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Crimen de Almonte: existe una verdad oculta
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Javier Caraballo

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Crimen de Almonte: existe una verdad oculta

Lo dicen todos, lo juran todos, pero eso no puede ser verdad: algunos testigos han mentido con la misma firmeza con la que han jurado decir la verdad

Foto: Marianela Olmedo (d), mujer y madre de las víctimas del doble crimen de Almonte. (EFE)
Marianela Olmedo (d), mujer y madre de las víctimas del doble crimen de Almonte. (EFE)

No hay ni un atisbo de inseguridad, solo firmeza y determinación: todos los testigos juran decir la verdad. En la vista oral por el doble asesinato de Almonte, resulta especialmente llamativa esta circunstancia, porque los almonteños que han acudido como testigos, muchos de ellos fervorosos devotos de la Virgen del Rocío, con la pasión con la que solo aquí se vive esa devoción, han respondido a la pregunta de la magistrada que preside el juicio con un tono de voz más elevado que el resto de sus declaraciones, incluso remarcándolo al final con una frase más. "¿Jura o promete?", pregunta la magistrada después de advertirles de que en caso de mentir incurren en un delito grave. Y los testigos, todos, contestan enfáticamente: “¡Lo juro!”. Luego suelen añadir, por si no ha quedado claro: “Solo he venido a decir la verdad”. Lo dicen todos, lo juran todos, pero eso no puede ser verdad: algunos testigos han mentido con la misma firmeza con la que han jurado decir la verdad. De ahí que el espectador siempre abandone la sala con la sensación nebulosa de que, en realidad, existe una verdad que se pretende ocultar.

Foto: La magistrada del juicio del crimen de Almonte. Opinión
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Vayamos, por ejemplo, al núcleo mismo de este caso: la pasión amorosa. La inculpación de un joven de Almonte, Francisco Javier Medina, como autor de un doble asesinato, la ha construido la acusación sobre la supuesta existencia de un cuadro previo de amores tóxicos y pasiones obsesivas. Desde la primera jornada, inesperadamente, se añadió un delito más a los que ya figuraban en la imputación, la violencia de género. El acusado era tan celoso y posesivo que aunque su pareja, Marianela, ya se había separado, aprovechó un descuido de sus jefes de Mercadona para escaparse y asesinar brutalmente al exmarido, Miguel Ángel, y, circunstancialmente, a su hija, María, de ocho años.

Como existen tan pocas pruebas concluyentes y los tiempos que baraja la Guardia Civil son tan forzados, el cronograma imposible de un asesinato, la atención de gran parte de este juicio se ha desviado hacia el comportamiento amoroso, personal y hasta sexual de los protagonistas fundamentales del triángulo de esta tragedia, Marianela, su exmarido Miguel Ángel y el acusado, Francisco Javier. ¿Quién era más celoso? ¿Fue solo Marianela la que cometió infidelidad en su matrimonio? ¿Cuál de los tres era más posesivo? Cuando han desfilado ya todos los testigos del caso, la sensación que se tiene es que nada de lo que se planteó el primer día, y desde luego ninguno de los relatos que se construyen por las partes interesadas, es tan simple como se presenta.

Lo primero que se vino abajo fue la imagen misma de Marianela. Una de las mayores revelaciones del juicio se produjo cuando se conoció que, tres días antes del brutal asesinato, la madre del hombre asesinado, suegra de Marianela, fue a denunciarla al cuartel de la Guardia Civil por maltrato psicológico a su exmarido, Miguel Ángel. ¿Pero no era Marianela una pobre mujer anulada y acosada por un maltratador, Francisco Javier? El propio hermano de la víctima, Aníbal Domínguez, ha llegado a reconocer en el juicio que Marianela echó a su hermano de la casa en la que vivían y que en una ocasión la niña le contó a sus abuelos que su madre, Marianela, le había tirado un plato a la cabeza a su padre, Miguel Ángel, cuando discutían.

Como existen tan pocas pruebas concluyentes, la atención se ha desviado hacia el comportamiento amoroso y personal de los protagonistas

“Mi hermano tenía dependencia emocional de Marianela. Era ella la que llevaba la voz cantante porque es una mujer con más carácter; mi hermano era más dócil”. La pareja se mantuvo durante años unida por el bien de la niña, María, pero no porque entre ambos existiera algún vínculo sentimental. “La dependencia emocional de Marianela con mi hermano era por su hija, no era ni sexual ni amorosa”, confesó Aníbal, que también desveló que jamás visitaba a la pareja en su casa por la infidelidad de la esposa de su hermano con el que ahora está acusado del doble asesinato, Francisco Javier Medina. Lo mismo dijo el padre de la víctima, que tampoco visitaba a su hijo en su casa: “No me gustaba que [Marianela] estuviera con otro hombre y mi hijo allí; mi hijo, que era tan bueno y tan digno”.

Ninguno de los muchos testigos que han pasado por el juicio ha dicho del hombre asesinado, Miguel Ángel, otra cosa distinta a que era “una persona maravillosa, que no tenía enemistades ni disputas con nadie”. Tanto es así que los responsables de la Guardia Civil cuando analizaron las posibles vías de investigación de aquel asesinato se sorprendieron de eso mismo, de que nadie odiaba a Miguel Ángel. “Lo raro de este caso es que la víctima no tenía enemigos. No hacía otra cosa que trabajar y dedicarse a su hija”, dijo el capitán de la UCO de la Guardia Civil. Pero que Miguel Ángel fuera la buena persona que todo el mundo reconoce en Almonte no presupone que no tuviera una vida sexual paralela a su matrimonio con Marianela, de la que formalmente solo llevaba algo más de dos semanas separado cuando lo asesinaron.

placeholder Portal donde se ubica la vivienda del doble crimen de Almonte. (Javier Caraballo)
Portal donde se ubica la vivienda del doble crimen de Almonte. (Javier Caraballo)

En una de las escuchas realizadas por la investigación, e incorporadas a la causa, existe una conversación reveladora entre dos mujeres de Almonte: cuando se realiza la grabación, una de ellas está en el cuartel de la Guardia Civil para prestar declaración y la otra, que llama desde fuera, ya ha ido a declarar unos días antes. Todavía no ha transcurrido mucho tiempo desde el doble asesinato y la Guardia Civil explora en el pueblo las relaciones de todos con las víctimas, fundamentalmente con Miguel Ángel. En ese contexto, la mujer que está fuera del cuartel llama a su amiga, que va a entrar a declarar, para pedirle que les diga a los guardias civiles “que quiten de mi declaración que he mantenido relaciones íntimas con Miguel Ángel, que eso después lo ve la gente; como yo sé que se lo han quitado a otras mujeres, que me lo quiten a mí también”.

Las 151 puñaladas con las que el asesino se ensañó con las victimas han hecho coincidir a investigadores, criminólogos, forenses y peritos en que el doble asesinato de Almonte es un crimen pasional. Pero cuando se descorren esas cortinas, en un escenario como esta ciudad, en la que extrañamente hay tantos silencios en torno a la hora del crimen, lo que aparece es un universo de conexiones múltiples, relaciones complejas, secretos inconfesables. Nada es tan elemental como se presenta. Por eso es tan llamativa la contundencia de los testigos cuando juran y se empantanan en contradicciones groseras. Porque cuando se jura, se pone a Dios por testigo de la verdad, o a sus criaturas, como en el drama de Shakespeare. “Señora, juro por esa luna sagrada, que platea sin distinción las copas de estos frutales”, dice Romeo. Y Julieta le contesta:“¡Oh! No jures por la luna, la inconstante luna, cuyo disco cambia cada mes, no sea que tu amor se vuelva tan variable”.

No hay ni un atisbo de inseguridad, solo firmeza y determinación: todos los testigos juran decir la verdad. En la vista oral por el doble asesinato de Almonte, resulta especialmente llamativa esta circunstancia, porque los almonteños que han acudido como testigos, muchos de ellos fervorosos devotos de la Virgen del Rocío, con la pasión con la que solo aquí se vive esa devoción, han respondido a la pregunta de la magistrada que preside el juicio con un tono de voz más elevado que el resto de sus declaraciones, incluso remarcándolo al final con una frase más. "¿Jura o promete?", pregunta la magistrada después de advertirles de que en caso de mentir incurren en un delito grave. Y los testigos, todos, contestan enfáticamente: “¡Lo juro!”. Luego suelen añadir, por si no ha quedado claro: “Solo he venido a decir la verdad”. Lo dicen todos, lo juran todos, pero eso no puede ser verdad: algunos testigos han mentido con la misma firmeza con la que han jurado decir la verdad. De ahí que el espectador siempre abandone la sala con la sensación nebulosa de que, en realidad, existe una verdad que se pretende ocultar.

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