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Junqueras y los violentos
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Javier Caraballo

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Junqueras y los violentos

La única violencia constatable, verificable, que se ha ejercido en Cataluña es la violencia social ejercida sobre quienes se han manifestado en contra del independentismo

Foto: El líder de ERC, Oriol Junqueras. (Raúl Arias)
El líder de ERC, Oriol Junqueras. (Raúl Arias)

"Menos mal que son pacíficos, porque hay que ver el odio que van sembrando". Asalta esa terrible paradoja cada vez que se escuchan, con un eco impostado, los golpes de pecho de Oriol Junqueras proclamando su cristianismo, como demostración incuestionable de su pacifismo. ¿Por declararse cristiano se presupone el pacifismo de una persona? Por supuesto que no, claro. Como si a lo largo de la historia no se pudieran documentar miles de muertos inocentes en el nombre de Dios; como si durante siglos el propio Vaticano no hubiera sido el principal centro de conspiraciones, torturas y asesinatos, como Benedicto VI, que murió en el Castillo de Sant’Angelo, estrangulado por su sucesor, Bonifacio VII.

Que no, que ser cristiano no exime de ningún delito terrenal, más bien los acaba agravando cuando, como los curas independentistas catalanes, nombran a Dios en vano y utilizan su nombre como parapeto de lo que nunca tendría que defender un buen cristiano. Muchos en la Iglesia han utilizado siempre el nombre de Dios, y se sigue haciendo, para justificar sus obsesiones, su vanidad y sus complejos; terribles planes de exclusión, marginación y sometimiento escondidos tras una sotana.

La única violencia constatable, verificable, que se ha ejercido en Cataluña es la violencia social ejercida sobre quienes se han manifestado en contra del independentismo y, desde hace décadas, en contra del nacionalismo catalán. Los que han tenido que marcharse de Cataluña, los que no se atreven a hablar, los que no quieren ‘señalarse’, como se decía en el franquismo, los que tienen miedo, los que reciben insultos por las calles, los que amanecen con pintadas en los cristales de su comercio, los que han dejado de hablar con sus amigos de política porque se ha vuelto imposible, los que no se atreven a dar conferencias o a invitar a conferenciantes, los que están soñando con irse porque la ciudad en la que han nacido se ha vuelto asfixiante. ¿Cuántos son? ¿Decenas, cientos o miles? Dirán que la mayoría de la sociedad catalana no es así, y es verdad, pero nadie negará que si algo se parece en Cataluña a un acto “de brutal represión y violencia” no fue la torpe y burda política del Gobierno de la nación en el ‘referéndum trampa’ del 1 de octubre sino esta otra realidad que es obra de los que se proclaman pacíficos independentistas.

La exclusión, la marginación y el sectarismo son algunos de los métodos más eficaces de violencia que puede ejercer el poder contra los disidentes

La exclusión, la marginación y el sectarismo son algunos de los métodos más eficaces de violencia que puede ejercer el poder contra los disidentes. “No te van a fumigar, como si fueras un insecto”, dice Javier Nart, y tiene razón. Primero, muestran el camino, como un apostolado, para que te conviertas, y si no lo consiguen, te olvidan, te ignoran: muerte civil. “Así que yo fui antiespañol con Franco y anticatalán con la camarada Forcadell”, acaba diciendo Nart. La misma experiencia que Isabel Coixet, que ha venido relatando estos días cómo padece “ataques de angustia, pero no soy la única”. “En este momento —añade—, hay mucha gente en un estado de angustia y tristeza muy profunda, en un estado de incertidumbre. Es muy difícil vivir así la vida cotidiana”. Joan Manuel Serrat, lanceado también como el último franquista por haberse opuesto al independentismo, acaba firmando artículos sobre Leonel Messi, porque “ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema”, como escribió hace unos días citando a James Joyce.

“La paranoia es la patología mas sencilla de inducir”, sostiene Albert Boadella de la fiebre nacionalista que degeneró en independentista, un represaliado catalán que ya es un clásico porque fue de los primeros, quizá de los más inesperados. ¿Quién se lo iba a decir al corazón de Els Joglars cuando en los ochenta les llovían las querellas de los sectores españoles de extrema derecha, nostálgicos del franquismo? Ahora, Boadella ironiza contando que cuando viaja al extranjero dice que es de Murcia, aunque nadie lo creerá nunca porque lo que no podrá borrarse en la vida es el acento. Félix de Azúa, otro ‘exiliado’, también sostiene la misma visión enfermiza de una parte de la sociedad catalana: “Siempre tienen esa tendencia a decir, que no me confundan con alguien bajo, feo y con boina, que son los españoles”. Son dos testimonios incluidos en el documental ‘Gente que vive fuera’, dirigido por el periodista Arcadi Espada, que se presentó hace dos años en el Festival de Cine de Málaga.

Si un catalán es cristiano e independentista, lo que tendría que revisar es su coherencia con la doctrina de Cristo. Como advierte san Mateo: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”. El cristianismo de Oriol Junqueras, como principal líder de los independentistas catalanes, hay que analizarlo, por tanto, por sus frutos, por sus obras. ¿Cuántos son, desde Boadella hasta Serrat? ¿Se han parado a pensarlo los catalanes?

Desde hace años, demasiados años quizá, son muchos los catalanes hastiados, marginados, apartados, perseguidos o vilipendiados que se han tenido que machar de Cataluña. No respetan ni a los muertos, porque siempre habrá algún cachorro independentista dispuesto a escupir palabras de odio sobre la lápida de un fiscal general, como ha ocurrido con Maza. Lo que ha ocurrido, lo que hemos conocido, quizá solo se podrá valorar en su conjunto dentro de muchos años, con más perspectiva, porque no existe un éxodo igual de empresas y de particulares, de proyectos y de oportunidades perdidas, en un país desarrollado, democrático, sin problemas raciales ni religiosos, integrado en el corazón de esta Europa comunitaria. Por eso, la primera de las paradojas que se plantean cuando se les oye hablar de pacifismo: "Menos mal que son pacíficos, porque hay que ver el odio que van sembrando".

"Menos mal que son pacíficos, porque hay que ver el odio que van sembrando". Asalta esa terrible paradoja cada vez que se escuchan, con un eco impostado, los golpes de pecho de Oriol Junqueras proclamando su cristianismo, como demostración incuestionable de su pacifismo. ¿Por declararse cristiano se presupone el pacifismo de una persona? Por supuesto que no, claro. Como si a lo largo de la historia no se pudieran documentar miles de muertos inocentes en el nombre de Dios; como si durante siglos el propio Vaticano no hubiera sido el principal centro de conspiraciones, torturas y asesinatos, como Benedicto VI, que murió en el Castillo de Sant’Angelo, estrangulado por su sucesor, Bonifacio VII.

Oriol Junqueras