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Hasta que el turismo reviente
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Javier Caraballo

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Hasta que el turismo reviente

La burbuja turística puede estallar, como ocurrió con la burbuja inmobiliaria, después de haber arrasado el sector, la normalidad de muchas ciudades y la propia salida de la crisis económica

Foto: Un grupo de turistas pasea por los alrededores del Parque Güell de Barcelona. (EFE)
Un grupo de turistas pasea por los alrededores del Parque Güell de Barcelona. (EFE)

España tiene un problema de turismo, y no es el de los radicales de Cataluña o del País Vasco o de Baleares que atacan autobuses y reciben a los visitantes con pintadas en las paredes: Turistas Go Home, con ese toque de batallas de salón de la izquierda pegatinera y 'hooligan'. Contra esos, la ley y el rechazo inmediato que debe suscitar cualquier manifestación xenófoba aunque se disfrace de izquierda o de nacionalismo. Son seres despreciables, punto. Hablan de patronales y grandes fortunas, pero a quienes atacan y agreden es a los turistas con menos poder adquisitivo; los consideran plagas que invaden sus ciudades. Así que a esos, solo rechazo.

Pero lo que no puede ocurrir es que las salvajadas de unos pocos oculten y aplacen el análisis profundo de un problema que acabará estallándonos en la cara: el crecimiento descontrolado, desbocado, del turismo. Aquí nos pasamos media vida asistiendo a debates políticos sobre nuevos modelos de producción, planes y proyectos de sostenibilidad y empleos de calidad y, como la vida, que ni se detiene ni a nadie espera, es la que discurre en paralelo a esa exasperante realidad oficial, lo que sucede es que la economía cambia, va mutando, adaptándose a las nuevas circunstancias, sin control alguno ni planificación. Ocurrió con la construcción y vamos camino de que el turismo acabe también en lo mismo, en ladrillazo.

Que sí, que no nos fijemos sólo en los radicales, que la burbuja turística puede estallar, como ocurrió con la burbuja inmobiliaria, después de haber arrasado el sector, la normalidad de muchas ciudades y la propia salida de la crisis económica, porque se comprobará entonces la eventualidad de este crecimiento, otra vez asentado sobre arenas movedizas.

Existe una burbuja turística y de su existencia se viene advirtiendo desde hace años, sin que nadie en España haya adoptado todavía una decisión. Ni las ciudades, ni las autonomías ni el Gobierno de la nación. Ni juntos ni separados. Pero la alerta existía. Pueden encontrarse, de hecho, algunas advertencias de la propia patronal turística, hace un par de años, sobre las consecuencias de las oleadas de visitantes que han recalado en España a raíz, sobre todo, del desplome del negocio en algunos países árabes del entorno, Marruecos, Túnez, Egipto.

Noticia de hace más de un año: “Exceltur ha pedido una profunda reflexión sobre la sostenibilidad de un modelo turístico basado en la cantidad, y no en la rentabilidad, en particular si responde a causas exógenas que pueden revertirse de inmediato, es decir, a una situación geopolítica concreta. Además, la organización ha alertado de las consecuencias negativas que este turismo masificado tiene en las zonas turísticas, entre ellas el impacto en el entorno urbano y las molestias a los vecinos, lo que puede desembocar en la ‘turismofobia’, un fenómeno que ya se aprecia en algunas localidades de la costa”. En efecto, un año después la ‘turismofobia’ ya no es un fenómeno, sino una realidad, y el impacto urbanístico en algunas de las principales ciudades turísticas de España, no sólo Barcelona, aunque sea el caso más extremo, puede ser irreversible.

¿Por qué, entonces, si eran tan evidentes las graves consecuencias de la oleada turística, nadie ha adoptado ninguna medida de corrección? No es fácil responder a esa pregunta porque son muchos los factores que influyen pero, desde luego, en lo que concierne a gobiernos e instituciones, no se adoptan medidas por pura hipocresía. Dicho de otra forma, porque las oleadas turísticas también supone riqueza y cuando fluye el dinero, desaparecen las preocupaciones por el modelo de producción.

Ahí están los últimos datos de la evolución de la economía española: el crecimiento turístico ha generado uno de cada cuatro empleos en España desde 2013; sin turismo no se estaría hablando de recuperación económica. Más allá aún, ha sido gracias a la burbuja turística por la que han encontrado trabajo la mayoría de los jóvenes desempleados en los últimos cinco años. Muchos de ellos, jóvenes sin cualificación ni experiencia, carne de deshecho de un sistema educativo fracasado que los expulsa a la calle y los mantiene en las listas de paro sin haber acabado siquiera la Educación Secundaria Obligatoria.

Con todo, como se decía antes, las respuestas al por qué no se adoptan medidas, no afectan sólo a las administraciones. Cuando la patronal Exceltur alerta de las consecuencias devastadoras de la masificación turística, lo que oculta interesadamente es que no se puede luchar contra la evolución, ni contra las nuevas modalidades de negocio. El turismo 'low cost', que permite viajar y conocer mundo a quien jamás hubiera soñado con esa posibilidad hace treinta años, es una realidad imparable. Y es evolución, y es progreso. Que nadie caiga en el fanatismo ciego de los independentistas.

Como el nuevo mercado de alquiler de viviendas turísticas, que le ofrece a cientos de miles de propietarios de una segunda vivienda en la ciudad en la que viven, o en otra ciudad distinta, la posibilidad de conseguir unos ingresos extras que, de ninguna forma, iba a alcanzar con el alquiler tradicional. ¿Puede alguien negarle a uno de esos propietarios la posibilidad de obtener un ingreso extra a su escuálida nómina? Además, si hay barrios enteros que parecen hincar la rodilla ante el incremento desorbitado de los alquileres turísticos no es, precisamente, por esos propietarios sino por la intervención directa de los profesionales de la especulación inmobiliaria, que es la espuma de todas las mareas, el gas que infla todas las burbujas económicas. Esos son los ‘asustaviejas’ de siempre, matones de corbata y chaqueta que amenazan, engañan o extorsionan a los inquilinos tradicionales de un barrio para hacer negocio.

Sostienen las previsiones del sector turístico que la llegada masiva de turistas a España comenzará a ralentizarse en 2018 y volverá a los parámetros de crecimiento habituales. Si así sucede, ocurrirá, como en otras ocasiones, que será el paso del tiempo el que se haga cargo del final de los problemas: con menos afluencia de turistas, la burbuja se irá desinflando, la presión inmobiliaria sobre los barrios más afectados irá decayendo y el sector se irá ahormando, de acuerdo a la demanda, a esta nueva realidad de redes sociales y ofertas 'low cost'. También los gobiernos locales de las principales ciudades turísticas acabarán protegiendo la riqueza urbanística que los ha convertido en referencias mundiales. Aterrizaje suave. Ojalá sea así; ojalá se cumplan esas previsiones de desaceleración del crecimiento turístico porque si no estamos abocados, otra vez, a que el final llegue cuando esa enorme pompa nos reviente en la cara.

España tiene un problema de turismo, y no es el de los radicales de Cataluña o del País Vasco o de Baleares que atacan autobuses y reciben a los visitantes con pintadas en las paredes: Turistas Go Home, con ese toque de batallas de salón de la izquierda pegatinera y 'hooligan'. Contra esos, la ley y el rechazo inmediato que debe suscitar cualquier manifestación xenófoba aunque se disfrace de izquierda o de nacionalismo. Son seres despreciables, punto. Hablan de patronales y grandes fortunas, pero a quienes atacan y agreden es a los turistas con menos poder adquisitivo; los consideran plagas que invaden sus ciudades. Así que a esos, solo rechazo.