un peligro, en una amenaza de inestabilidad, en un riesgo innecesario. Los militantes, los militantes… pero quién coño son los militantes, que diría Jordi Pujol. Pues los militantes son, se quiera o no, el signo de estos tiempos, y aunque se intente, ya es demasiado tarde para que los partidos políticos intenten quitárselos de en medio. Como diría un político cursi y relamido, los militantes han venido para quedarse. Aunque acaben destrozándolo todo. Pero ¿cómo empezó este embrollo? ¿Cómo se ha llegado a esta situación?

Los militantes, los jodidos militantes, han comenzado a ser un problema para los partidos políticos cuando, al consultarlos, han comenzado a tomar decisiones al margen de esos aparatos y, en la mayoría de las ocasiones, en contra de esos aparatos. El mismo fenómeno que colocó a Donald Trump como candidato a la presidencia de Estados Unidos es el que ha aupado a Hamon en las elecciones primarias de la izquierda francesa y el que muchos esperan en España que devuelva a Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE. Tantas son las diferencias entre cada uno de esos tres líderes políticos, y tan distintas son las circunstancias de cada uno de ellos, que de lo primero que habría que huir es de la catalogación de estas oleadas de militantes como un fenómeno homogéneo. Dicho de otra forma, lo que no podría afirmarse con esos tres ejemplos es que estas mareas de militantes están dominadas por el populismo. Lo único que se puede detectar como común denominador es que, en todos los casos, el vuelco en favor de un candidato 'outsider' se produce como una reacción en contra del aparato del partido. Es la aversión a lo establecido lo que acaba creando un liderazgo nuevo; es la masa de militantes la que conquista a un candidato y lo hace suyo; no al revés, como ha sucedido siempre en política.

Los militantes son, se quiera o no, el signo de estos tiempos, y aunque se intente, ya es tarde para que los partidos intenten quitárselos de en medio

Para llegar a ese punto crítico de colapso del aparato de los partidos políticos, lo que ha ocurrido antes es que han sido los propios partidos políticos los que han generado una crisis severa de representatividad. El fenómeno es antiguo, se ha ido asentando al mismo tiempo que la crisis de las ideologías, y, a pesar de los estudios y las advertencias, ninguna de las medidas adoptadas ha conseguido frenarlo. Uno de los términos más interesantes al respecto es el que acuñaron Richard Katz y Peter Mair cuando hablaron del 'partido cartel': los partidos políticos se convierten en estructuras de poder elitistas, endogámicas y profesionalizadas, que solo tienen un objetivo, ganar elecciones, y se distancian progresivamente de sus bases electorales. ¿Afecta esa crisis a los partidos de izquierda más que a los de derecha? Tampoco en este aspecto convendría caer en grandes generalizaciones, porque las situaciones son variables, aunque en el caso español lo vivido hasta el momento nos llevaría a pensar que esa crisis de representatividad ha afectado más a la izquierda que a la derecha.

En cualquier caso, la realidad es que cuando la crisis de representatividad estalla, la consecuencia inmediata es que el ‘partido cartel’ comienza a perder en las elecciones. Es entonces cuando las élites que dominaban esos partidos pierden poder y son los militantes los que comienzan a gobernar desde las bases, menospreciando toda instrucción que provenga desde los líderes tradicionales. En el caso de España, la evolución ha sido distinta, aunque se haya llegado al mismo punto. Fue el Partido Socialista el que inició el camino de las primarias como respuesta a la crisis profunda en la que cayó cuando se agotó el felipismo.

Para salvar aquel escollo, en el PSOE optaron por las primarias como una huida hacia adelante. Un año después de perder las primeras elecciones que ganó la derecha en España, el congreso federal del PSOE aprobó en febrero de 1997 las elecciones primarias como modelo organizativo de futuro. “De nosotros se espera un comportamiento transparente y austero, porque son los componentes de nuestro ideario, nuestras señas como partido”, dijeron en aquel congreso. “Las primarias son innegociables. El debate se podrá centrar en procedimientos, criterios, métodos o lo que sea, pero no en el fondo. Ahí no hay debate”, recalcó Manuel Chaves, que tras la salida de Felipe González se convirtió en el principal referente histórico de los socialistas. En el PSOE andaluz lo recalcaron con más ímpetu aún: “Con las primarias, le hemos metido un gol por la escuadra a la derecha”.

Lo dijo Chaves y después lo repetiría con golpes de pecho Rodríguez Zapatero, aunque ninguno de los dos se presentaron jamás a unas elecciones primarias. Porque nada más implantarse ese modelo, el PSOE empezó a experimentar con Joaquín Almunia que el voto de los militantes es ingobernable, salvaje, al contrario que el voto de los delegados a un congreso, que suelen ser votos controlados, domesticados. Las primarias, el voto soberano de los militantes, se han rebelado contra quienes se apoyaron en ese modelo como salvavidas de su propia crisis. Y es ahora, 20 años después, cuando la militancia se muestra más díscola, más irreverente, más inesperada. Después de lo ocurrido en Francia, no faltará quien de nuevo levante la voz en el PSOE para que se eviten unas elecciones primarias de resultado incierto. O por lo menos, para que no se convoquen primarias en el PSOE si, previamente, no se controlan al extremo los censos de votantes. La cuestión es que, como ha dicho alguna vez Odón Elorza, desde el comité federal de octubre lo que hay en el PSOE es “una militancia jodida”. Pues atentos todos, jodidos militantes, a los meses que faltan porque en las primarias del PSOE puede ocurrir de todo.

Está comprobado: como la verdad en las guerras, en un conflicto de partido los primeros sacrificados son los militantes. Porque estorban a los aparatos y a sus líderes; porque lo pueden estropear todo, porque como masa, como toda masa, es una superficie inestable sobre la que no se puede construir nada firme. Los militantes están bien cuando solo son eso, militantes, pero cuando se les transfiere el poder, se convierten en un peligro, en una amenaza de inestabilidad, en un riesgo innecesario. Los militantes, los militantes… pero quién coño son los militantes, que diría Jordi Pujol. Pues los militantes son, se quiera o no, el signo de estos tiempos, y aunque se intente, ya es demasiado tarde para que los partidos políticos intenten quitárselos de en medio. Como diría un político cursi y relamido, los militantes han venido para quedarse. Aunque acaben destrozándolo todo. Pero ¿cómo empezó este embrollo? ¿Cómo se ha llegado a esta situación?

Pedro Sánchez Política