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La corrupción global del PP
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Javier Caraballo

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La corrupción global del PP

Cada uno de los casos de corrupción que se conocen tiene importancia porque forman parte de un todo y así deben contemplarse, expresiones de un mismo mal, de una infección general

Foto: Ricardo Costa, ex secretario general del PP de la Comunidad Valenciana (c). (EFE)
Ricardo Costa, ex secretario general del PP de la Comunidad Valenciana (c). (EFE)

Peor que la corrupción política es la cínica negación de la evidencia. Es lo que convierte los casos de corrupción política en una corrupción global, sistematizada y perfectamente asumida. La reacción hipócrita, burlona, de esos tipos cuando se les pregunta por la corrupción y nunca saben nada, es lo que confirma su implicación en los escándalos, en un sistema de recaudación de los que ellos se benefician como líderes políticos. “Mire, yo no sabía nada de eso que me está contando usted”, como repite siempre Mariano Rajoy con un pasmo portentoso.

Hay que estar hechos de una pasta especial para conducirse por la vida como esos tipos, como Javier Arenas o María Dolores de Cospedal, por ejemplo, cuando estos días de revelaciones en la trama de Gürtel les recuerdan sus golpes de pecho de hace unos años. El Partido Popular de Valencia era el espejo en el que se tenía que mirar toda la organización y sus dirigentes, los mejores símbolos de todo el partido. Los dos escalaron la cumbre más alta del desahogo y del descaro cuando, compungidos, exigieron disculpas para Francisco Camps porque se le había crucificado injustamente “por tres trajes”. El cinismo de todos ellos los convierte en la cúpula de la pirámide corrupta en la que ha degenerado el Partido Popular en las dos últimas décadas.

Foto: Ricardo Costa, a su llegada a la Audencia Nacional.

Sentado eso, dirán: ¿y cómo se va a implicar en los casos de corrupción a personas, como Rajoy, Arenas o Cospedal, que nunca han estado implicadas en ningún escándalo, que jamás han sido acusadas y mucho menos condenadas por corrupción política? Y más allá aún de esa queja, un reproche habitual: ¿cómo se puede hablar de corrupción global en el Partido Popular sin ofender a los cientos de miles de militantes y cargos públicos a los que incluso les cuesta dinero su dedicación a la política? Las dos preguntas tienen respuestas que confirman el concepto de corrupción global, siguiendo el más elemental de los métodos deductivos y socráticos: “Todos los seres humanos son mortales. Sócrates es un ser humano. Por lo tanto, Sócrates es mortal”. Vamos por partes.

La afirmación de la existencia de una corrupción global se sustenta en la evidencia, fácilmente comprendida por todo el mundo, de que nadie da dinero a cambio de nada. Si un empresario decide financiar a un partido político es porque recibe algo a cambio, un trato de favor. ¿Por qué iba a llegar nadie al gerente del Palau de la Música en Barcelona, al administrador de Filesa en los tiempos del PSOE o al tesorero del Partido Popular para darles un sobre con dinero negro? Es evidente que las comisiones ilegales se pagan a cambio de la concesión de obras públicas o de contratos públicos. Es tan de perogrullo que solo se ven afectados por casos de corrupción los partidos políticos que están en el poder, porque nadie intenta corromper a un partido de la oposición que nada le puede ofrecer a cambio.

Ricky confiesa... también

Como ha confesado hace poco Álvaro Pérez, 'el Bigotes', la maquinaria de los cobros ilegales solo se pone en marcha cuando, previamente, hay una confirmación política, institucional: "Hasta que no les llaman y no les dan órdenes, pues no pueden pagar (…) Hasta que no se llamaba al Palau de la Presidencia, no se podía hacer nada de nada”.

Con más contundencia, y con menos frivolidad, afirmó lo mismo la fiscal Concepción Sabadell, en su informe sobre la Gürtel el pasado mes de octubre: “No es un hecho aislado, ni puntual, sino que se trata de la actividad duradera de una organización constituida para delinquir”; comisiones ilegales sobre contrataciones públicas que tienen como objetivo último “financiar a un partido político, ahorrarle costes al PP", además de enriquecer a los integrantes de la trama que, por algo, son los que más riesgo corren. Y ese esquema de “corrupción sistemática” es el que el PP implanta en toda España, allí donde gobierna: "Se instaló, se enraizó y se extendió a diferentes entidades y municipios”.

Porque la inmensa mayoría de ellos nada tiene que ver con la corrupción, tendrían que ser los primeros en negarse a comulgar con ruedas de molino

Aun así, ¿por qué iban a conocerlo Rajoy, Arenas, Cospedal y los demás de la cúpula del Partido Popular? Pues porque todos ellos han ascendido hasta la cumbre desde abajo, todos ellos han ocupado cargos de relevancia en la organización de las campañas electorales y, sobre todo, porque un partido político es una organización cerrada, endogámica y jerarquizada en la que el líder desciende hasta el detalle de decidir quién debe ser candidato en un pueblo y a quién hay que darle la espalda. Los cientos de miles de militantes y cargos públicos del PP, repartidos por toda España, lo saben mejor que nadie y por eso, y porque la inmensa mayoría de ellos nada tiene que ver con la corrupción, tendrían que ser los primeros en negarse a comulgar con ruedas de molino. Si no lo hacen porque piensan que, a fin de cuentas, ellos también salen beneficiados de una organización fuerte, ocurra lo que ocurra en su interior; entonces, ellos también estarán participando con su silencio de la corrupción global.

Cada uno de los casos de corrupción que se conocen, desde tiempos de Juan Guerra hasta hoy, tiene importancia porque forman parte de un todo y así deben contemplarse, expresiones de un mismo mal, de una infección general. Incluso los partidos que se han incorporado recientemente al panorama político español, como Ciudadanos y Podemos, espoleados precisamente por la tormenta perfecta que provocó la desesperación de crisis económica unida a la indignación por los escándalos de corrupción, son ajenos a esta mentalidad. De hecho, en el breve tiempo de existencia de ambos se han enfrentado a denuncias que afectaban a su financiación y los dirigentes políticos de esos dos partidos han reaccionado de la misma forma que lo hacen los dirigentes de los partidos tradicionales, defensa a ultranza, demonios exteriores y desmentidos.

Digamos que existe un esquema mental asumido, interiorizado, que nadie pretende combatir y erradicar, se trata solo de exagerar la corrupción que le afecta al adversario y minimizar la propia, con un cansado juego de frases hechas. Por eso, ante la corrupción política, no hacen falta ni más leyes ni más prohibiciones, solo la verdad. Ninguno de lo partidos políticos que se han visto implicados en esas causas ha propuesto nunca en el Congreso de los Diputados una ‘comisión de la verdad’, en la que se analice esta plaga sin interés partidista, sin cálculos electorales, sin cinismo, sin armas arrojadizas. La verdad; hasta que no se empiece por ahí, nada será creíble.

Peor que la corrupción política es la cínica negación de la evidencia. Es lo que convierte los casos de corrupción política en una corrupción global, sistematizada y perfectamente asumida. La reacción hipócrita, burlona, de esos tipos cuando se les pregunta por la corrupción y nunca saben nada, es lo que confirma su implicación en los escándalos, en un sistema de recaudación de los que ellos se benefician como líderes políticos. “Mire, yo no sabía nada de eso que me está contando usted”, como repite siempre Mariano Rajoy con un pasmo portentoso.