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Andaluces, catalanes y traidores
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Javier Caraballo

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Andaluces, catalanes y traidores

Igual que existe un 'síndrome de Estocolmo', habría que considerar la posibilidad de nominar el 'síndrome del charnego'

Foto: Gabriel Rufián, portavoz adjunto de ERC. (EFE)
Gabriel Rufián, portavoz adjunto de ERC. (EFE)

La traición de la memoria es la mayor perversión del independentismo. La memoria de los emigrantes que levantaron aquella tierra como mano de obra barata y que ahora, cincuenta o sesenta años después, traicionan su propio recuerdo y se comportan como aquellos burgueses que un día los llamaron "charnegos", ese término que suena a ganado vacuno. Son los hijos y nietos de emigrantes andaluces, sobre todo andaluces, que llegaron en los últimos años del franquismo en oleadas hasta Cataluña, huyendo de la hambruna a la que el franquismo había condenado a Andalucía. ¿De verdad quieren hablar de represión, de marginación, de postración? Había que comer y en muchos pueblos de Andalucía, aun después de la crueldad de la posguerra, no había ni un mendrugo de pan.

Ocho o diez bocas que alimentar en un cortijo en el que solo cabía la esperanza de la limosna. Cerca de un millón de andaluces emigró en dos décadas a Cataluña, entre las décadas de 1950 y 1960. Tan dura llegó a ser al principio la vida para esas pobres gentes que emigraban a Cataluña en busca de pan, que cuando se hacían redadas en las chabolas en las que se instalaban para vivir se les mandaba a un ‘pabellón de clasificación de indigentes’ en el que se les retenía y se les trataba como animales, con duchas desinfectantes y raciones mínimas de comida y agua, hasta que el gobernador civil de turno decretaba su expulsión, con el aplauso de la prensa y la sociedad burguesa catalana.


Esa es la historia real y, como tal, solo debería servir para ser recordada, para aprender de los errores, para condenar la explotación, para rechazar las injusticias, para exigir igualdad. Nunca para mirar hacia atrás con ira porque el único sentimiento que tendría que nacer de un pasado tan duro es el orgullo de haberlo superado. No ocurre así y esa es la memoria traicionada cuando en Cataluña se oye hablar a hijos y nietos de los emigrantes andaluces, de aquellos charnegos de las chabolas, y en vez de reivindicar sus raíces, hablan con desprecio de su tierra.

Por eso, en Esquerra Republicana habrán elegido portavoz a un tipo como Gabriel Rufián, porque el origen andaluz de su familia, su fe de converso, sus deseos de agradar y de ser acogido por aquellos que despreciaban su origen, lo hacen más agresivo que cualquier otro independentista con "ocho apellidos catalanes". Sus apellidos y sus raíces son las de tantos otros cientos de miles: una familia de ocho hermanos que malvivía en Bobadilla, ahogados en el mar de olivos de los latifundios de Jaén. Si Rufián se ha hecho famoso en el Congreso, ha sido porque, como ningún otro independentista, habla “con asco y con odio”, como él mismo dice. Y porque quiere ser el máximo exponente del triunfo del independentismo catalán sobre España, el más humillante: “Soy charnego e independentista, he aquí vuestra derrota y nuestra victoria”, como dijo en uno de sus primeros discursos.

Cada vez que se acerca en Cataluña un periodo de especial tensión política, cada vez que el independentismo agita las aguas, surge una polémica en la que un inmigrante andaluz, o descendiente de inmigrantes andaluces, se pronuncia a favor de Cataluña y desprecia su tierra. A veces se trata de un vídeo en el que una señora, andaluza de origen, defiende el independentismo porque “Cataluña nos ha dado el pan que comemos”, y otras veces es un dirigente político, como el alcalde de Blanes, Miquel Lupiáñez, que tuvo sus quince minutos de gloria hace unos días cuando, en Onda Cero, dijo aquello de que la diferencia entre Cataluña y el resto de España era como la de Dinamarca con el Magreb. “Las prioridades aquí son otras, la sociedad se mueve más por un espíritu de construcción, de avanzar, de esfuerzo, responsabilidad y compromiso. No es que en el resto de España no existan, pero se viven de otra manera. No digo que nos roben o que aquí trabajemos más, aunque tampoco lo considero justo”.

Hay otros muchos miles de emigrantes andaluces, y no andaluces, que hoy viven en Cataluña y que se sienten indignados

Miquel Lupiáñez Zapata nació como José Miguel Lupiáñez Zapata en la Alpujarra de Granada. Con ocho años, en 1969, los padres del hoy alcalde de Blanes emigraron a Cataluña porque “no podían vivir, no podían alimentarme” en una Alpujarra olvidada, subdesarrollada y abandonada a su suerte en aquellos tiempos. ¿Cómo puede culparse al pobre de su pobreza? Hoy ya no se emigra de la Alpujarra a Cataluña porque sus niveles de paro son parecidos (a finales de 2016 en Blanes había un 18 por ciento de paro, solo dos puntos por debajo de Narila, donde nació Lupiáñez) y las condiciones de vida de la Alpujarra han cambiado radicalmente gracias al desarrollo y las inversiones que han llegado con la democracia. Sin embargo, el alcalde de Blanes no solo mantiene en su mente la imagen de pobreza de cuando emigraron sus padres sino que, además, culpa a su tierra del abandono: “Las prioridades aquí son otras…”.

La igualdad en España, el Estado de las Autonomías que tanto insulta a catalanistas e independentistas, ha conseguido que se acorten las diferencias, que haya carreteras donde antes solo existían caminos polvorientos, hospitales donde no llegaba el médico, escuelas donde el analfabetismo era una circunstancia natural. Cuando se ha extendido el progreso, han disminuido las diferencias. Pero la mentalidad no ha cambiado porque a los andaluces se les sigue considerando charnegos, de otra raza o de otra especie. “Yo he estado en Andalucía de vacaciones y la verdad es que la gente trabaja cuatro horas. La mayoría de las horas están en el bar o están de fiesta. Las calles siempre están llenas, yo no lo entiendo”, dice una chica en uno de esos vídeos que van aflorando en estas épocas de especial tensión independentista en Cataluña.

Tanto lo han repetido, que se los han creído hasta los propios insultados. Ya sé que hay otros muchos miles de emigrantes andaluces, y no andaluces, que hoy viven en Cataluña y que se sienten indignados, acosados e insultados. Pero no son ellos los que salen en los vídeos, sino esos otros que reniegan de sus raíces y traicionan su propia memoria con una mentira inventada, mil veces repetida: “España nos roba”. Igual que existe un ‘síndrome de Estocolmo’, habría que considerar la posibilidad de nominar el ‘síndrome del charnego’.

Señora impetuosa: "Cataluña nos ha dado el pan que comemos".

No muerdas la mano que te da de comer. No hay refrán más servil, más perruno.

Respeto absoluto a toda ideología que acate los principios básicos que recogen la Constitución y desprecio absoluto a quien tuerce y pervierte la memoria de su pueblo. No son conversos, son traidores.

La traición de la memoria es la mayor perversión del independentismo. La memoria de los emigrantes que levantaron aquella tierra como mano de obra barata y que ahora, cincuenta o sesenta años después, traicionan su propio recuerdo y se comportan como aquellos burgueses que un día los llamaron "charnegos", ese término que suena a ganado vacuno. Son los hijos y nietos de emigrantes andaluces, sobre todo andaluces, que llegaron en los últimos años del franquismo en oleadas hasta Cataluña, huyendo de la hambruna a la que el franquismo había condenado a Andalucía. ¿De verdad quieren hablar de represión, de marginación, de postración? Había que comer y en muchos pueblos de Andalucía, aun después de la crueldad de la posguerra, no había ni un mendrugo de pan.

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