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Qué harías tú si fueras Rajoy
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Javier Caraballo

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Qué harías tú si fueras Rajoy

¿Acaso no haber aplicado el 155 y dejar que todo siguiera igual o lo contrario, aplicarlo con más rigor interviniendo incluso esa máquina de manipulación que se llama TV3?

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (i), y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, el pasado octubre. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy (i), y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, el pasado octubre. (EFE)

Que Mariano Rajoy es la antítesis de lo que se espera de un líder político es cosa sabida; nada nuevo se puede aportar si no es que cada paso que va dando, cada gesto, se convierte al instante en una reafirmación de lo anterior. Aquellas cualidades que se le presuponen a un líder político para entusiasmar a un pueblo no son precisamente las que adornan a este hombre, que a lo máximo que puede aspirar es a convertir en ternura su falta de empatía, de comunicación incluso. Pero, sentado eso, no es menos cierto que esa peculiaridad de Rajoy como líder político es aprovechada a menudo para sacudirle como a uno de esos sacos que utilizan los boxeadores para entrenarse.

Criticar a Rajoy se ha convertido para muchos es una inercia, y como toda actividad rutinaria hay quien ya le zurra sin sentido, sin razón. ¿A qué vienen las críticas feroces de ahora a Mariano Rajoy por el conflicto de Cataluña, que parece que él es el responsable de que haya un presidente independentista? En la situación en la que nos encontramos, qué alternativas había.

Foto: Imagen: E. Villarino.

Popper, que ha sido uno de los filósofos que más se interesaron por el carisma de un político, también decía que “es imposible hablar de tal manera que no se pueda ser malinterpretado”, y en esas se anda Rajoy en el conflicto catalán. Nada de lo que diga o haga tiene la más mínima posibilidad de que no acabe envuelto en la polémica. Debe aclararse antes que si el embrollo catalán ha alcanzado este nivel de despropósito y de imprevisibilidad, ha sido en gran medida por esa forma de gobernar de Rajoy, que confía al paso del tiempo la resolución de los problemas que se enconan. Eso que siempre ha mantenido el presidente popular, con ese lenguaje alambicado que utiliza a modo de trabalenguas, de que “a veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión y eso es también una decisión”.

Esa estrategia le habrá podido venir bien en algunas ocasiones, pero parece inobjetable que en Cataluña han faltado desde el principio acción política y discurso político. Pero todo eso, que debió ocurrir y no ocurrió, prescribe como demanda el mismo día en que los independentistas deciden saltarse la legalidad; en ese momento, el presidente del Gobierno ha hecho lo que tenía que hacer, lo único que se podía hacer: aplicar el artículo 155 por primera vez en la historia, convocar de forma inmediata unas elecciones autonómicas para salir de la provisionalidad, recurrir cada nueva ilegalidad y esperar a que se constituya un nuevo Gobierno independentista, que es la mayoría votada por los catalanes, con la advertencia latente de que un nuevo proceso constituyente derivará en una nueva suspensión de la autonomía.

Si el embrollo catalán ha alcanzado este nivel, ha sido por esa forma de gobernar de Rajoy, que confía al paso del tiempo la resolución de los problemas

¿Qué harías tú si fueras Rajoy? ¿Acaso no haber aplicado el 155 y dejar que todo siguiera igual o lo contrario, aplicarlo con más rigor interviniendo incluso esa máquina de manipulación que se llama TV3? Las dos cosas se le han reclamado y reprochado al presidente Rajoy. Pero es evidente que la primera solo hubiese agravado los problemas y que la segunda hubiera destrozado el mínimo consenso necesario que existe en la actualidad entre las principales fuerzas políticas constitucionalistas. Que nadie olvide, porque los independentistas lo saben bien y lo han utilizado como espoleta, que la mayor crisis política y constitucional de la España democrática la ha tenido que afrontar el Gobierno más débil en 40 años, con la mayoría más raquítica en el Congreso de los Diputados.

En esas circunstancias, haber salvado los Presupuestos Generales del Estado, que garantizan estabilidad institucional hasta 2020, es uno de los mayores aciertos de este Gobierno, a no ser que alguien piense que lo ideal es afrontar esta grave amenaza con un año electoral en el que, además de las elecciones municipales, autonómicas y europeas, se convoquen elecciones generales. Y el hecho de que el PNV haya participado de esa estrategia refuerza esa decisión, por mucho que, también en eso, se haya criticado severamente a Rajoy. Que el cupo vasco es una anomalía democrática en el sistema de financiación autonómico se ha repetido aquí muchas veces; igual que el despropósito de que los nacionalistas apoyen las cuentas de todos a cambio de un trozo de tarta mayor… Todo eso es sabido, es rechazable, pero solo un incauto puede ignorar que, en este momento, lo que hay que evitar por todos los medios es que el fuego de Cataluña se extienda al País Vasco. Se trata de encauzar los problemas, no desbordarlos.

Foto: Quim Torra, tras ser elegido 'president' de la Generalitat, este lunes en el Parlament. (Reuters)

Por tanto, volvamos a la tesis inicial: la aplicación del artículo 155 tiene que ser, necesariamente, provisional, transitoria, porque su único objetivo es restablecer la legalidad en aquello que vulnera la Constitución, no suplantar al Gobierno sustituido y marcar un nuevo rumbo en las políticas que se desarrollan, por sectarias que nos puedan parecer. La elección de un nuevo 'president' está determinada por la misma lógica. Lo que no podía ocurrir, como ha intentado de forma pertinaz el independentismo, es que el nuevo presidente de la Generalitat fuera un fugado, como Puigdemont, o un encarcelado, como Jordi Sànchez. Eso no ha ocurrido. Los independentistas suelen revestir con galas de triunfo cada paso que dan, pero es muy evidente que han fracasado en su pulso al Estado de derecho cuando han intentado burlarlo y colocar a uno de ellos al frente del Gobierno catalán para mayor escarnio en todo el mundo.

A partir de ahí, el Gobierno de España ni debe ni puede impedir que forme Gobierno la mayoría parlamentaria que ha salido de las elecciones, porque ese era el mandato exclusivo de la suspensión temporal de la autonomía. Ciudadanos, por ejemplo, le reprocha a Rajoy no haber recurrido el voto de Puigdemont y de Comín ante el Tribunal Constitucional para impedir la investidura de Torra… Lo que no se dice es que el Constitucional podría haber adoptado esa medida cautelar cuando ellos mismos presentaron el recurso y que no lo estimó así, quizá porque el expresidente fugado ya ha ejercido una vez su voto delegado, a principios de abril, con lo que no se sostendría muy bien que se le permita votar unas veces sí y otras no.

La aplicación del 155 tiene que ser provisional, transitoria, porque su único objetivo es restablecer la legalidad en aquello que vulnera la Constitución

Con Torra de 'president', el Gobierno catalán volverá a situarse ante el dilema que lo ha llevado al precipicio. Con seguir diciendo que su objetivo es “persistir e insistir” en la construcción de la república independiente de Cataluña, lo único que consigue es perjudicar a los presos que, como Oriol Junqueras, le dijeron al juez Llarena que no tenían más objetivo que defender sus ideas “en el ámbito de la Constitución y de sus posibles interpretaciones". O Jordi Sànchez, cuando le prometió al juez “respetar las decisiones del Tribunal Constitucional aunque no comparta su contenido". Por indeseable que resulte esta situación, la elección de un presidente independentista, tras la convulsión de octubre, era necesaria, conveniente, porque el conflicto catalán tiene que volver a encauzarse.

Lo deseable, obviamente, hubiera sido que en las elecciones los independentistas hubieran perdido la mayoría parlamentaria, pero resulta que no sucedió así. Con lo cual, solo queda el camino de la persistencia en la legalidad y, tras cada resbalón, un nuevo recurso al Tribunal Constitucional o al Tribunal Supremo. Aunque algunos, en esa tozuda realidad, entiendan que el desahogo es zurrarle a Rajoy. Pero que contesten a una sola pregunta: ¿qué harías tú?

Que Mariano Rajoy es la antítesis de lo que se espera de un líder político es cosa sabida; nada nuevo se puede aportar si no es que cada paso que va dando, cada gesto, se convierte al instante en una reafirmación de lo anterior. Aquellas cualidades que se le presuponen a un líder político para entusiasmar a un pueblo no son precisamente las que adornan a este hombre, que a lo máximo que puede aspirar es a convertir en ternura su falta de empatía, de comunicación incluso. Pero, sentado eso, no es menos cierto que esa peculiaridad de Rajoy como líder político es aprovechada a menudo para sacudirle como a uno de esos sacos que utilizan los boxeadores para entrenarse.

Mariano Rajoy