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Cárcel o traición, esa es la cuestión
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Javier Caraballo

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Cárcel o traición, esa es la cuestión

Lo que ya no vale es otra hoja de ruta que incluya al final del trayecto la zanahoria de la independencia, porque eso ya no lo soportan ni los independentistas más fervorosos

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra. (EFE)

El ser o no ser independentista ha llegado ya al extremo de la aporía, porque el callejón sin salida en el que se han metido, creyendo que podían tumbar el Estado de Derecho en España, ya no les ofrece más salidas que la cárcel o la traición a los suyos. No hay más alternativas posibles que el cumplimiento de sus amenazas, con la declaración unilateral de independencia, como ya ocurrió hace un año, con lo cual los líderes actuales acabarían en la cárcel o fugados, o el regreso al marco constitucional y autonómico, con lo que serían considerados como traidores por aquellos sectores sociales del independentismo a los que les han prometido la república de Cataluña tras aquel referéndum de octubre de 2017 que siguen considerando como válido y legal.

Lo que ya no vale es otra hoja de ruta que incluya al final del trayecto la zanahoria de la independencia, porque eso ya no lo soportan ni los independentistas más fervorosos. Más de lo mismo ya no cuela, ya no vale para nadie porque, por un lado, se conocen las consecuencias de los ultimátums y la unilateralidad y, por el otro lado, el personal no se va a embarcar otra vez en otro 'procés' hacia la independencia. Bernat Dedéu, el filósofo independentista que ahora reniega de todos porque se considera engañado, ha puesto un ejemplo muy gráfico del sopor en el que se encuentran: “Hemos comprado nueve camisetas para nueve manifestaciones, venido del Valle de Arán a Barcelona para estar seis horas bajo el sol, hemos votado lo que nos habéis dicho, vemos los culebrones de TV3, oigan, ya no podemos más. Un día la gente dice ‘hasta aquí”.

Por un lado, se conocen las consecuencias de los ultimátums y la unilateralidad y, por el otro lado, el personal no se embarcará otra vez en otro 'procés'

Si el presidente de la Generalitat, Quim Torra, está convencido, como viene diciendo estos días, de que el 1 de octubre supuso “el día de la victoria” que fue posteriormente “ratificada” por las elecciones autonómicas de diciembre; si mantiene, como aseguró en verano, que no hay nada que negociar con el Gobierno de España porque “no pretendemos negociar con alguien que ya ha sido vencido”; si mantiene que su Govern "no se desviará ni un milímetro" de proclamar formalmente la república porque ya “hicimos lo que teníamos que hacer, nos autodeterminamos”; que no deje pasar ni un día más, que lo haga. Y si, por el contrario, considera que hay que buscarle un final, el menos traumático para los intereses de todos los catalanes, que se vaya a otro teatro, o al Parlament, y proclame solemnemente eso que ya dijo otro independentista, Alfons López Tena, el ‘ideólogo’ del ‘España nos roba’, origen de este inmenso quilombo: “No vull formar part de tota aquesta farsa”.

Si Quim Torra, como representante institucional máximo del independentismo, se ha convencido de que el catalanismo debe reconducir sus pasos, volver al Estado de las autonomías con el que Cataluña ha gozado de más autogobierno que en toda su historia, proclámelo de forma inmediata o dimita al instante, aunque aquellos a los que han estado jaleando durante todos estos años lo recordarán siempre como un traidor. Pero no hay más salidas, que no: cárcel o traición; esa es la consecuencia de haber llevado tan lejos una ilegalidad y una mentira.

Que proclame solemnemente eso que ya dijo otro independentista, Alfons López Tena: “No vull formar part de tota aquesta farsa”

El término aporía, que es una de las palabras más bellas del español, procede del griego y, según algunas definiciones, significa de forma literal “ausencia de camino”. Eso es, precisamente, lo que tienen que entender en Cataluña los dirigentes independentistas y, por encima de ellos, el electorado que los apoya. La palabra ‘aporía’ asociada al proceso independentista no solo no es una idea reciente sino que ya la utilizó casi al principio de toda esta locura, en 2012, un periodista catalán, Lluís Basset. Dijo entonces, referido a lo que estaba ocurriendo: “La aporía es una paradoja, una contradicción irresoluble. Es el callejón sin salida, el 'cul-de-sac' francés o el catalán 'atzucac', palabra de origen árabe documentada desde 1238 según Joan Corominas, que se ha mantenido sobre todo en tierras valencianas. No hay camino por donde avanzar y la única vía expedita es el retroceso, regresar al pasado”.

En aquel momento, finales de 2012, Artur Mas acababa de convocar unas elecciones que planteó como plebiscitarias, de apoyo a su hoja de ruta, y, como tales, las perdió. Jamás lo reconoció, y eran los peores resultados de Convergència en toda su historia, y siguió adelante. Dos años después, en 2015, otras elecciones catalanas, con el mismo resultado, que se repetiría, incluso a la baja, en las elecciones de 2017: ni en los momentos de mayor agitación callejera e institucional, el bloque independentista ha superado el 50% de los votos. Se queda siempre en torno al 47%, un porcentaje que, en relación con el censo total de Cataluña, desciende al 35%. Conviene repetirlo: 35%. Han pasado siete años, ha pasado la peor crisis institucional en España que, en el seno de Cataluña, todavía puede degenerar en graves enfrentamientos civiles. El punto de aporía en el que nos encontramos, el convencimiento de que no había camino que recorrer al margen de la legalidad, la necesidad de volver al pasado, debe convertirse en el punto de inflexión que ansiamos. Cárcel o traición. Para los independentistas no hay más.

El ser o no ser independentista ha llegado ya al extremo de la aporía, porque el callejón sin salida en el que se han metido, creyendo que podían tumbar el Estado de Derecho en España, ya no les ofrece más salidas que la cárcel o la traición a los suyos. No hay más alternativas posibles que el cumplimiento de sus amenazas, con la declaración unilateral de independencia, como ya ocurrió hace un año, con lo cual los líderes actuales acabarían en la cárcel o fugados, o el regreso al marco constitucional y autonómico, con lo que serían considerados como traidores por aquellos sectores sociales del independentismo a los que les han prometido la república de Cataluña tras aquel referéndum de octubre de 2017 que siguen considerando como válido y legal.

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