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El primer muerto en Cataluña
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Javier Caraballo

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El primer muerto en Cataluña

Sabemos que la historia está plagada de tragedias que comienzan así, con una chispa que salta. Lo sabemos bien, en toda España, pero lo saben sobre todo los independentistas

Foto: El Parlament de Cataluña. (Reuters)
El Parlament de Cataluña. (Reuters)

Cuando se produjo el primer muerto, los dos recordamos aquel día soleado en Málaga, cuando un grupo de mujeres pidió una botella de cava y brindaron con sus copas finas, como los tacones, y comenzaron a cantar el pasodoble del ‘Viva España’ de Manolo Escobar, tan certero con nuestra forma de ser por una parte de su letra en la que nadie repara: “es imposible que pueda haber dos”. Es así, no puede haber dos países como España, es imposible. Y nos ha tocado en la generación que ha vuelto a comprobarlo, esta vorágine, que ya es un torbellino terrible, que nos ha llevado al abismo. Otra vez al abismo.

Y sin embargo, en ese instante en el que el Parlamento de Cataluña declaró la independencia, en Málaga, un grupo de mujeres brindaban cantando el ‘Viva España’ y en Barcelona se tiraban cohetes en la plaza de San Jaume. ¿Puede celebrarse una derrota como una fiesta? Es evidente que no; por eso no puede haber dos, esto solo ocurre en España, por ese instante, por ese momento de obnubilación colectiva que se acabó de golpe cuando se produjo el primer muerto. Aquello lo cambió todo y solo ahora sabemos que estaba previsto en el guion mientras todos celebraban esta insólita fiesta de la derrota.

Los independentistas celebran la aprobación de la DUI en las calles de Barcelona.

Es verdad, de todas formas, que en aquellos momentos cada cual tenía sus motivos para celebrar su trozo de victoria, sin saber que, como las verdades a medias, siempre se trata de la mayor de las mentiras. Porque son mentiras camufladas en una verdad incompleta. En Málaga brindaban cantando un grupo de mujeres en una terraza, mientras los guiris se paraban a hacerles fotos y vídeos, porque necesitaban reafirmar con su alegría su creencia en España. Era un acto de confirmación, de orgullo, como el que ha llevado a tantos miles en toda partes, en todas las ciudades, a colgar banderas de España en sus balcones.

Alguna vez lo habíamos hablado, la extraña manera que tiene España de sentirse, de reivindicarse, pero fue en un mundial de fútbol, aquel que ganamos. Pensamos entonces, cuando otra vez se pintaron los balcones de banderas españolas, que España estaba oculta como pasión. Olvidada como sentimiento, perdida como emoción. España no contaba en el guion, no aparecía, pero estaba, latía en el fondo. Y, de repente, surgió impetuosa y estalló en las avenidas, en las fábricas y en los bares. En tu casa y en la mía. Como ahora, se llenaron los balcones de banderas, y nos preguntábamos, ‘¿Es solo fútbol? No, es España’.

La realidad de ser español es su propia limitación sentimental, porque España, como pasión, como patria, tiene un recorrido muy corto

Creo que nos ha vuelto a ocurrir lo mismo. Y por la misma razón, la realidad de ser español es su propia limitación sentimental, porque España, como pasión, como patria, tiene un recorrido muy corto; España, ya lo dijo el filósofo, solo se siente como un problema, “un problema primario, plenario y perentorio”, o como un dolor, “España es un dolor enorme, profundo, difuso”. Ahora, cuando el Parlamento de Cataluña ha declarado la independencia, otra vez, como en la República que apuñalaron, el dolor de sentirse de nuevo traicionados nos ha devuelto la memoria de España, el dolor de España, el orgullo de España. Y como en Málaga, cantan pasodobles y brindan, como si hubieran recuperado a un hijo o a una madre que daban por perdida. Por eso, sonó tan seco el estruendo del primer muerto, como un eco que viene de lo más hondo.

Pero ¿en Cataluña no ha habido ningún muerto? Claro, es verdad, no lo ha habido, pero los dos sabemos que ese muerto ya existe en la angustia de cada uno de nosotros; los dos sabemos que no hay conversación que se inicie sobre Cataluña que no acabe con esa previsión negra, cada vez más certera, más cercana. Los dos sabemos, los dos tememos, que solo se trata de una cuestión de tiempo.

placeholder Algunas banderas de España lucen en balcones de la calle Almagro de Madrid. (EFE)
Algunas banderas de España lucen en balcones de la calle Almagro de Madrid. (EFE)

Y sabemos también que la historia está plagada de tragedias que comienzan así, con una chispa que salta, muchas veces circunstancial, inesperada, pero con esa sola chispa se incendia todo y todo lo arrasa porque era el ambiente eléctrico el que estaba esperando ese momento. Lo sabemos bien, en toda España, pero lo saben sobre todo los independentistas. Esa debe ser la última anotación en la hoja de ruta del 'procés' catalanista, no debes olvidarlo, porque todo estaba programado para llegar a este punto en el que solo un incidente tan grave puede asestarle al Estado español el golpe definitivo.

Basta con observar la insistencia, en cada declaración de un independentista, del carácter pacífico de sus movilizaciones. “Aquí no se ha roto ni una papelera”, le leí el otro día a uno de los voceros del 'procés'. Insisten en eso porque necesitan ese barniz para exaltarlo cuando llegue el momento que están esperando, un muerto.

Ya ocurrió en el referéndum trampa del 1 de octubre, que fue como un ensayo general para el independentismo catalán con la utilización obscena de las cargas policiales: así se pone de rodillas al Gobierno de España, así se conquistan los apoyos internacionales, así se acaba con los equidistantes, así se gana a toda la opinión pública.

Si el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha convocado de forma inmediata elecciones en Cataluña, sin perder un solo día, tiene que ser porque también él, y todo el Gobierno, temen que llegue ese día, ese muerto. Para que entiendas mejor el grado de enajenación en el que se ha instalado una buena parte de la sociedad catalana solo tienes que leer a Manuel Castell, un reputado sociólogo con plaza de profesor en Berkeley.

Hasta que se cierren las urnas, viviremos con ese temor de que llegue la noticia que lo cambie todo porque esta es la última salida de los rebeldes

Castell nació en Albacete, pero le aconseja cosas como esta a sus colegas separatistas: “Desobediencia civil pacífica. Manifestaciones, sentadas en los espacios públicos y ocupaciones de edificios, cortes continuos de carreteras en todo el territorio y, sobre todo, huelga general indefinida hasta forzar la negociación. El Estado tiene múltiples instrumentos de coerción, pero el independentismo también prepara una amplia gama de formas de resistencia. Para ambos es patria o muerte, esperando que solo sea una metáfora”.

Si lo que viene a partir de ahora es insumisión, desobediencia y provocaciones diarias, el Gobierno debe saber que cada día que pase se aumenta el riesgo de que, en el momento más inesperado, llegue la terrible noticia que lo cambie todo. Por eso ha declarado elecciones inmediatas, porque esa tensión se puede soportar dos meses, pero nada más. Dos meses de tensión, rezando para que no pase nada. Y que cuando lleguen las elecciones y se cierren las urnas, una nueva realidad pueda servir para descargar el ambiente de tensión. Pero desde ahora, y hasta entonces, viviremos con ese temor porque esta es la última salida de los rebeldes. Solo espero no tener que recordar con amargura aquel día soleado en Málaga, cuando un grupo de mujeres brindaba y celebraban uno de los días más tristes de España como si hubiésemos ganado un mundial.

Cuando se produjo el primer muerto, los dos recordamos aquel día soleado en Málaga, cuando un grupo de mujeres pidió una botella de cava y brindaron con sus copas finas, como los tacones, y comenzaron a cantar el pasodoble del ‘Viva España’ de Manolo Escobar, tan certero con nuestra forma de ser por una parte de su letra en la que nadie repara: “es imposible que pueda haber dos”. Es así, no puede haber dos países como España, es imposible. Y nos ha tocado en la generación que ha vuelto a comprobarlo, esta vorágine, que ya es un torbellino terrible, que nos ha llevado al abismo. Otra vez al abismo.

Parlamento de Cataluña