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ETA, ni perdón ni olvido
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Javier Caraballo

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ETA, ni perdón ni olvido

El recuerdo de aquel día, las lágrimas y el dolor se han ido tiñendo de otras emociones, pero se mantiene igual la rabia de entonces que, una y otra vez, se apoderaba del pensamiento

Foto: Inauguración de una glorieta en memoria de Ascensión García Ortiz y Alberto Jiménez Becerril. (EFE)
Inauguración de una glorieta en memoria de Ascensión García Ortiz y Alberto Jiménez Becerril. (EFE)

Aquella madrugada, todos los teléfonos comenzaron a sonar a la vez en las casas y siempre descolgaba una voz encogida y temblorosa, de hombre o de mujer. “Levántate, han asesinado a Alberto Jiménez Becerril y a su mujer”. El frío gris de aquel despertar de enero se hizo sucio, indeseable. La gente se incorporaba a las aceras, camino del Ayuntamiento de Sevilla, y caminaba embobada, impactada, fuera de sí.

Había pocos teléfonos móviles entonces, hace 20 años, ni redes sociales, con lo que la mente, dispersa y bloqueada, vagaba libremente con escenas imaginadas, crueles, escalofriantes o absurdas. El frío de los dos cuerpos tendidos sobre los adoquines de la calle, empapados por el relente o por la lluvia, a 20 metros de las camitas de sus tres hijos pequeños, calentitos bajo sus mantas, sin saber que jamás los volverían a ver; sin saber siquiera que muchos de ellos, entonces de cinco, de siete y de ocho años, crecerían sin un recuerdo nítido de ellos.

Hoy, 30 de enero de 2018, 20 años después, el recuerdo de aquel día, las lágrimas y el dolor se han ido tiñendo de otras emociones, orgullo y valentía, como antídotos del alma, pero se mantiene igual la rabia de entonces que, una y otra vez, se apoderaba del pensamiento, ni olvido ni perdón a esos asesinos.

Un vídeo recuerda a Jiménez Becerril y esposa, asesinados por ETA hace 20 años

Los detuvieron muy rápido. Apenas dos meses después, en marzo, cayeron los tres asesinos del comando Andalucía en el mismo piso de Sevilla, cerca de la estación de Santa Justa, que había alquilado la única mujer integrante de la manada, Maite Pedrosa, que se ganó la hospitalidad de los vecinos contándoles lo mucho que le gustaba Sevilla y su decisión de alquilarse un piso en la ciudad para mantener el trabajo a tiempo parcial que mantenía con una empresa de Madrid. Hasta en el cinismo de esas expresiones de normalidad, para no levantar sospechas en el vecindario, son especialmente despreciables los asesinos, 'un trabajo a tiempo parcial'.

En el juicio, supimos que aquella noche de enero esperaron a que el concejal del PP de Sevilla Alberto Jiménez Becerril y su mujer, procuradora, Ascen García Ortiz, abandonaran el pub Antigüedades, al que solían acudir todos los jueves con un grupo de amigos, después de cenar con ellos. Pasaban pocos minutos de la una de la madrugada. Cuando estaban a 20 metros de su casa, en la solitaria calle Don Remondo, los dos etarras, José Luis Barrios y Mikel Azurmendi, sacaron sus pistolas, contaron mentalmente hasta tres y asesinaron de dos tiros en la nuca a la pareja. En el suelo quedaron esparcidos unos claveles rojos que la mujer llevaba en la mano.

Era difícil encontrar al día siguiente en toda España una sola crónica de prensa que no reparase en la crueldad de aquel crimen que dejaba huérfanos a tres niños. En esos instantes en los que la mente, incapaz de asimilar la realidad, se dedicaba a vagar entre absurdos y crueldades, intentaba recrear cómo sería el día después de uno de esos asesinos. Si alguno de ellos, en torno a una mesa, mientras repasaban lo sucedido, señalaba el periódico, la crueldad extrema de aquel atentado en la que, acaso, no habían reparado. A lo mejor no sabían que aquella era su mujer ni que tenían tres hijos. No era así, claro, como decía la sentencia que los condenó, “con esa indiferencia cruel se asesina”.

Cuando estaban a 20 metros de su casa, los dos etarras sacaron sus pistolas, contaron hasta tres y asesinaron de dos tiros en la nuca a la pareja

Por aquel juicio supimos que esa noche, al regresar al ‘piso franco’, los esperaba la mujer, Maite Pedrosa, con una cena especial para festejar el momento. Brindaron con sidra y se durmieron. Y en la cárcel, otro más de aquella manada infecta que es ETA, De Juana Chaos, escribió, exultante, una carta para que se filtrara a la prensa española: "Me estoy tragando todas las noticias de la ‘ekintza’ [acción] de Sevilla. Me encanta ver las caras desencajadas que tienen. Sus lloros son nuestras sonrisas y terminaremos a carcajada limpia. Con esta ‘ekintza’ ya he comido yo para todo el mes. ¡Perfecta!”. Pasaron los años, hubo otro juicio, en 2013, y los tres etarras volvieron a acudir a una sala de Justicia para declarar como testigos en la vista contra Kantauri, jefe de ETA en aquellos años y, por tanto, quien ordenaba las acciones criminales de la banda terrorista. Había pasado el tiempo, mucho tiempo, pero tampoco entonces había cambiado nada, sonreían, burlones, como si todavía siguieran festejándolo con sidra en una mesa camilla.Han pasado muchos años y no lo recuerdo”, repitieron los tres cada vez que les preguntaban en el juicio.

Nada más ser detenido, a José Luis Barrios Martín lo incluyeron en las listas de Euskal Herritarrok y salió elegido diputado del Parlamento de Navarra. Desde la cárcel, reclamó sus derechos como diputado electo y la Audiencia Nacional le otorgó la razón y dispuso que fuera trasladado del centro penitenciario “para asistir a la sesión de constitución de dicho Parlamento”. Mikel Azurmendi y Maite Pedrosa, que ya eran pareja cuando formaban parte del comando Andalucía, tuvieron una hija en la cárcel y, al nacer, exigieron poder compartir prisión, por el derecho que tenían a comunicarse, y posteriormente solicitaron el traslado a un centro penitenciario con las condiciones adecuadas para poder educar a su hija. La hija de ambos debe rondar ahora los nueve años; ya han estado con ella más tiempo del que Alberto y Ascen pudieron vivir con sus tres hijos.

Una cosa es la Justicia y otra el perdón. La Justicia no se negocia, el olvido no se cuestiona, el perdón no se regala

Ni cuando Barrios solicitó su derecho a acudir al Parlamento de Navarra tras ser elegido diputado, ni cuando Azurmendi y Maite Pedrosa reclamaron sus derechos como padres de una niña, me ha parecido que la decisión de los tribunales de Justicia tuviera que ser otra que respetar sus derechos. Igual que cada vez que se plantea el acercamiento de los presos vascos, por muy controvertido que pueda resultar. Por mucho que cada una de esas decisiones nos pueda remover las tripas, tiene que ser así, aunque jamás hayan dado muestras de arrepentimiento o, siquiera, de compasión por sus víctimas.

El cumplimiento de la ley es nuestro consuelo y nuestra fortaleza; aquello que nunca podrán derrotar. Pero una cosa es la Justicia y otra el perdón. La Justicia no se negocia, el olvido no se cuestiona, el perdón no se regala. Por eso, 20 años después, con el mismo frío en el cuerpo, el mismo escalofrío recorriendo la piel, hago mías las palabras de Enrique Múgica, un mes de febrero, dos años antes de que asesinaran a Alberto y a Ascen, en la casa del pueblo de San Sebastián, mientras se velaba el cadáver de su hermano: "Quiero decirles a ustedes y a todos mis conciudadanos, vivan donde vivan, estén donde estén, a todos los españoles, que, al contrario de frases convencionales, yo ni olvido ni perdono a los asesinos, a los que los han impulsado, a los que han levantado su mano, a los que defienden o exculpan a ETA y la violencia callejera desde determinados medios de comunicación, en cualquier sitio. Quiero decirles eso y quiero decirles que he combatido, sigo combatiendo y combatiré, el terrorismo y la violencia”.

Aquella madrugada, todos los teléfonos comenzaron a sonar a la vez en las casas y siempre descolgaba una voz encogida y temblorosa, de hombre o de mujer. “Levántate, han asesinado a Alberto Jiménez Becerril y a su mujer”. El frío gris de aquel despertar de enero se hizo sucio, indeseable. La gente se incorporaba a las aceras, camino del Ayuntamiento de Sevilla, y caminaba embobada, impactada, fuera de sí.