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Llanto por la muerte de Olivencia
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Javier Caraballo

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Llanto por la muerte de Olivencia

Lo que duele en el alma es que se pierde el prototipo de un hombre excepcional, autor de un código ético

Foto:  Fotografía de archivo, tomada el 25 3 2008, del catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Sevilla y comisario general de la Exposición Universal de Sevilla de 1992, Manuel Olivencia. (EFE)
Fotografía de archivo, tomada el 25 3 2008, del catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Sevilla y comisario general de la Exposición Universal de Sevilla de 1992, Manuel Olivencia. (EFE)

La vida de algunas personas tendría que grabarse a fuego en la conciencia de los pueblos. Por el ejemplo que suponen y porque sin referencias siempre se corre el riesgo de perderse, sobre todo en estos tiempos convulsos en los que la tolerancia de la mentira amenaza a la realidad, ensucia y tergiversa la verdad. Se ha muerto Manuel Olivencia en Sevilla y lo que duele en el alma es que se pierde el prototipo de un hombre excepcional, catedrático de Derecho Mercantil de fama internacional, maestro de juristas, autor de un código ético, elaborado por una comisión de expertos presididos por él, que establece las normas del buen gobierno de las empresas y sus consejos de administración. No era de extrañar, por lo tanto, que un hombre así acabara de la peor forma en la única vez que se decidió a entrar en política de la mano del Gobierno socialista de Felipe González, que había sido alumno suyo, como comisario general de la Exposición Universal de Sevilla de 1992.

Con la excusa de acelerar las obras, se relajaron todos los controles y Olivencia presentó su dimisión unos meses antes de que se inaugurase la Expo. “Aquí hay quien piensa que las auditorías internas son las que se hacen para el oído interno”, me dijo entonces. Al poco tiempo, en Andalucía comenzaron a estallar casos de corrupción y en Cataluña, espoleada también por las grandes inversiones de las Olimpiadas, el oasis empezó a pudrirse con las mordidas del tres por ciento.

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Existe una conexión entre la sabiduría y la sencillez, de la misma forma que la mediocridad se hace acompañar siempre de la soberbia. Grande como era, Manuel Olivencia se desvivía por una anécdota o una frase ingeniosa al cabo de una reflexión profunda. “El éxito consiste en trincar la pasta de golpe e ir soltándola poco a poco”, solía repetir cuando hablaba del negocio bancario y recordaba la frase que le dijo un día el director de una afamada caja de ahorros andaluza, aún en el franquismo. La frase estaba referida a las finanzas, pero bien podría aplicársele a la misma corrupción clientelar que tan extendida está en España y que tan poco tiene que ver con la ética y el buen gobierno.

A un hombre así, tan partidario del retruécano, le ha acabado haciendo un guiño el destino, incluso con la fecha de su muerte. Porque se ha muerto Olivencia cuando se moría también el año en el que se ha celebrado el 25 aniversario de la Exposición Universal de Sevilla. Nació en 1929, cuando en Sevilla se inauguró otra exposición internacional, la Exposición Iberoamericana de 1929, y ha dejado este mundo ochenta y ocho años después, en la madrugada del uno de enero, cuando en España entera estallaban cohetes en los cielos y el confeti se esparcía por las aceras. En el día de su santo, con la discreción de siempre, ha cerrado los ojos Manuel Olivencia Ruiz. Y yo, que tanto lo admiraba, que tanto lamento su muerte, recopilo ahora, como homenaje póstumo, aquello que me dijo en una larga conversación hace más de diez años, sobre la importancia de la educación para que una sociedad pueda progresar. Al volver a leerlo ahora, suena como un testimonio que se deja en herencia.

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"La base de toda buena educación y de toda sociedad es una buena escuela pública. Es lo esencial. Ahora, sin embargo, asistimos a continuos cambios de planes en la Enseñanza que van cada vez a peor. Se está perdiendo el sentido elitista que toda educación debe tener. La igualdad en la educación es la igualdad en el punto de salida, como los atletas. Igualdad en el derecho de la Educación y en las oportunidades. La educación, por definición, tiene que ser una selección de los mejores. Pero es que, además, todo eso ha llevado consigo que también se pierda en rigor, en disciplina y hasta en la formación de los enseñantes. La igualdad en la Educación, reitero, tiene que ser de oportunidades, no puede consistir en cortar la cabeza de los que sobresalgan".

"La revolución dentro de las aulas, la pérdida absoluta de autoridad de los profesores, el desprecio a las formas, la subversión de la jerarquía, la falta de respeto y consideración... Todo eso es una realidad. Y, para mí, los males sociales son los peores, mucho peores que otros problemas de alto nivel como los políticos, porque afectan directamente al tejido del que se compone una nación. Es verdad, no podemos decir que seamos un caso aislado, pero lo que sí podemos afirmar es que somos un caso último. Ahí están las clasificaciones internacionales o las propias olimpiadas de la educación. El fenómeno es general, sí, pero el nuestro es el más grave".

"En esta sociedad globalizada y del conocimiento, en la que lo esencial es la mente humana y el espíritu creador, carecer de una buena formación es la ruina de un país. Además, esos atrasos cuestan muchísimo recuperarlos después. En materia de investigación, por ejemplo. Uno puede ser auxiliar, pero no podrá ponerse al nivel de los países más desarrollados si se han perdido varios lustros".

La vida de algunas personas tendría que grabarse a fuego en la conciencia de los pueblos. Por el ejemplo que suponen y porque sin referencias siempre se corre el riesgo de perderse, sobre todo en estos tiempos convulsos en los que la tolerancia de la mentira amenaza a la realidad, ensucia y tergiversa la verdad. Se ha muerto Manuel Olivencia en Sevilla y lo que duele en el alma es que se pierde el prototipo de un hombre excepcional, catedrático de Derecho Mercantil de fama internacional, maestro de juristas, autor de un código ético, elaborado por una comisión de expertos presididos por él, que establece las normas del buen gobierno de las empresas y sus consejos de administración. No era de extrañar, por lo tanto, que un hombre así acabara de la peor forma en la única vez que se decidió a entrar en política de la mano del Gobierno socialista de Felipe González, que había sido alumno suyo, como comisario general de la Exposición Universal de Sevilla de 1992.