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El socialismo andaluz regresa a los ochenta
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Javier Caraballo

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El socialismo andaluz regresa a los ochenta

La evolución de los mensajes del PSOE de Andalucía producen hasta vértigo porque es la misma idea con distintos nombres, la misma zanahoria pintada de colores durante 40 años

Foto: La bandera de Andalucía en el Día de la Comunidad. (EFE)
La bandera de Andalucía en el Día de la Comunidad. (EFE)

La calidad de la política se mide por la categoría de sus debates. Y siguiendo esa medida, podría afirmarse sin riesgo de equivocación que la política andaluza se ha empobrecido exponencialmente desde que se instauró la autonomía. Es verdad que el estado autonómico español, de forma general, ha ido degenerando en una suerte de sistema parlamentario de menor rango en el que los debates o los intereses políticos últimos tienen más que ver con los intereses nacionales de los partidos políticos que con los estrictamente locales. Por ejemplo, y esto en Andalucíase percibe constantemente: no existe un discurso político diferenciado de ninguno de los partidos políticos porque todos ellos asumen que, por encima del interés específico de los andaluces, tienen que defender a los dirigentes y a las estrategias de su partido a nivel nacional.

Así, el PSOE nunca censurará la actitud de un ministro socialista, sino que retorcerá la realidad para defenderla, mientras que el PP jamás concederá el más mínimo reparo a las políticas de un gobierno de Rajoy. En sentido inverso, todos los casos de corrupción que afecten a los socialistas, merecerán el silencio o un leve reproche del PSOE andaluz, mientras que los casos del PP se propagarán como sentencias definitivas de la podredumbre de un partido y hasta de una ideología. Al revés, contemplado desde el PP contra el PSOE, exactamente igual: ‘lo importante de verdad son los ERE, la Gürtel, la Púnica y Lezo son de menor entidad…’.

El resultado final es un discurso esclerotizado, aburrido en sí mismo, y siempre previsible

¿Qué ocurre, en esas circunstancias? Pues que la política autonómica deja de tener interés para los propios andaluces, porque se trata de debates de ‘segunda lectura’ en los que solo se repiten consignas que tienen que ver con la conquista o el mantenimiento del poder en La Moncloa, que es el objetivo principal.

El resultado final es un discurso esclerotizado, aburrido en sí mismo, y siempre previsible. Si esa dinámica le afecta a todos los partidos de forma general, mucho más severa se hace la pendiente cuando se trata de un partido como el PSOE de Andalucía que lleva cuatro décadas en el poder. De hecho, contemplada con cierta perspectiva, la evolución de los mensajes del PSOE de Andalucía producen hasta vértigo porque es la misma idea con distintos nombres, la misma zanahoria pintada de colores durante cuarenta años.

placeholder Susana Díaz abraza al expresidente de la Junta de Andalucía Rafael Escured. (EFE)
Susana Díaz abraza al expresidente de la Junta de Andalucía Rafael Escured. (EFE)

Escuredo, el más pragmático y acaso el único andalucista convencido en el PSOE, duró poco, pero el tiempo que estuvo se agarró a la Reforma Agraria como símbolo histórico del movimiento jornalero andaluz. Borbolla, que vino después, prometió hacer de Andalucía la California del sur de Europa. Chaves, el más longevo, prometió durante años la Segunda Modernización y cuando se agotó esa fórmula, que nadie sabe en qué consistía porque no planteaba objetivos concretos, prometió la Tercera Modernización.

Entre tanto, años y años con la misma cantinela; en Andalucía todo se hacía “en el marco de la segunda modernización” y se plasmaba incluso en el Boletín Oficial, que es lo más grave. Se aprobaban decretos como éste que conservo de julio de 2006, de palabrería imposible, indigesta. Esto es literal: “Estrategia de Modernización de los Servicios Públicos de la Junta de Andalucía (…) para canalizar la situación de partida, y un análisis externo a través del cual se han identificado las principales tendencias y mejores prácticas en el ámbito de la modernización de las distintas administraciones nacionales e internacionales a fin de lograr (...) un instrumento de carácter estratégico y transversal que se sustenta en cinco líneas estratégicas que se apoyan y retroalimentan entre sí, configurando una red de acciones interrelacionadas capaces de lograr sinergias para la consecución de sus fines”.

Se trata de generar un sentimiento de agravio en Andalucía, un estado de alerta, de defensa de la autonomía ante posibles amenazas, reales o no

Todo aquello se lo llevó, finalmente, la enorme tormenta de barro del fraude de los ERE y lo extraordinario ahora es que lo que propugna Susana Díaz es un regreso al pasado. Vuelta a empezar. Tras el aparatoso enfrentamiento de las primarias contra Pedro Sánchez, Susana Díaz necesitaba reinventarse como líder político y, para eso, quiere volver a los orígenes y rescatar el perfil andalucista de los socialistas andaluces de los años 80. Aprovechando el conflicto de Cataluña, se trata de plantear una batalla similar a la de aquellos primeros años de la democracia, cuando se exigió, y se consiguió, que Andalucía tuviera una autonomía con el mismo nivel de competencias que las llamadas comunidades históricas, Cataluña, Galicia y País Vasco. En esencia, de lo que se trata es de generar un sentimiento de agravio en Andalucía, un estado de alerta, de defensa de la autonomía ante posibles amenazas, reales o ficticias.

placeholder El ex presidente de la Junta de Andalucía José Rodríguez de la Borbolla. (EFE)
El ex presidente de la Junta de Andalucía José Rodríguez de la Borbolla. (EFE)

El ‘adelantado’ de esa estrategia, el ideólogo, la persona a la que ha recurrido Susana Díaz tras su batacazo en las primarias, es el expresidente José Rodríguez de la Borbolla. Sus últimos pasos son muy elocuentes. A principios de octubre promovió, junto a otros exdirigentes socialistas, una carta en la que le exigía a Pedro Sánchez más contundencia contra el independentismo, en consonancia con la estrategia de desestabilización interna que practica Susana Díaz desde que perdió las primarias socialistas.

Esta semana, Borbolla ha vuelto a la carga, con otro tono, más agrio, pero con el mismo fondo de reivindicación andalucista: ha llamado “ignorante” y “tipo impresentable” a Odón Elorza por su polémica frase contra una diputada andaluza de Podemos (le dijo, aunque luego rectificó y pidió perdón, que “para ser andaluza, pareces más educada que yo”) y ha cargado contra los independentistas catalanes llamándolos “cerdos”.

Susana Díaz ha contemplado todos estos mensajes en silencio, como persona que mueve los hilos

Dentro del propio PSOE andaluz, la carga abrupta de Borbolla ha generado polémica, mensajes cruzados, unos de apoyo y otros de desaprobación; Susana Díaz los han contemplado todos en silencio, como persona que mueve los hilos. Pero más allá de la espuma, de los dimes y diretes, lo importante de esa polémica es lo que supone. Como ha escrito atinadamente un dirigente del Partido Comunista de los 80, Javier Aristu: “Lo que expresan esos exabruptos de Borbolla es la cultura política actual del socialismo andaluz. El andalucismo socialista sigue anclado en los años ochenta del pasado siglo, reivindicando [un nivel de autonomía] que tiene ya desde hace 37 años y que ha gestionado y gobernado él solo en exclusiva. El actual PSOE andaluz se ha encerrado en un permanente bucle de simbólicos emblemas de hace treinta años”.

Eso es lo que está ocurriendo. En eso piensan los socialistas andaluces, eso es lo que viene, a ese propósito se va a dedicar en adelante la siempre potente y eficaz maquinaria de propaganda del PSOE andaluz. Después de la California del Sur de Europa, la Segunda y la Tercera Modernización, regreso a los orígenes: ‘La autonomía andaluza está en peligro y hay que defenderla’.

La calidad de la política se mide por la categoría de sus debates. Y siguiendo esa medida, podría afirmarse sin riesgo de equivocación que la política andaluza se ha empobrecido exponencialmente desde que se instauró la autonomía. Es verdad que el estado autonómico español, de forma general, ha ido degenerando en una suerte de sistema parlamentario de menor rango en el que los debates o los intereses políticos últimos tienen más que ver con los intereses nacionales de los partidos políticos que con los estrictamente locales. Por ejemplo, y esto en Andalucíase percibe constantemente: no existe un discurso político diferenciado de ninguno de los partidos políticos porque todos ellos asumen que, por encima del interés específico de los andaluces, tienen que defender a los dirigentes y a las estrategias de su partido a nivel nacional.

Susana Díaz Partido Comunista Pedro Sánchez