Es noticia
Utrera Molina, el último franquista
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Utrera Molina, el último franquista

Mantuvo las mismas convicciones en los muchos años de democracia que vivió. Como a todos los franquistas, comenzaron a retirarle honores para no dejar rastro alguno de su paso por la historia

Foto: Una persona canta el himno falangista a la salida del féretro del fallecido José Utrera Molina. (EFE)
Una persona canta el himno falangista a la salida del féretro del fallecido José Utrera Molina. (EFE)

El último franquista se ha muerto en la cama. ¿Debería rebelarnos? Lo que indica lo políticamente correcto, o más bien lo que ordena, es que el hecho en sí, con independencia de cualquier otro análisis, debe provocar, tiene que provocar, indignación y protestas en la ciudadanía y, sobre todo, en las instituciones. Tiene que ser así porque, de no serlo, constituiría un acto de complicidad con el franquismo. No hay peros posibles: todo franquista, por el mero hecho de serlo, tiene que se considerado un asesino. Y como tal, repudiado, apartado, vilipendiado. ¿No es eso lo que dicta la corrección política del momento? Pues eso es, sencillamente, una atrocidad, una barbaridad y un despropósito histórico. Así que aprovechemos que se ha muerto en la cama el último franquista para empezar a nadar a contracorriente, con la esperanza de que el cauce cambie algún día.

El último franquista se llamaba José Utrera Molina y fue uno de los principales actores del post franquismo. En el sentido estricto, no era el último ministro de Franco que quedaba vivo (aún siguen con vida otros cuatro, Antonio Carro, Fernando Suárez, José María Sánchez-Ventura y José María López de Letona), pero sí era el más relevante desde el punto de vista político. Frente a otros ministros más técnicos, Utrera Molina representaba los valores fundamentales del franquismo, de hecho fue secretario general del Movimiento, ministro y vicepresidente de Francisco Franco.

Es decir, un perfecto franquista que, por si fuera poco, mantuvo las mismas convicciones en los muchos años de democracia que pudo vivir hasta su muerte, la pasada semana en Nerja. Si sabemos de la noticia de su muerte ha sido, sobre todo, porque en el mismo entierro algunos de sus amigos lo despidieron con el brazo el alto, la camisa azul y el Cara al Sol. Con lo cual, tanto la Junta de Andalucía como el Gobierno de la nación ya han remitido el asunto a sus servicios jurídicos para ver si existe una vulneración de las leyes de Memoria Histórica, tanto la nacional como la andaluza.

En ese ambiente de condena, ¿quién se puede atrever a decir algo bueno de un ser como Utrera Molina? Es imposible, sería una temeridad, y, precisamente por eso, me rebela. Porque a cualquier demócrata debería repudiarle la existencia de esos vetos previos, las prohibiciones ambientales, las ‘verdades’ incuestionables. Cuando se lucha y se condena una dictadura, lo que se persigue libertad y en España nadie puede hablar con libertad del franquismo. Así que ya está bien de imposiciones, de imposturas y de sectarismo.

Andalucía y el Gobierno han remitido las exaltaciones falangistas del entierro a sus servicios jurídicos por si se vulnera la Memoria Histórica

Digamos de una vez por todas que la condena del franquismo y el repudio de las atrocidades del fascismo no incluye el repudio y la condena de todo lo que ocurrió durante la dictadura y de todos los que participaron en ella. También en los cuarenta años de franquismo hubo personas y acciones que fueron muy positivas para el progreso y el bienestar de los españoles. Si cuando se murió Fidel Castro fue posible reconocerle los avances y el esfuerzo de esa dictadura en la universalización de los sanidad y de la educación en Cuba, ¿por qué cuando hablamos del franquismo hay que hacer tabla rasa y considerarlos a todos unos despreciables asesinos y genocidas? ¿Por qué tengo ahora mismo esta sensación de estar escribiendo sobre el franquismo con el temor de pronunciar alguna palabra inadecuada, que no se acoja a lo políticamente correcto?

Foto: José Utrera Molina y Rodolfo Martín Villa (EFE)

Muchos de los que acompañaron a Utrera Molina en su último adiós no tenían nada que ver con el fascismo, ni con la dictadura, pero sí con la persona. Uno de ellos fue Manuel Alcántara, excelente poeta, maestro de periodistas y referencia viva de todos los columnistas españoles. Alcántara y Utrera Molina se criaron juntos en Málaga; estalló la Guerra Civil y ninguno de los dos pasaba de los diez años cuando jugaban por las calles, corriendo detrás de una pelota. En 2008, en plena efervescencia de las oleadas revisionistas de Zapatero para resucitar el franquismo en la sociedad española, a Utrera Molina, como a todos los franquistas, comenzaron a retirarle los honores y condecoraciones, para no dejar rastro alguno de su paso por la historia. Si en una capital, como Sevilla, impulsó la construcción de algunas barriadas que le proporcionaron una vivienda digna a miles y miles de personas o si trabajó por la construcción de escuelas públicas, no debe mencionarse siquiera; ni una sola referencia en el callejero y ni una sola mención en la historia de las instituciones.

En esas, Manuel Alcántara tuvo el valor de salir en su defensa porque “hace falta ser brutos para intentar restarle a un hombre cabal lo que ha venido sumando a lo largo de los años y también hace falta ser ladrón para robarle a alguien los honores acumulados.” Lo que debe rebelar ahora Manuel Alcántara será pensar en aquella estampa de los dos jugando por las calles de Málaga, “dos niños a los que les bombardearon la infancia”, y que transcurrida una vida entera todas las instituciones se vuelcan en homenajes y reconocimientos para él mientras que a su amigo Utrera Molina se le borra y se le escupe en la memoria como si fuera un vil asesino.

[Ley andaluza de memoria Histórica]

Aquel artículo lo remataba Alcántara con una sentencia: “¡Qué razón tenía don Gregorio Marañón cuando me dijo que ‘las guerras civiles duran un siglo’! Hace falta que se liquiden tres generaciones para que la llamada ‘memoria histórica’ no chorree sangre”. La última ley de Memoria Histórica de España se aprobó recientemente en el Parlamento andaluz por unanimidad. En el preámbulo se dice que “el objeto de la Ley es la regulación de la política pública para la recuperación de la Memoria Democrática de Andalucía, con el fin de garantizar a la ciudadanía andaluza el derecho a conocer la verdad de los hechos acaecidos”. Dice eso, que lo que se persigue es conocer la verdad, pero no es así. A Utrera Molina se le quiere aplicar ahora esa ley para perseguirlo hasta después de muerto, pero no para conocer la verdad. Y yo quiero conocer la verdad, sea cual sea; no quiero que se me imponga una versión de la historia, como ocurre en todas las dictaduras.

Alfonso Lazo es un histórico militante del PSOE de Sevilla, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y, por su propia experiencia, un ejemplo muy relevante del absurdo revanchista de la Memoria Histórica. Al padre de Alfonso Lazo lo fusilaron en la Guerra Civil, pero no lo fusiló Franco sino los milicianos que defendían la República: “Mi padre murió asesinado en Paracuellos del Jarama de una manera monstruosa e inexplicable. Lo detuvieron unos milicianos anarquistas en el hotel Velázquez de Madrid, donde se alojaba junto a su familia camino del veraneo en San Sebastián. Mi madre iba a visitarlo todos los días a la cárcel y me llevaba a mí en brazos. Un día de noviembre le dijeron que lo habían fusilado. No conocía a nadie en Madrid, por lo que no tenía enemigos; lo mataron por estar alojado en un hotel que ni siquiera era demasiado lujoso”.

A pesar de esos orígenes, o mejor, precisamente por esos orígenes, Lazo, que desde joven ha militado en el marxismo, en el socialismo, se rebela cuando, ignorantes desaprensivos, remueven los rescoldos de aquel rencor. “No lo perdono; eso no se lo perdono a Zapatero”, suele repetir Lazo. “Es una aberración desde el punto de vista moral. En España se hizo una cosa grandiosa que fue la Transición, reconocer los crímenes por parte de los dos bandos e intentar olvidarlos. Recuerdo a Felipe González en un congreso del PSOE en Madrid diciendo: ‘Aquí hay personas cuyos padres fueron fusilados por los nacionales y personas cuyos padres fueron fusilados por los republicanos, el PSOE los acoge a todos’. Llegó Zapatero y se inventó una impostura histórica y resucitó esos odios. No se lo perdonaré nunca”. Ahora que se ha muerto el ultimo franquista, yo me sumo a la gente como Alfonso Lazo y Manuel Alcántara, referentes morales e intelectuales, para decir basta y enterrar bajo la misma losa el revanchismo de la historia pasada, los odios revividos, la desmemoria y la aniquilación de la verdad.

El último franquista se ha muerto en la cama. ¿Debería rebelarnos? Lo que indica lo políticamente correcto, o más bien lo que ordena, es que el hecho en sí, con independencia de cualquier otro análisis, debe provocar, tiene que provocar, indignación y protestas en la ciudadanía y, sobre todo, en las instituciones. Tiene que ser así porque, de no serlo, constituiría un acto de complicidad con el franquismo. No hay peros posibles: todo franquista, por el mero hecho de serlo, tiene que se considerado un asesino. Y como tal, repudiado, apartado, vilipendiado. ¿No es eso lo que dicta la corrección política del momento? Pues eso es, sencillamente, una atrocidad, una barbaridad y un despropósito histórico. Así que aprovechemos que se ha muerto en la cama el último franquista para empezar a nadar a contracorriente, con la esperanza de que el cauce cambie algún día.

Memoria histórica