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Euskádiz, realidad nacional
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Javier Caraballo

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Euskádiz, realidad nacional

Desde hace años, en Cádiz ha asombrado la extraordinaria conexión que existe entre esta ciudad y el País Vasco, tanto que hasta le han creado un nombre, Euskádiz

Foto: Atardecer en Playa de la Barrosa, Cádiz (Flickr/Sergi Gisbert)
Atardecer en Playa de la Barrosa, Cádiz (Flickr/Sergi Gisbert)

En la playa de La Caleta, las mujeres de Cádiz forman corros con sillas plegables mientras comen pipas y el sol se desploma ante sus faldas, convirtiendo el atardecer en una metáfora diaria de la vida. ”Estoy jartita, mu jartita ya de aguantá a mi marío”, exclama una de ellas y las demás asienten con la cabeza como un coro de bacantes griegas. “¡Hasta el jigo!”, explota luego, enfática, contundente, y, mientras todos se quedan callados ante la irritación límite de la señora, a ver quién es el que se atreve a decir en ese momento que lo que acaba de escuchar es euskera. ¿Perdona? ¿Euskera? Pues sí, nadie apostaría un solo céntimo para defender que esa forma de hablar de los andaluces se debe al euskera.

Ni una sola de las mujeres de la playa, ni nadie de Cádiz, de Andalucía o de España estaría dispuesto a respaldarlo; sin embargo esa es la verdad histórica, que ese habla de Cádiz de las haches aspiradas, que es muy común en el resto de Andalucía occidental, es una herencia del euskera. Lo es desde el nacimiento mismo del castellano como lengua en el norte de España, en zonas de influencia de vascoparlantes, que trasladan a la nueva lengua algunas de sus formas de entonces, como la aspiración de la hache. Para los aficionados al reduccionismo nacionalista en España, sobre todo los independentistas y los analfabetos que intentan convencerse de que los españoles somos una invención del franquismo, esta escena sublime de la playa de Cádiz debería colapsarlos con una convulsión de contradicciones internas; por esa perspectiva vertiginosa de la historia lingüística de España, de influencias mutuas y entrelazadas, que se expanden hasta hoy, con Sudamérica, y la realidad de este idioma, el español, el segundo más hablado de las 7.000 lenguas que hay en el mundo, sólo por detrás del chino mandarín.

Foto: La presidenta de Navarra, Uxue Barkos. (EFE)

Lo de la conexión entre la hache aspirada de los andaluces y el euskera es una de las historias de la lengua española que cuenta una divulgadora sevillana, Lola Pons, profesora del Área de Lengua Española de la Universidad de Sevilla. Publicó un ‘Manual Práctico de Historia del Español’ y alcanzó el éxito con ‘Una lengua muy larga. Más de cien historias curiosas sobre el español’. Una de las historias que cuenta esta mujer nacida en Barcelona es la del origen de la hache aspirada, que conecta a Cádiz con Donostia. Según Laura Pons, una de las peculiaridades del castellano con respecto al resto de lenguas que se derivan del Latín es la evolución de la letra efe. En el castellano, al contrario que en otros idiomas, la efe comienza a aspirarse, por influencia del euskera en el área de nacimiento del castellano, en la cuenca alta del Ebro, una zona de contacto entre la lengua vasca y las lenguas hijas del latín. De forma progresiva, el “yo fago” del castellano antiguo se transforma en “yo hago”, mientras que en el resto de lenguas se mantiene la efe: los italianos siguen diciendo “io faccio”, como los franceses dicen “je fais” o los gallegos “eu fago” o los catalanes “jo faig”.

Sostiene Lola Pons que de la misma forma que en el origen, la aspiración de la efe se consideraba vulgar, con posterioridad, en el siglo XVI pasa a considerarse algo culto pero, nuevamente, se vuelve a apreciar como un rasgo vulgar del habla y va desapareciendo, hasta convertirse en la hache muda, a excepción de Andalucía occidental, donde permanece hasta nuestros días esa hache aspirada. Si aquella mujer de Cádiz dice ‘jigo’ es porque los romanos lo llamabas ‘ficus’ y, por influencia del euskera, la efe comenzó a aspirarse hasta convertirse en hache aspirada. “El euskera es la única lengua prerromana que se ha conservado.

"Nadie de Cádiz, de Andalucía o de España estaría dispuesto a respaldarlo; ese habla de Cádiz de las haches aspiradas es una herencia del euskera"

Se perdió el celta, el lusitano... Desde su nacimiento, el castellano fue sumando influencia de otras lenguas de su entorno, como el romance leonés, el aragonés-catalán y, por supuesto, el euskera”. Resulta curioso, además de todo, que en la propia Andalucía, en la actualidad, por la excesiva mitificación que se ha realizado de Al Andalus, al presuponérsele una influencia cultural mayor que la que le corresponde, se piensa que la aspiración de la hache es, precisamente, una herencia árabe. Lola Pons, en una entrevista en 'Diario de Sevilla', lo desmiente: “Que se siga diciendo jarto, jambre, jumo, jermoso o jigo es algo que viene del euskera. El relacionar las aspiraciones con el árabe es un tópico que intentamos desmontar. Es cierto que hay algunas palabras que vienen de esa lengua que tienen aspiración y hoy escribimos con h, pero el gran fenómeno fonético que es la aspiración afectó a toda la superficie castellanohablante durante la Edad Media”.

Desde hace años, en Cádiz ha asombrado la extraordinaria conexión que existe entre esta ciudad y el País Vasco, tanto que hasta le han creado un nombre, Euskádiz, en torno al cual se van sedimentando historias comunes y campañas turísticas. Y esa comunión no debería resultarnos extraña porque Cádiz, Gadir, como la conocían los fenicios en el siglo IX antes de Cristo; Cádiz, con sus tres mil años de historia no ha hecho otra cosa en la vida que reafirmar su personalidad con el trasiego de gentes, de pueblos, de culturas que llegaban, se quedaban o se iban, pero siempre dejaban algo.

Foto: Varias personas tras una bandera de Kosovo durante las celebraciones del décimo aniversario de la independencia, en Pristina. (Reuters)

Esa identidad de crisol es la que hace al viajero pararse en Cádiz, porque se siente atraído, identificado o maravillado. Hace ya años, cuando la deriva independentista del PNV, le preguntaron a Inmanol Arias en la radio y su respuesta, contundente, jamás se olvidará: “Mire usted, desde que descubrí Cádiz, el Plan Ibarretxe me importa un carajo”. Cádiz, con el espíritu libertino del comercio marítimo que se ha incrustado como sal en las paredes de piedra ostionera; Cádiz, con la mente abierta que llevó a la burguesía a convertir esta ciudad en la cuna de las libertades en el mundo con la Constitucion de 1812; ese Cádiz universal es el que late en esa alianza fantástica de vascos y gaditano. Que no te engañen más, la realidad nacional de España es esta, la de todos, expresada hoy en una palabra, Euskádiz.

En la playa de La Caleta, las mujeres de Cádiz forman corros con sillas plegables mientras comen pipas y el sol se desploma ante sus faldas, convirtiendo el atardecer en una metáfora diaria de la vida. ”Estoy jartita, mu jartita ya de aguantá a mi marío”, exclama una de ellas y las demás asienten con la cabeza como un coro de bacantes griegas. “¡Hasta el jigo!”, explota luego, enfática, contundente, y, mientras todos se quedan callados ante la irritación límite de la señora, a ver quién es el que se atreve a decir en ese momento que lo que acaba de escuchar es euskera. ¿Perdona? ¿Euskera? Pues sí, nadie apostaría un solo céntimo para defender que esa forma de hablar de los andaluces se debe al euskera.

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