Matacán
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El miedo en el cuerpo: ¿y si el PSOE pierde Andalucía?
A Susana Díaz le queda ya solo una última estrategia en su camino a la Secretaría General: el miedo al día después. ¿Qué pasará con el partido si gana Pedro Sánchez?
Ya no existen fronteras para la discreción. A la batalla por el liderazgo del PSOE le quedan quince días de sangre y fuego; sangre apasionada y fuego dialéctico. Y no porque se haya producido ninguna sorpresa inesperada tras el recuento de avales sino porque la ceguera del poder establecido ha eclipsado hasta ahora la realidad. Está ocurriendo, en fin, lo que podía parecer probable a poco que se observara el panorama en el que se desenvolvía el Partido Socialista a partir del derrocamiento abrupto, en octubre, del secretario general de entonces, Pedro Sánchez. Aquella maniobra interna, que pilotaba Susana Díaz con el aplauso de la mayoría de las fuerzas vivas del país, lo que consiguió fue el efecto contrario al que deseaba: convirtió a Pedro Sánchez en un líder inesperado. Nada puede seducir más que un mártir de la causa y en eso se transformó Pedro Sánchez, aún a su pesar por el amodorramiento que le sobrevino tras la caída del sillón de Ferraz.
Andaba el Partido Socialista ayuno de mensajes y de adrenalina, aún con Sánchez como líder del partido, y de forma repentina, el “no es no” a la presidencia de Mariano Rajoy supuso el eslogan que andaba buscando durante años sin encontrarlo. A Pedro Sánchez solo le quedaba cabalgar a lomos de ese caballo que se puso a trotar en medio de la rutina socialista. Tras el comité federal que aprobó luego la abstención del PSOE en la votación de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno de España (una abstención que, por cierto, nunca ha defendido públicamente Susana Díaz), se gestó la que podríamos denominar la segunda estrategia política equivocada de Susana Díaz. Pensó, pensaron, que el tiempo aplacaría los ánimos de las bases y que el liderazgo de la andaluza caería como una fruta madura al cabo de los meses. Acaso hasta el mismo Pedro Sánchez, en su inseguridad de aquellos meses que algunos han visto como cobardía, también lo pensaba igual. Pero otra vez, como una oleada, llegó para rescatarlo la fuerza del eslogan que había propagado con un éxito inesperado.
A finales de enero de este año, al fin, Pedro Sánchez abandonó sus tormentos de vacilación y se fue a un mitin en Dos Hermanas, empujado por el alcalde de esa ciudad, Francisco Toscano, y a pocos kilómetros del palacio de San Telmo en el que reside la presidencia de la Junta de Andalucía, todo empezó a cambiar. Aquel día se escribió aquí mismo lo que, cinco meses después, sigue siendo la clave de todo lo que está ocurriendo: “No es no. Esa es la grandeza testimonial de ese mensaje, que una doble negación se ha convertido en una ideología que arrastra a miles de personas. Lo gritan con todas las fuerzas y como un argumento político multiusos. ‘No es no’, gritaban cada vez que se mencionaba a Mariano Rajoy o a cualquiera de sus medidas, pero ‘no es no’ se volvía a invocar cuando se nombraba a Felipe González, a la gestora del PSOE o a los barones del Partido Socialista”.
Díaz coordinó la salida de Sánchez de la secretaría general, pero consiguió el efecto contrario al que deseaba: convertirle en un líder inesperado
Tras el derrocamiento abrupto del secretario general y el mantenimiento de una gestora en el PSOE durante ocho meses, sobrevino la tercera estrategia equivocada de Susana Díaz: pensar que el liderazgo socialista se podía conseguir con solo invocar el pasado. Pero ya está dicho que el ‘no es no’ que comenzó a volar en el PSOE como un viento nuevo también afectaba al pasado orgánico y que el Felipe González de estos días, de grandes consejos de administración de multinacionales y una mochila de corrupciones, está muy lejos del cambio que protagonizó en los ochenta. Así que el aparato del partido, la memoria del partido, la fuerza de las instituciones, tampoco le ha funcionado a Susana Díaz para “enterrar en avales” a Pedro Sánchez, como pretendía, como aireaban, siguiendo la estela de lo que ya le había sucedido en Andalucía la única vez que se presentó a unas elecciones primarias en el PSOE, para ser secretaria general del PSOE andaluz, y anuló a sus rivales antes de empezar por la fuerza arrolladora de sus avales.
A quince días de las primarias solo queda una ultima estrategia, que ya ha comenzado a circular en el Partido Socialista a favor de Susana Díaz: el miedo al día después. ¿Y qué va a pasar en el PSOE si gana Pedro Sánchez? ¿Y qué va a ocurrir con el Gobierno de España? ¿Y cuánto va a durar la legislatura? ¿Y qué ocurre con Cataluña? ¿Y Podemos? Todas son preguntas retóricas porque se formulan con una respuesta preconcebida, pero para los intereses del Partido Socialista sobre todas ellas ya ha comenzado a circular otra que, según se piensa, y es probable que sea así, puede tener más efecto: ¿y qué ocurre con Andalucía, va a perder el socialismo su principal bastión en España?
El adelantado en esa última estrategia ha sido Juan Carlos Rodríguez Ibarra, en el artículo que ha publicado en 'El País'. Decía así: “Se ha llegado a pronosticar que si fuera Susana Díaz la derrotada, se llevaría por delante a cuatro generaciones del PSOE, visto lo visto en el acto de su presentación en Madrid. El riesgo de que pierda Susana Díaz no es ese, sino el hecho de que su derrota se llevara por delante la alternativa socialista en Andalucía; y eso sí que provocaría un terremoto de colosales dimensiones en el seno del PSOE”. Una, dos y tres. La última estrategia es esta que está naciendo, el miedo en el cuerpo.
Ya no existen fronteras para la discreción. A la batalla por el liderazgo del PSOE le quedan quince días de sangre y fuego; sangre apasionada y fuego dialéctico. Y no porque se haya producido ninguna sorpresa inesperada tras el recuento de avales sino porque la ceguera del poder establecido ha eclipsado hasta ahora la realidad. Está ocurriendo, en fin, lo que podía parecer probable a poco que se observara el panorama en el que se desenvolvía el Partido Socialista a partir del derrocamiento abrupto, en octubre, del secretario general de entonces, Pedro Sánchez. Aquella maniobra interna, que pilotaba Susana Díaz con el aplauso de la mayoría de las fuerzas vivas del país, lo que consiguió fue el efecto contrario al que deseaba: convirtió a Pedro Sánchez en un líder inesperado. Nada puede seducir más que un mártir de la causa y en eso se transformó Pedro Sánchez, aún a su pesar por el amodorramiento que le sobrevino tras la caída del sillón de Ferraz.