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Alberto Garzón, Zozulya y los ultras
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Javier Caraballo

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Alberto Garzón, Zozulya y los ultras

Cometer la estupidez de conceder a los ultras de los equipos de fútbol el fin noble de una ideología, de unos principios, de unos valores, es el mayor disparate que se puede esperar

Foto: Un momento de la concentración llevada a cabo a las puertas del estadio de Vallecas, en protesta por la cesión del jugador ucraniano Roman Zozulya. (EFE)
Un momento de la concentración llevada a cabo a las puertas del estadio de Vallecas, en protesta por la cesión del jugador ucraniano Roman Zozulya. (EFE)

Dan más miedo los idiotas que los ultras, puedo asegurarlo. Por lo de siempre, porque a los ultras se les ve venir, se les identifica, se les puede perseguir y, llegado el caso, hasta se les puede condenar y encarcelar. Pero no existe ninguna ley, en ningún país del mundo, que nos libre de los idiotas. A diferencia de los ultras, los idiotas pueden pasar desapercibidos, porque no tienen esa estética radical de cabezas rapadas, tatuajes en el cuello y capuchas de chándal, y porque, además, pueden llegar a ocupar puestos de una gran relevancia desde los que propagan con facilidad, y hasta con dotes de persuasión, sus efectos más perniciosos, más nocivos. Es como un gas incoloro e inodoro que adormece, que atonta, antes de que nadie pueda darse cuenta de los efectos.

Dan más miedo, que sí. Y en los últimos días hemos vuelto a comprobarlo con la que se ha montado en España con el extravagante fichaje de un jugador de fútbol al que unos grupos ultras acusaban de ultra. Entiéndase bien el disparate, ultras que acusan a otros de ser ultras, aunque de distinto signo. ¿No es para salir corriendo? Pues en torno a ese enredo, se ha montado un espectáculo patético de moralina y superchería ideológica. Lamentable.

Zozulya vuelve al Betis tras no cerrar su fichaje con el Rayo

El futbolista en torno al cual se ha organizado todo el conflicto es un jugador internacional ucraniano, Roman Zozulya, que el verano pasado aterrizó en el Real Betis Balompié. Como en el equipo verdiblanco lleva metidos los mismos goles que llevo yo, hace un par de semanas lo traspasaron al Rayo Vallecano, que está necesitado de delanteros para volver a Primera División. Nada más llegar a Madrid, un grupo de ultras del Rayo recibió al futbolista con insultos y pancartas, al considerarlo un activo militante de extrema derecha de su país. “Vallekas no es lugar para nazis. Vete ya” y “Zozulya not welcome”, decían los llamados ‘Bukaneros’, que son el grupo ultra que toma asiento en las gradas del Rayo Vallecano.

El diagnóstico inmediato, como se apuntaba antes, está claro: se trataba, en todo caso, de unos ultras que acusan a otro individuo de ser un ultra. Con lo cual, lo único prudente, decente, era alejarse de cualquier espiral de radicalismo que se quisiera establecer, pero no fue eso lo que ocurrió. Empezando por muchos medios de comunicación en los que podían leerse titulares escandalosamente frívolos que solo parecían buscar más gasolina para el fuego que estaba naciendo. “El Rayo desoye a su afición y sigue adelante con el fichaje del ‘nazi’ Zozulya”. Cosas así.

Foto: Roman Zozulya, con seguidores de la selección de Ucrania, durante la Eurocopa de Francia. (Reuters)

¿Pero de verdad es nazi ese futbolista? Entrar en esta cuestión, querer responder a esa pregunta, puede parecer, a simple vista, que es lo fundamental, pero se trata de todo lo contrario. Aun así, debe quedar claro que el tal Zozulya no ha realizado jamás ni una sola declaración que pueda tacharse de nazi o filonazi, que incluso lo ha negado expresamente, y que lo único que se le ‘imputa’ son unas fotos con una organización militar, el llamado Ejército del Pueblo, que defiende a Ucrania del continuo acoso de Rusia por anexionársela. Es más, existen evidencias de que han sido los medios oficiales rusos los que han difundido esa asociación entre los patriotas ucranianos y los movimientos nazis para exculparse.

Pero, insisto, eso es lo de menos, porque el problema de fondo en todo esto es meterse en ese avispero de ultras y tomar partido por uno de ellos. El error, el gravísimo error, tan extendido, está en conceder una ideología a los grupos ultras de los estadios de fútbol. ¿Quién se puede creer que los ultras de cualquier equipo de fútbol son de izquierda o de derecha? Han elegido esa nomenclatura, los ultras no los aficionados, para justificar sus batallas, como si se hubieran dividido entre partidarios de rubios y morenos, de negros y blancos, de Mickey y de Mortimer. El núcleo de esos grupos ultras, o de la mayoría de ellos, que ocupan una zona de todos los estadios de fútbol son grupos de tipos violentos que utilizan el fútbol para organizar sus barbaridades.

Cometer la estupidez de conceder a los ultras de los equipos de fútbol el fin noble de una ideología, de unos principios, de unos valores, es el mayor disparate que se puede esperar. La máxima creación intelectual a la que puede aspirar uno de esos ultras es ese cántico que entonan con el esfuerzo enorme de colocar la boca redonda como una alcantarilla: “lo, lo, lo, lo, looooo”. Todo lo demás son consignas que repiten como papagayos sin saber, siquiera, qué representan y qué significan. “El que no baile es un neonazi”, “no pasarán”, cantaban el domingo en la grada del Rayo Vallecano, pletóricos con su triunfo.

Concederles a esos ultras el valor de una ideología es un ultraje al propio concepto de la ideología. Pero aquí siempre hay alguien dispuesto a volcarse de lleno; un tipo como Alberto Garzón, que considera que lo ocurrido con Zozulya es un acto “de dignidad” del pueblo, nada menos que de 'dignidad', dice el hombre que ocupa el sillón en el que un día estuvo sentado Julio Anguita. En su cuenta de Twitter, escribió: “Que la afición del Rayo presione para que no esté en su plantilla un neonazi me parece un ejemplo de dignidad”. Y miles y miles de personas lo aplaudieron. Si da pavor pensar en lo rápido que se puede etiquetar a una persona y colocarla en el disparadero, sin que medie la menor prevención, más miedo da esta proliferación de la estupidez en España.

Dan más miedo los idiotas que los ultras, puedo asegurarlo. Por lo de siempre, porque a los ultras se les ve venir, se les identifica, se les puede perseguir y, llegado el caso, hasta se les puede condenar y encarcelar. Pero no existe ninguna ley, en ningún país del mundo, que nos libre de los idiotas. A diferencia de los ultras, los idiotas pueden pasar desapercibidos, porque no tienen esa estética radical de cabezas rapadas, tatuajes en el cuello y capuchas de chándal, y porque, además, pueden llegar a ocupar puestos de una gran relevancia desde los que propagan con facilidad, y hasta con dotes de persuasión, sus efectos más perniciosos, más nocivos. Es como un gas incoloro e inodoro que adormece, que atonta, antes de que nadie pueda darse cuenta de los efectos.

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