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Tu abuelo es un asesino
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Javier Caraballo

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Tu abuelo es un asesino

Las polémicas periódicas que se suscitan en España sobre la Guerra Civil son tan peligrosas, tan dañinas, justo por eso, por lo que se omite, lo que se esconde y se calla a conciencia

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, a cuyo abuelo acuso Herman Tertsch de ser un asesino. (EFE)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, a cuyo abuelo acuso Herman Tertsch de ser un asesino. (EFE)

Pereza, frivolidad y falta de entusiasmo: eso es España. Julián Marías, ya iniciada la democracia, se puso a mirar para atrás para intentar explicarse cómo pudo ocurrir la Guerra Civil y, cuando todavía hoy se relee su ensayo, la conclusión más inquietante es que quizá sea verdad eso de que la locura en España es biográfica. Por lo menos, éste no es uno de esos países en los que la historia sirve para no caer nunca más en los mismos errores. Más bien podría decirse que España es ese país que, constantemente, busca la piedra en el camino para volver a tropezar. Y se desespera si no la encuentra porque parece entonces que se ha equivocado de camino. ¿Cómo pudo ocurrir?, se preguntó Julián Marías y, entre otros muchos, incluyó esos ingredientes; la falta de entusiasmo para creer en España, la pereza colectiva para buscar soluciones imaginativas a los problemas y la frivolidad de intelectuales, periodistas y políticos cuando manosean “las materias más graves sin el menor sentido de la responsabilidad y sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían y omitían”. ¿Podría decir alguien que no se está hablando en esa frase de la España actual?

Es posible que de esas tres acciones, hacer, decir y omitir, la más perniciosa sea la tercera, que es quizá en la que menos se repara. Las polémicas periódicas que se suscitan en España sobre la Guerra Civil son tan peligrosas, tan dañinas, justo por eso, por lo que se omite, lo que se esconde y se calla a conciencia. Es, paradójicamente, lo contrario que se espera de un país evolucionado que aprende de los errores de su historia y pasados los años, más de tres cuartos de siglo, es capaz de analizar los acontecimientos con la profundidad y el rigor que no es posible alcanzar antes. Lo de España es justo al contrario, cuando pasan los años más se simplifican las versiones y más se acentúa la visceralidad; se resucita el odio y se rechaza la reflexión. Sólo sirve lo malo. Como ya ocurría entonces, la politización lo invade todo en España: “La primacía de lo político, de manera que todos los demás aspectos quedan oscurecidos: lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, una empresa, un libro o una propuesta es si era de ‘derechas’ o de ‘izquierdas’ y la reacción era automática”. Todo ello conduce a un ambiente crispado y previo a cualquier debate, “una voluntad de no convivir, la consideración del otro como inaceptable, intolerable, insoportable”.

Aquí la memoria no se revive para aprender, para corregir, sino para manipularla y agitarla como si fuera un tiempo presente

Cada vez que se habla de la crispación política y de la intolerancia en España se señalan, no sin sobradas razones, los exabruptos de una parte de la izquierda, pero se desconsidera frecuentemente el efecto expansivo que le proporcionan ciertos círculos de la derecha que toman la parte por el todo, de forma que el comentario de un imbécil en Twitter ya sirve como descalificación general de la izquierda española, con advertencias añadidas a su peligrosa radicalidad. También eso ocurría en la República, por cierto. Pero vayamos a un ejemplo de estos días, acaso el más delirante de todos los vividos: “Tu abuelo es un asesino”. Primero fue un periodista, Herman Tertsch, con su correspondiente respaldo de aduladores, quien para desacreditar al líder de Podemos, Pablo Iglesias, lo acusó de ser un criminal con el argumento bárbaro de que “cuando los criminales se convierten en ídolos y ejemplo, alguien siempre cae en la tentación de emularlos”. Es decir, no contento con remover al abuelo de su tumba, lo que hace es llamar al nieto criminal en potencia. Lo peor es que la respuesta de Pablo Iglesias, también acompañado de su correspondiente corte de palmeros, ha sido desenterrar a otros muertos para aumentar el despropósito y desacreditar al periodista con el supuesto pasado esclavista de sus antepasados en Cuba. Para colmo, un juez le ha dado la razón a Pablo Iglesias y ha condenado al periodista por intromisión al honor cuando, hace tan solo un año, en una trifulca similar, un juez de Cádiz decidió absolver a un dirigente de Podemos cuando los nietos de José María Pemán lo denunciaron por haber llamado al escritor “fascista, misógino y asesino". El juez entendió que el honor de un muerto sólo le pertenece a él, no a sus herederos. ¿De verdad que tiene sentido y futuro un país así, tan proclive a desenterrar a los muertos y atizarse en la cabeza con los huesos de sus abuelos?

Si en vez de omitir la historia, para simplificarla y reutilizarla como argumentos políticos de actualidad, se analizara la barbarie con el único fin de no repetirla, se llegaría a la conclusión de que ni el abuelo de Pablo Iglesias era un criminal, ni Pemán era un asesino; los dos eran, por encima de todo, productos y víctimas de la época que les tocó vivir. Como ocurrirá con los antepasados de todos a través de la historia de un país como España, con tres milenios de pasado a su espaldas. Pero aquí la memoria no se revive para aprender, para corregir, sino para manipularla y agitarla como si fuera un tiempo presente. Sienten algunos que todavía quedan fascistas por fusilar y otros piensan que no se llevaron al paredón a suficientes rojos. Como los paredones de estos días están en las redes sociales, la muerte civil y el descrédito público, allí se llevan los insultos con una historia silenciada, omitida, retorcida y fragmentada. La memoria de la peor tragedia del siglo XX en España se recorta a conveniencia para que nunca decaiga la tensión y el odio. En aquel ensayo, Julián Marías sostenía que España necesita curarse de la Guerra Civil, y tenía razón porque ese virus sigue aquí; España está enferma y “la única manera de que la Guerra Civil quede totalmente superada es que sea plenamente entendida, que se vea cómo y por qué llegó a producirse”.

Pereza, frivolidad y falta de entusiasmo: eso es España. Julián Marías, ya iniciada la democracia, se puso a mirar para atrás para intentar explicarse cómo pudo ocurrir la Guerra Civil y, cuando todavía hoy se relee su ensayo, la conclusión más inquietante es que quizá sea verdad eso de que la locura en España es biográfica. Por lo menos, éste no es uno de esos países en los que la historia sirve para no caer nunca más en los mismos errores. Más bien podría decirse que España es ese país que, constantemente, busca la piedra en el camino para volver a tropezar. Y se desespera si no la encuentra porque parece entonces que se ha equivocado de camino. ¿Cómo pudo ocurrir?, se preguntó Julián Marías y, entre otros muchos, incluyó esos ingredientes; la falta de entusiasmo para creer en España, la pereza colectiva para buscar soluciones imaginativas a los problemas y la frivolidad de intelectuales, periodistas y políticos cuando manosean “las materias más graves sin el menor sentido de la responsabilidad y sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían y omitían”. ¿Podría decir alguien que no se está hablando en esa frase de la España actual?