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Cataluña: lealtad antes que diálogo
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Javier Caraballo

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Cataluña: lealtad antes que diálogo

En cada momento de debilidad de España, el independentismo catalán lo ha aprovechado para estirar sus alas y despegar con la promesa de un futuro mejor que se construye sobre mentiras

Foto: Vista de la manifestación convocada por Societat Civil Catalana en Barcelona. (EFE)
Vista de la manifestación convocada por Societat Civil Catalana en Barcelona. (EFE)

Esta vez, no. No puede ser, porque todo esto ha llegado demasiado lejos, lo han llevado demasiado lejos, como para que ahora se apañe un final de borrón y cuenta nueva. Tres veces ha ocurrido en los últimos cien años, en las dos repúblicas y en la monarquía democrática, y son suficientes para que todos tengamos claro que no se trata de un problema de estos tiempos, que no obedece a razones coyunturales, territoriales, sociales o económicas, porque el origen de todo es la profunda deslealtad del independentismo catalán.

Repitámoslo de nuevo: cada vez que ha encontrado una oportunidad, en cada momento de debilidad de España por una crisis política o económica, el independentismo catalán lo ha aprovechado para estirar sus alas y despegar con la promesa de un futuro mejor que se construye sobre mentiras. En los tres regímenes, a lo largo de un siglo, jamás han respetado ni normas ni leyes ni compromisos. Por eso, esta vez no se le puede dar a la rebelión independentista una salida pactada que suponga que, al cabo de unos años, o de unos meses, nos volvamos a encontrar en lo mismo. Algo sustancial tiene que cambiar esta vez.

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Da igual, además, que los acontecimientos en los próximos días o semanas confirmen una declaración unilateral de independencia, formal y oficial, como pretenden los independentistas más radicales, o que la ‘desconexión’ se alargue 'sine die' con una declaración etérea de independencia a plazos, o cualquier fórmula que nos empantane en el limbo actual en el que las instituciones catalanas van aprobando resoluciones que el Tribunal Constitucional declara ilegales sin que ello tenga efecto alguno en la elaboración y aprobación de nuevas normas que seguirán el mismo recorrido.

En cualquiera de los dos casos, lo fundamental es que se tenga claro en España que la resolución del conflicto, sea la que sea, no puede dar paso a un nuevo modelo, sea el que sea, en el que podamos encontrarnos otra vez con una escalada de desestabilización como la que hemos vivido en estos días de octubre. Este círculo vicioso tiene que acabarse de una vez, y para que eso sea así es conveniente repasar lo que nos ha llevado hasta el deterioro institucional en el que se ha instalado Cataluña, que ha zarandeado a toda España y que ha sacudido a Europa entera.

Una situación de 'extrema gravedad' como la que estamos viviendo merece soluciones acordes a esa gravedad para que no vuelva a repetirse. Y, para eso, tenemos que contestar algunas preguntas que, hasta ahora, se han eludido porque no se consideraban políticamente correctas. Podemos detenernos en dos preguntas, acaso las fundamentales. Por ejemplo, ¿puede seguir presentándose a unas elecciones un partido político que no se comprometa con la unidad de España?

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Por mucho que la mera formulación de la pregunta pueda considerarse por algunos como una regresión reaccionaria, no es así. Ya se han expuesto aquí en otra ocasión, y será bueno insistir en ello, una decena de ejemplos de constituciones de estados democráticos, desde Estados Unidos a Noruega, en los que la unidad del territorio nacional no se discute.

Pero hay quien va incluso más allá y, por si no está claro, se prohíbe expresamente que esos partidos se puedan presentar a las elecciones. Constitución de Alemania, artículo 21: “Son inconstitucionales los partidos que, según sus fines o según el comportamiento de sus adherentes, tiendan a trastornar o a poner en peligro la existencia de la República Federal de Alemania”.

En España no existe problema legal alguno para que se presente a las elecciones un partido que no comparta algunos aspectos esenciales de la Constitución, como el modelo de Estado o la unidad territorial. No es problema porque la propia Constitución incluye mecanismos de reforma, no es un texto sagrado e intocable: de la misma forma que se votó la monarquía, puede votarse una república. El problema del independentismo catalán es que, como ha demostrado, no respeta los cauces legales para defender su propuesta, con lo que tiene que ser visto como un partido inconstitucional antes que como un partido independentista.

El independentismo catalán no respeta los cauces legales para defender su propuesta, con lo que debe ser visto como un partido inconstitucional

Otra duda más: ¿puede seguir fomentándose un sistema educativo que aliente el independentismo, tergiversando, manipulando y falseando la historia misma de España? La misma revisión debe hacerse sobre la transferencia de la educación a las comunidades autónomas, porque la lealtad comienza en los planes de estudios. Sabe muy bien el independentismo que su motor principal está en las escuelas y lo han utilizado durante cuatro décadas.

Durante muchos años, cada vez que ha trascendido el vídeo de alguna escuela catalana, se ha visto aquí como un exotismo o como un despropósito, pero nunca se le ha dado la trascendencia necesaria. La lealtad debida a la Constitución tiene que ser incompatible con un sistema educativo en el que a los niños se les educa en el odio a España, como un agente externo que vampiriza las posibilidades de desarrollo de Cataluña. También en eso encontraremos ejemplos en cualquier otra democracia del mundo porque, sencillamente, nadie está legitimado para sembrar el odio, la discordia y la división en las escuelas.

Será el diálogo político el que pueda superar el momento crítico, pero tiene que ser después de que se haya instaurado el respeto a la legalidad

La salida del conflicto de Cataluña tiene que ser necesariamente la del diálogo, pero insistir mucho más en esa obviedad no nos conduce a nada. Será el diálogo político el que pueda superar el momento crítico que atravesamos, pero tiene que ser siempre después de que se haya instaurado el respeto a la legalidad. Primero legalidad y luego diálogo. En ese momento, una vez que se haya neutralizado a los rebeldes que ahora están en las instituciones, habrá que repensar, entre todos, las reformas que sean necesarias para volver a la normalidad. Pero sobre la base innegociable de la lealtad constitucional.

Otra vez no podemos repetir lo mismo, porque no se lo merece la Cataluña sensata, la del 'seny' olvidado, y porque, sobre todo, no nos lo merecemos en conjunto todos los ciudadanos españoles. A la tercera va la vencida, como reza el viejo adagio de las legiones romanas que ha pervivido hasta nuestros días; esta es la tercera revuelta ilegal de Cataluña, la tercera declaración de independencia, y España tiene una deuda pendiente con su propia historia. Solo hay una salida para el futuro: lealtad antes que diálogo.

Esta vez, no. No puede ser, porque todo esto ha llegado demasiado lejos, lo han llevado demasiado lejos, como para que ahora se apañe un final de borrón y cuenta nueva. Tres veces ha ocurrido en los últimos cien años, en las dos repúblicas y en la monarquía democrática, y son suficientes para que todos tengamos claro que no se trata de un problema de estos tiempos, que no obedece a razones coyunturales, territoriales, sociales o económicas, porque el origen de todo es la profunda deslealtad del independentismo catalán.