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El trágala de los taxistas
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Javier Caraballo

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El trágala de los taxistas

Nada da derecho a paralizar el país, porque entonces tendríamos que ponernos en cola, a ver quién está más enfadado

Foto: Taxistas sevillanos, en la asamblea que han celebrado este lunes. (EFE)
Taxistas sevillanos, en la asamblea que han celebrado este lunes. (EFE)

Será que, en el fondo de sus entrañas, los taxistas piensan como El Fary, que no está bien que los hombres sean blandengues. Por eso esta huelga extraña, que ha ido creciendo como un fuego de verano, devastador y descontrolado, sin que exista un motivo aparente que lo haya ocasionado, nada nuevo que no existiera en los días previos. Solo la posibilidad de arrasar con todo, de paralizar la economía, de bloquear las fronteras y de joder profundamente a quienes viven en grandes ciudades. Dicen que es el 15-M de los taxistas, y en eso tienen toda la razón, porque como entonces es muy posible que ni los huelguistas sepan bien por qué se han sumado a la huelga; por qué hoy y no ayer o el mes pasado. Lo que saben es que están cabreados y que tienen ganas de formar el taco, de gritar, de protestar. En eso, tienen razón, se parecen al 15-M porque también aquello fue una explosión de malestar que prendió a la mínima chispa que saltó.

Pero claro, ser un obrero cabreado con las miserias de su empresa; ser un tieso como tantos en este país de jóvenes universitarios que sueñan con un sueldo mileurista; ser un autónomo asfixiado y asqueado con la presión fiscal… Nada de eso da derecho a paralizar el país, porque entonces tendríamos que ponernos en cola, a ver quién está más enfadado. El cabreo es legítimo como expresión, como actitud, como desengaño o como desahogo. Pero querer paralizar un país es fastidiarle la existencia a unos cuantos millones de cabreados que no son taxistas. De modo que conviene pararse, porque el malestar de los taxistas merece toda la consideración, pero el trágala que se está gestando solo debe recibir desprecio y repulsa.

Foto: Foto: Reuters.

En este 15-M de los taxistas, la chispa que lo ha prendido todo ha sido una decisión del Tribunal de Justicia de Cataluña que, simplemente, ha dejado en suspenso el reglamento que pensaba implantar el Área Metropolitana de Barcelona para limitar aún más las licencias de las empresas VTC que operan con Uber y Cabify. Dos matizaciones al respecto. Conviene reseñar lo de que un tribunal 'ha dejado en suspenso'; es decir, que todavía no hay sentencia firme. Lo que ha hecho el tribunal catalán, simplemente, es suspender el reglamento de forma cautelar hasta que se pronuncie la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, después de que el Tribunal Supremo les haya dado la razón a los taxistas.

Suspender no es dictar sentencia, a ver si se entera el diputado de Izquierda Unida Alberto Garzón, que se ha unido a la protesta de los taxistas con un artículo en El Confidencial en el que alegremente afirmaba eso, que “el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha acabado dándoles la razón”. Pues no, eso es falso. La disputa legal, ni mucho menos ha acabado. Y no está bien que un diputado vaya propagándolo por mucho que esté fascinado con esta protesta de los taxistas en la que Podemos ha encontrado un ‘modelo’ para la izquierda porque combate “un espacio especulativo muy característico del capitalismo financiarizado”.

placeholder Cola de taxis aparcados en protesta en el paseo de la Castellana. (Reuters)
Cola de taxis aparcados en protesta en el paseo de la Castellana. (Reuters)

Lo segundo que se debe matizar es eso de que el reglamento de Barcelona, que es el que defienden los taxistas, lo que hace es limitar aún más las licencias de VTC. Al decirlo, habrá taxistas que puedan enojarse con la expresión ‘aún más’ porque replicarán, con razón, que en la actualidad no se cumplen las limitaciones legales que existen. Es cierto: si lo establecido es que haya una licencia de VTC por cada 30 licencias de taxis, en la actualidad esa proporción se reduce a 1/7 en la media española y a 1/3 en ciudades como Madrid.

Pero ¿por qué ocurre? Por el disparate legislativo español y, en concreto, por la liberación de licencias de VTC que se produjo durante el Gobierno de Zapatero. Aunque con posterioridad el Gobierno de Rajoy volvió a la limitación de 1/30, el daño para el sector ya estaba hecho y es, en gran medida, irreversible. Solo hay que calcularlo: la llamada Ley Ómnibus la aprobó Zapatero en 2009 y hasta 2015, cuando la derogó Rajoy, se concedieron cientos de miles de licencias de VTC, a razón de 30 euros cada una, porque muchísima gente vio una oportunidad de negocio o de inversión. ¿Cómo se deshace eso ahora? Pues es en lo que andan los tribunales, porque es bastante complicado en un Estado de derecho que debe velar también por los derechos adquiridos y la imposibilidad de aplicar una ley con carácter retroactivo.

Foto: Foto: EFE.

La salida de Barcelona, que exige una ‘licencia extra’ para las VTC, puede ser válida para volver al 1/30, pero siempre que los tribunales españoles lo autoricen. Pero los taxistas no quieren esperar, dicen que esto es “el Armagedón total, morir o matar", en palabras del nuevo líder del sector, Tito Álvarez, portavoz de la asociación radical del taxi Élite Taxi. Esa es la única posición en la que no se puede respaldar a los taxistas, porque las protestas que plantean las van a sufrir los que menos tienen que ver en esta polémica, el resto de los ciudadanos. Incluso los conductores de Uber y Cabify, que ni son capitalistas de paraísos fiscales ni están menos explotados que muchos taxistas que también deben echar al día 10 o 15 horas para llevarse un sueldo a su casa. De hecho, tan similar es la problemática laboral de los taxistas y de los conductores de VTC que lo más inexplicable de todo es cómo se ha permitido la especulación de las licencias administrativas para estos servicios públicos.

¿Cómo se ha llegado a que una licencia de taxi, con un coste administrativo de 500 euros, pueda superar los 150.000 euros en el marcado negro o secundario? El año pasado, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ya dijo en un informe que “a lo largo del tiempo, las licencias de taxi, que en un mercado competitivo carecerían de valor, se han convertido en un activo con una elevada rentabilidad, superior a la de otro tipo de activos, como los activos bursátiles”. En definitiva, que menos Fary y menos Argamedón, todo se puede compartir en la protesta de los taxistas, incluso el estado de cabreo de los taxistas porque, como queda dicho, es compartido por otros muchos trabajadores en España; todo se puede entender menos el trágala, porque para eso no estamos.

Será que, en el fondo de sus entrañas, los taxistas piensan como El Fary, que no está bien que los hombres sean blandengues. Por eso esta huelga extraña, que ha ido creciendo como un fuego de verano, devastador y descontrolado, sin que exista un motivo aparente que lo haya ocasionado, nada nuevo que no existiera en los días previos. Solo la posibilidad de arrasar con todo, de paralizar la economía, de bloquear las fronteras y de joder profundamente a quienes viven en grandes ciudades. Dicen que es el 15-M de los taxistas, y en eso tienen toda la razón, porque como entonces es muy posible que ni los huelguistas sepan bien por qué se han sumado a la huelga; por qué hoy y no ayer o el mes pasado. Lo que saben es que están cabreados y que tienen ganas de formar el taco, de gritar, de protestar. En eso, tienen razón, se parecen al 15-M porque también aquello fue una explosión de malestar que prendió a la mínima chispa que saltó.

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