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Podemos se va como llegó
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Javier Caraballo

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Podemos se va como llegó

Desde Íñigo Errejón hasta Carolina Bescansa, la sensación que ofrece Podemos, al menos hacia el exterior, es que se ha ido quedando cada vez más pequeño y, cada vez, más ensimismado

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)

Tuvieron la oportunidad y la desaprovecharon. Llegaron porque supieron adaptarse al momento que vivía la sociedad española y se están yendo por no saber entender lo que está pasando. Supieron oír un clamor que nadie escuchaba y se han vuelto sordos, o ciegos, antes ese mismo grito que nace de las entrañas de la misma sociedad. Pudieron desbancar al PSOE en el liderazgo de la izquierda en España, como ha ocurrido con la socialdemocracia en otros países, y una inexplicable ceguera ideológica les ha devuelto a su carácter subsidiario, complemento de la izquierda hegemónica que siempre habían representado los socialistas y que estuvieron a punto de perder.

La historia de Podemos en la democracia española, de persistir esta tendencia, puede acabar resumiéndose en la misma palabra para explicar su ascenso y su caída, ambos meteóricos, porque nunca nadie acumuló tanto poder, y tan rápido, como el partido de Pablo Iglesias y puede que nunca nadie experimente una caída más fulgurante. Es el vértigo que debe darle a los propios dirigentes de esa organización cuando recuerden que hubo un tiempo, no muy lejano, en el que hasta los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas los colocaban como la opción política preferida por los españoles. Lo cual nos deja la primera conclusión de que aquel grupo inesperado de profesores de Economía, Ciencias Políticas y Sociología que fundó Podemos sabían cómo aprovechar el momento pero desconocían el sostenimiento. Sabían mucho de teoría política, pero desconocían cómo hacer política.

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, a su llegada a un acto del partido en Getafe la pasada semana. (EFE)

Fueron los griegos los primeros que hablaron del ‘síndrome Hybris’ con el que se señalaba a aquellos héroes vencedores de las grandes batallas que, después de conquistar la gloria, borrachos de éxito y de poder, empezaban a comportarse como dioses y se creían capaces de cualquier cosa. Ahí empezaba su declive inexorable y patético. Los romanos lo aprendieron y, por esa razón, aconsejaban a sus generales y a sus emperadores que siempre llevasen a su lado a un esclavo susurrándole al oído “mira hacia atrás y recuerda que sólo eres un hombre” (Respice post te, hominem te esse memento).

Quizá los problemas de hoy de Pablo Iglesias, icono y referencia fundamental de Podemos, se reducen a no haber querido oír a quienes, a su lado, le han susurrado al oído y, en vez de atenderlos, los ha apartado de su camino. Desde Íñigo Errejón hasta Carolina Bescansa, la sensación que ofrece Podemos, al menos hacia el exterior, es que se ha ido quedando cada vez más pequeño y, cada vez, más ensimismado. Uno de los fundadores de Podemos, Luis Alegre, lo resumió en un artículo, a principios de año, con un símil contundente: “Si entra una mosca en casa y alguien aprovecha, saca una pistola, y mata a la suegra, no cabe decir que haya matado moscas a cañonazos. Ha cometido un crimen que nada tiene que ver con la mosca”. Las moscas que han entrado en la casa de Podemos son los debates ocasionales que han ido apareciendo por el camino, las diferencias de opinión, y con el paso del tiempo queda claro que se ha aprovechado cada debate interno para liquidar a un disidente.

Foto: La diputada de Podemos Carolina Bescansa, al inicio este martes del pleno del Congreso de los Diputados. (EFE)

Hay quien señala como punto de inflexión en la caída de Podemos la decisión de no haber respaldado la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, en la moción de censura que le planteó a Mariano Rajoy. No lo comparto. Por dos cosas: en primer lugar, porque aquella jugada no le salió mal a Podemos por el planteamiento táctico sino por lo que vino después: el resurgimiento de Pedro Sánchez. Y en eso no tuvo nada que ver Pablo Iglesias.

Es decir, tácticamente, a Podemos le habría salido bien no apoyar la moción de censura socialista si el PSOE, como parecía inexorable, se hubiera seguido autodestruyendo internamente y, sobre todo, si en las primarias socialistas llega a ganar la presidenta andaluza, Susana Díaz, lo que le hubiera permitido a Podemos seguir presentándose ante la sociedad como la izquierda auténtica. Pero ganó Pedro Sánchez y los socialistas exhibieron un eslogan del que ya no se apartarán: “Somos la izquierda”. La militancia socialista enterró la imagen del ‘cien por cien PSOE’ de Susana Díaz, arropada por todos aquellos líderes caducados como referencia de izquierda, y el segundo damnificado tras la presidenta andaluza fue Pablo Iglesias.

El segundo motivo por el que no se puede situar el punto de inflexión de Podemos en la moción de censura es que mucho más trascendente que aquello ha sido la errática estrategia en el conflicto catalán. Esa ceguera sí que puede acabar liquidando a Podemos porque representa lo contrario de lo que los aupó: saber atender lo que reclama la ciudadanía. Del empoderamiento se pasa al aislamiento. ¿Por qué no oyó Pablo Iglesias a Carolina Bescansa cuando lo alertó de que tenía que “hablar más de España y de los españoles y no sólo de los independentistas”?

Foto: El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, hace declaraciones a los medios de comunicación. (EFE)

No haber oído el clamor de los españoles, irritados, hastiados, ofendidos, por la matraca independentista, puede ser la tumba de Podemos. Y será difícil explicarlo en el futuro cuando se repare, de nuevo, que era una opción de izquierda la que se quemó por defender, o excusar, o silenciar, los privilegios que se exigían en una de las regiones más ricas de Europa gracias a la escalada independentista que apoyaban mayoritariamente las rentas más altas de Cataluña. Eso, sin necesidad de detenernos siquiera en que, cuando se vulnera la Constitución, las opiniones se reducen a dos, dentro de la ley o fuera de ella, porque todo lo demás se vuelve secundario. Incluso para quienes, legítimamente, defienden, como en Podemos, que hay que modificar la Constitución. Paco Frutos o Joan Coscubiela han entendido lo que ni Pablo Iglesias ni ninguno de sus leales, incluido Alberto Garzón, ha sabido ver.

Tiene razón Félix Ovejero, profesor de filosofía política en la Universidad de Barcelona, cuando ha dicho que no hay nada más comunista que el espacio político. “Cuando alguien reclama una ciudadanía cimentada en la identidad, y además exige privilegios económicos, se sitúa enfrente de esa tradición, con la reacción. Si a ello le añades que los que lo demandan son los territorios más ricos y privilegiados, cuesta entender que nuestra izquierda se comprometa con el relato nacionalista”, sostiene Ovejero.

Alguna vez se ha preguntado aquí que, en la historia de la teoría política, lo único que no puede explicarse es el momento en el que algunos entendieron que el nacionalismo era un concepto de izquierda. El PSOE ha estado preso de esa inesperada alienación durante mucho tiempo, y todavía no se ha curado, pero en esta crisis catalana ha sabido desmarcarse a tiempo. Y fortalecerse. Podemos sigue, en sentido contrario, adentrándose en el callejón equivocado que, además, no tiene salida.

Tuvieron la oportunidad y la desaprovecharon. Llegaron porque supieron adaptarse al momento que vivía la sociedad española y se están yendo por no saber entender lo que está pasando. Supieron oír un clamor que nadie escuchaba y se han vuelto sordos, o ciegos, antes ese mismo grito que nace de las entrañas de la misma sociedad. Pudieron desbancar al PSOE en el liderazgo de la izquierda en España, como ha ocurrido con la socialdemocracia en otros países, y una inexplicable ceguera ideológica les ha devuelto a su carácter subsidiario, complemento de la izquierda hegemónica que siempre habían representado los socialistas y que estuvieron a punto de perder.