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Mentiras y titulitis políticas
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Javier Caraballo

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Mentiras y titulitis políticas

El problema de que este mal se haya extendido es que, como se sabe que en España no conlleva la dimisión, la estrategia que se pone en marcha consiste en intentar aguantar la tormenta

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes (d), y el consejero y portavoz del Gobierno, Ángel Garrido (i), durante la sesión de control al Gobierno del pasado marzo. (EFE)
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes (d), y el consejero y portavoz del Gobierno, Ángel Garrido (i), durante la sesión de control al Gobierno del pasado marzo. (EFE)

Un tipo del PP me pregunta, desconcertado, qué necesidad tenía Cristina Cifuentes de falsear un máster para engordar su currículo, y la única respuesta posible, para que no se hunda más, es que en España lo normal en política es eso, adulterar las biografías con un fin que puede resultarnos indeterminado o inexplicable, pero que debe andar entre la necesidad de aparentar lo que no se es y la mera chulería de saberse poderoso. Impostura o soberbia, o ambas a la vez. La cuestión es que es probable que no exista otro país del mundo con tantos casos de políticos que hayan falseado, engordado o manipulado su currículo y, mucho menos, debe existir otra nación como esta en la que el político tramposo tenga tan fácil una salida airosa sin tener que presentar la dimisión. Quizás ocurre con el fraude de los currículos lo mismo que con la corrupción política en España, que como es transversal y ha afectado a todo el arco parlamentario, ya se ha interiorizado como algo propio, consustancial. Muchos de los rostros de la corrupción española están también representados en la orla de los currículos falsos, como Luis Roldán o Iñaki Urdangarin, pero junto a ellos también se encuentran otros muchos, de todos los colores, Elena Valenciano, Pilar Rahola o Moreno Bonilla.

Por tener, hasta hemos tenido casos de ‘prestigiosos’ docentes e investigadores que han adulterado su historia; nada como aquel que llegó a decano de una universidad privada, Bruno Pujol Bengoechea, y que impartió cursos por media Sudamérica hasta que se descubrió que ni siquiera estaba licenciado. O Bernat Soria, uno de los ministros de Zapatero más paseados por los socialistas durante una década. En mítines y conferencias políticas lo aclamaban como un gran científico español que iba a poner fin a algunas de las peores enfermedades de la humanidad y, sin embargo, aquello no le bastaba; también decidió engordar su currículo para incluir como mentores a profesores que nunca lo habían sido y una plaza de decano en la Facultad de Medicina de Alicante. ¿Qué necesidad tenía Bernat Soria de inflar su biografía, no le bastaba con el merengue que le untaban los suyos en la nómina y en los mítines? Pues nada, también cayó… Por eso se decía antes que el porqué de estas cosas es complejo, que debe ser una combinación de factores. Alguien dijo que la vanidad siempre traiciona a la prudencia y apuñala al propio interés. Pues eso.

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes. (EFE)

El problema añadido de que este mal se haya extendido es que, como se sabe que en España no conlleva la dimisión, la estrategia que se pone en marcha consiste en intentar aguantar la tormenta, que durará un mes o así, y esperar a que escampe el chaparrón de críticas. La presidenta de la Comunidad de Madrid mantiene desde el primer día que ella es inocente, pero si nos atenemos a lo actuado desde entonces, la realidad es que ha seguido al milímetro el manual de respuestas de los otros afectados por las mismas denuncias: negarlo todo, culpar a otros y achacar la falsificación a errores administrativos. Para Cifuentes, desmontar las acusaciones, como ya se ha repetido tantas veces, era tan fácil como mostrar, ella o la universidad, toda la documentación relativa al máster que se ha puesto en duda. Como estos son asuntos que pertenecen al ámbito cotidiano, porque todo dios sabe en qué consiste hacer un examen y obtener un título, desmontar una mentira colosal, como dice la presidenta que son las imputaciones que se le hacen, es tan fácil como mostrar el trabajo, los exámenes y los pagos de la matrícula. Si se trata de un alto cargo político y de una universidad de prestigio, la demostración debe ser más fácil todavía. Pero ni Cristina Cifuentes ni la Universidad Rey Juan Carlos lo han hecho así.

Cuando El Confidencial publicó hace un par de años los papeles de Panamá, las revelaciones acabaron llevándose por delante a un ministro del Gobierno, José Manuel Soria, que era titular de Industria. Puede pensarse que el ministro se vio abocado a la dimisión porque su familia tenía una cuenta oculta en un paraíso fiscal, pero no fue así. Si el ministro Soria hubiera dado, al conocerse el escándalo, las explicaciones oportunas, quizá se hubiera salvado, al tratarse de empresas familiares, en las que el entonces ministro no tomaba directamente las decisiones y que, incluso, podría no conocer. Todo eso conlleva un desgaste político evidente, pero no conduce a la dimisión si se sabe reconducir la situación y, sobre todo, si no supone un delito de ocultación a la Hacienda pública. Si dimitió el ministro Soria no fue por aparecer en los papeles de Panamá sino porque quedó atrapado en la tupida red de mentiras que él mismo había tejido. La araña y la mosca, en un sorprendente desdoble de personalidad. La presidenta de la Comunidad de Madrid, tras dos semanas de acoso periodístico y político para que desvele lo que, de verdad, ocurrió en ese máster, ya no puede tener una salida airosa en la historia de su máster; también ella está presa de sus propias palabras, con lo que o presenta con urgencia las pruebas de su máster o tendrá que largarse como el ministro Soria y por los mismos motivos. Porque hasta en España, el país en el que podría confeccionar una orla de políticos con currículos falsos, la mentira tiene un límite que no se puede traspasar.

Un tipo del PP me pregunta, desconcertado, qué necesidad tenía Cristina Cifuentes de falsear un máster para engordar su currículo, y la única respuesta posible, para que no se hunda más, es que en España lo normal en política es eso, adulterar las biografías con un fin que puede resultarnos indeterminado o inexplicable, pero que debe andar entre la necesidad de aparentar lo que no se es y la mera chulería de saberse poderoso. Impostura o soberbia, o ambas a la vez. La cuestión es que es probable que no exista otro país del mundo con tantos casos de políticos que hayan falseado, engordado o manipulado su currículo y, mucho menos, debe existir otra nación como esta en la que el político tramposo tenga tan fácil una salida airosa sin tener que presentar la dimisión. Quizás ocurre con el fraude de los currículos lo mismo que con la corrupción política en España, que como es transversal y ha afectado a todo el arco parlamentario, ya se ha interiorizado como algo propio, consustancial. Muchos de los rostros de la corrupción española están también representados en la orla de los currículos falsos, como Luis Roldán o Iñaki Urdangarin, pero junto a ellos también se encuentran otros muchos, de todos los colores, Elena Valenciano, Pilar Rahola o Moreno Bonilla.

Cristina Cifuentes Universidad Rey Juan Carlos (URJC)