Matacán
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Soraya y la parábola del abanico
La parábola del abanico nos deja la lección de que la derecha, como pensamiento conservador, se siente mejor plegada sobre sí misma, no abierta a todos los aires
Hay una foto de Soraya Sáenz de Santamaría, cuando se fue a debatir con los candidatos a la Moncloa de los demás partidos políticos, en las elecciones de diciembre de 2015, que siempre va a encerrar un misterio sin resolver. En la foto aparecían, de izquierda a derecha, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Soraya Sáenz de Santamaría, que acudió en sustitución de Rajoy. Nada más mirar la imagen, era imposible no reparar en lo bajita que es Soraya Sáenz de Santamaría, con lo que las interpretaciones políticas se disparaban. ¿Eso es bueno o es malo? ¿Le favorece o le perjudica? ¿Qué mensaje subliminal se traslada a la ciudadanía, compasión o gallardía? ¿Por qué 'Soraya estatura' es una de las búsquedas más solicitadas de Google?
Desde un punto de vista sociológico, la presencia de un líder bajito se ha asociado siempre a ese otro valor que se aprecia mucho en algunas sociedades, como la española: la política testicular. Un líder político bajito se relaciona, en ese inconsciente colectivo, con hacer las cosas por huevos, con perdón para las feministas de la cosa inclusiva. Napoleón o Atila han sido dos grandes bajitos de la historia, que no pasaban del metro y medio como Soraya. En resumen, que una estampa así, en la que aparece una mujer sola, sola y bajita, entre cuatro tiparracos que le sacan dos o tres cabezas, obligatoriamente tiene que producir un impacto en la población favorable para la señora.
Es posible que la primera en ser consciente de esa realidad haya sido la propia Soraya Sáenz de Santamaría y hasta podría decirse que, desde entonces, ha sido ella la que ha buscado que se la vea así, bajita y con los redaños suficientes para enfrentarse a todos. De hecho, aquel debate entre machos alfa lo ganó Soraya, como se ha encargado de recordarnos en estas semanas en las que, por primera vez, ha salido de debajo del paraguas de Mariano Rajoy y se ha lanzado, por sí misma, a la confrontación por un liderazgo, el del Partido Popular. Otra vez se ha visto en una situación similar durante estas primarias, Soraya sola y bajita frente a todos los demás, la misma teórica estampa de la firmeza y la determinación, de la valentía y el coraje. Pero no ha sido así, esta vez no ha funcionado, y eso es lo que no cuadra bien en toda esta historia. ¿Cómo es posible que, al final, la clave de la derrota de Soraya Sáenz de Santamaría en el XIX Congreso del Partido Popular haya sido la de una mujer sin principios sólidos, una tecnócrata pusilánime, acomplejada de ser de derechas? Esa es parábola del abanico que puede establecerse a raíz de este congreso.
Hasta ahora, a Soraya Sáenz de Santamaría jamás le había fallado su determinación, por eso el batacazo de este congreso habrá dolido más. La primera vez que le funcionó su carácter decidido fue cuando conoció a Rajoy, siendo vicepresidente primero. Año 2000. Soraya no había cumplido todavía los treinta años y hacía dos que había aprobado, tras graduarse con premio fin de carrera, una plaza de abogada del Estado. Se presentó en el despacho de Rajoy y entregó su currículum. Desde aquel día siempre se ha contado lo mismo: que Mariano Rajoy quedó tan impresionado que la fichó al instante y, poco a poco, la fue convirtiendo en su mano derecha. La 'niña de Rajoy', que le decían algunos con cierta sorna. Del despacho pasó al Congreso de los Diputados, como portavoz, y luego a los seis años de Gobierno en los que se ha convertido en "la mujer que más poder ha acumulado en España", como han repetido sus amigos y sus enemigos. La "vicetodo" o la "vicediosa"; "una mujer con un poder omnímodo", como la llamó para descalificarla el exministro Margallo. (Por cierto, ¿repetiría hoy Margallo aquello que dijo a principios de julio? "En unas primarias como dios manda no hay lugar a una segunda instancia, a un colegio cardenalicio o a un colegio de ayatolás que corrijan la voz de los militantes de base").
En su intervención final en el congreso de su derrota, Soraya se subió al atril con un vestido azul y un abanico blanco que acababa en un adorno de la bandera de España. Para los que la acusaban de no tener principios sólidos, se colocó el abanico a la altura de la cara y lo abrió lentamente. "¿Dónde están nuestros principios y valores? En cada una de las varillas del abanico, que siguen siendo firmes. Quiero un partido grande, en el que no sobra nadie, solo los corruptos. Quiero un partido abierto. Somos el gran partido del centro derecha europeo, heredero del humanismo cristiano y del liberalismo. Así es como se ganan elecciones". Eso fue lo que dijo y eso fue lo que la llevó a perder. Por la parábola del abanico: en un partido de derecha el valor de la apertura es contraproducente. Y las varillas que lo sostienen, quizá son demasiadas. La parábola del abanico nos deja la lección de que la derecha, como pensamiento conservador, se siente mejor plegada sobre sí misma, no abierta a todos los aires. "El Partido Popular ha vuelto", como dijo Pablo Casado que no ha pronunciado otra palabra que "derecha" y "derecha". En el auditorio, los compromisarios que le votaron aplaudían a rabiar al nuevo presidente con sus abanicos guardados en el bolsillo y un calor asfixiante en la sala, como de horno de panadería. Esta vez, ni siquiera el carácter de Soraya, la mujer bajita y con redaños, decidida y controladora, le ha servido para atenuar la pavorosa imagen de derecha acomplejada que ha acabado arrollándola.
Otrosí digo: El nuevo presidente del Partido Popular, Pablo Casado, prometió al finalizar el Congreso que promoverá la integración de las demás candidaturas, fundamentalmente la de Soraya Sáenz de Santamaría, al más alto nivel, no solo en puestos secundarios. Ya veremos en qué queda todo, pero de momento se puede apostar a que en esa integración no estará Soraya Sáenz de Santamaría. Sea cual sea la oferta de Pablo Casado, si es que llega a producirse. No es su carácter ni su idea de futuro inmediato. Pero cumplirá con su palabra: será leal y seguirá perteneciendo al PP toda su vida.
Hay una foto de Soraya Sáenz de Santamaría, cuando se fue a debatir con los candidatos a la Moncloa de los demás partidos políticos, en las elecciones de diciembre de 2015, que siempre va a encerrar un misterio sin resolver. En la foto aparecían, de izquierda a derecha, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Soraya Sáenz de Santamaría, que acudió en sustitución de Rajoy. Nada más mirar la imagen, era imposible no reparar en lo bajita que es Soraya Sáenz de Santamaría, con lo que las interpretaciones políticas se disparaban. ¿Eso es bueno o es malo? ¿Le favorece o le perjudica? ¿Qué mensaje subliminal se traslada a la ciudadanía, compasión o gallardía? ¿Por qué 'Soraya estatura' es una de las búsquedas más solicitadas de Google?