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El PSOE y la ocupación del poder
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Javier Caraballo

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El PSOE y la ocupación del poder

Desde su llegada a La Moncloa, el PSOE ha actuado como si hubiera arrollado en unas elecciones generales

Foto: Comisión ejecutiva socialista celebrada en la sede del PSOE en Ferraz. (EFE)
Comisión ejecutiva socialista celebrada en la sede del PSOE en Ferraz. (EFE)

Lección numero dos: nadie ocupa el poder como lo ocupa el PSOE. La lección número uno era que nadie llega al poder como lo hace el PSOE, porque nadie es capaz de concitar mayorías como la que ha llevado a Pedro Sánchez a la presidencia, sin necesidad siquiera de presentar un programa de gobierno. La sola invocación de la derecha, del desalojo de la derecha, ha sido suficiente para que todo el arco parlamentario a la izquierda del Partido Popular lo haya respaldado sin exigencias previas. Es verdad que nunca había sucedido, pero no es menos cierto que solo el Partido Socialista podría haberlo conseguido.

La frustración no procesada por todos los que han apoyado al PSOE para que se haga con el Gobierno es que ellos nunca, jamás, conseguirán algo igual. En especial, Podemos. Y mucho antes de Podemos, Izquierda Unida, que nunca ha conseguido pasar de la habitación de invitados en la casa común de la izquierda. A partir de ahí, de esa certeza de exclusividad sobre la composición de mayorías con la sola invocación del miedo a la derecha, el Partido Socialista se siente con la legitimidad política necesaria para enseñarnos la segunda lección: la ocupación del poder.

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Bastaría con repasar el BOE de los tres últimos meses, desde la toma de posesión de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España, pero siempre hay un momento que impacta. Ese instante en el que uno se dice, "¡es imposible, estás equivocado", pero no: es cierto y, además, nadie objeta lo más mínimo; nadie lo considera un abuso o un exceso. Por la lección número dos. En mi caso, fue a principios de agosto. Casi todo dios estaba de vacaciones, y además, aquel día habían detenido al marido de Ana Rosa Quintana, y los taxistas estaban exaltados con su protesta salvaje y su trágala, con lo cual la noticia que tanto me impactó pasó inadvertida: “El Gobierno nombra embajador en Andorra”. Extraordinario. Sublime.

Cuando el nivel desciende hasta el embajador en Andorra, ya podemos figurarnos que todos los demás cargos de la diplomacia española ya han sido removidos y ocupados por alguien afecto al partido o a la causa. Breve paréntesis valorativo: dos meses antes, el partido que estaba nombrando un embajador en Andorra no pintaba nada en el Congreso, después de haber perdido las elecciones con uno de sus mínimos históricos, solo 84 diputados. ¿Alguien recuerda ya lo que se decía de Pedro Sánchez en mayo de este año, de sus perspectivas, de su continuo estancamiento en las encuestas? Es igual, se impuso la lección número uno. Y la dos: un embajador en Andorra.

Da la sensación de que el PSOE tuviera una factoría con un montón de altos cargos preparados para desempaquetarlos y ponerlos en funcionamiento

Desde su llegada a La Moncloa, el PSOE ha actuado como si hubiera arrollado en unas elecciones generales. Es posible que ni Felipe González hubiese actuado con tanta celeridad cuando ganó en 1982 con mayoría absoluta, pero en cualquier caso sería una cuestión de tiempo, porque el afán es el mismo; va en los genes políticos. Por consiguiente, como diría el otro, la cosa es que en un mes y pico el PSOE ha nombrado en la Administración general del Estado a todos los cargos que fueran susceptibles de ocuparse en los primeros, los segundos y los terceros niveles: hasta el hueso. Igual que en la extensa red de organismos, instituciones y empresas públicas dependientes del Gobierno, desde el Instituto Cervantes hasta Red Eléctrica, pasando por el Consejo de Estado.

Es un mérito, no vayamos a creer: la maquinaria del poder del PSOE se ve en estas circunstancias, por la naturalidad y la inmediatez que se realiza todo. ¿Cómo es posible que tengan a tanta gente disponible, miles de personas dispuestas a aceptar en el momento un alto cargo? Pues ahí están los hechos. A veces, cuando uno lo piensa, le da la sensación de que el PSOE tuviera una factoría, a las afueras de Madrid, con un montón de altos cargos envasados o congelados, preparados con sus chaquetas y sus vestidos de gala, para desempaquetarlos y ponerlos otra vez en funcionamiento. “¿A ver qué pone en esta caja? ¡Mira, María Teresa Fernández de la Vega! Venga, descongela rápido y ponla en el Consejo de Estado”.

Hablamos de la eficacia en el despliegue, la inmediatez, la voracidad de un partido a la hora de acomodarse en el Estado, como una vuelta a casa

Es verdad que, en puridad, nada puede reprochársele al Partido Socialista porque lo único que ha hecho ha sido nombrar todos aquellos cargos de la Administración que, en su día, designó el Partido Popular. Eso es inobjetable. Pero no es de eso de lo que estamos hablando, sino de la extraordinaria eficacia demostrada en el despliegue, la inmediatez, la voracidad de un partido político a la hora de acomodarse en el Estado, como una vuelta a casa. Por eso lo de antes, nadie ocupa el poder como lo ocupa el PSOE. Se hace, además, con un desparpajo, con una naturalidad, que conmueve o que ruboriza, depende del ángulo.

Por ejemplo, al mismo tiempo que se nombró al embajador en Andorra, el Ministerio para la Transición Ecológica, que existe y que se llama así, colocó de una tacada a los nueve presidentes de las nueve confederaciones hidrográficas. Del tirón. Pero lo mejor era la explicación que se contenía en la nota de prensa. Así lo explicaba: “Se encargarán de avanzar en instaurar una nueva política de agua que ofrezca soluciones a los desafíos ambientales de España en el futuro, con la sostenibilidad y la seguridad como bases fundamentales”. Ahí quedó. Para ser un Gobierno que se debate entre durar seis meses o un año y medio, ahí queda la cosa.

Dicen los de Ciudadanos, que hicieron las cuentas, que el PSOE ha colocado de una tacada en empresas públicas a la mitad de la ejecutiva federal

Dicen los de Ciudadanos, que hicieron las cuentas, que el PSOE ha colocado de una tacada en empresas públicas a la mitad de la ejecutiva federal, que serían los que se quedaron descolgados de la primera hornada de altos cargos en la Administración general, con sueldos que van desde los 91.000 euros a los 500.000 euros al año. ¿Queda alguien por colocar? Es lo mismo, porque esa no es la cuestión.

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Lo que no vemos, pero es lo fundamental, es que el objetivo del PSOE no es aprovecharse del poder por unos meses, sino garantizarse el poder en la próxima década. Tanta celeridad solo tiene como objetivo trenzar una trama de altos cargos preparados para luchar en las próximas elecciones. Cada cual en su puesto, todos dispuestos y, a partir de ahora, como aquello que dijo una delegada de la Junta de Andalucía: “A buscar votos para el Partido Socialista como si fuésemos testigos de Jehová”.

Lección numero dos: nadie ocupa el poder como lo ocupa el PSOE. La lección número uno era que nadie llega al poder como lo hace el PSOE, porque nadie es capaz de concitar mayorías como la que ha llevado a Pedro Sánchez a la presidencia, sin necesidad siquiera de presentar un programa de gobierno. La sola invocación de la derecha, del desalojo de la derecha, ha sido suficiente para que todo el arco parlamentario a la izquierda del Partido Popular lo haya respaldado sin exigencias previas. Es verdad que nunca había sucedido, pero no es menos cierto que solo el Partido Socialista podría haberlo conseguido.

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