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Javier Caraballo

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Ciudadanos Interruptus

Los dioses electorales han sido injustos con Ciudadanos, porque para inaugurar esta nueva etapa le han concedido el crecimiento en las urnas para que lo exploten en la peor coyuntura electoral

Foto: El candidato a la Junta de Andalucía por Ciudadanos, Juan Marín (C), el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, (i), y la líder en Cataluña, Inés Arrimadas. (EFE)
El candidato a la Junta de Andalucía por Ciudadanos, Juan Marín (C), el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, (i), y la líder en Cataluña, Inés Arrimadas. (EFE)

Los dioses electorales han sido crueles con Ciudadanos, porque los han llenado de expectativas, de deseos, y nunca se los han concedido cuando en el banquete de los votos se repartían los escaños. Es el partido de mayores expectativas y menor poder efectivo, el de más influencia y menos despachos. La hemeroteca está llena de titulares así: “Ciudadanos ganaría en…”, “Ciudadanos superaría en votos a…”, “Ciudadanos estaría a un punto de…”, “Ciudadanos sería el partido más votado si…”. Pero luego llegan las elecciones y las predicciones solo se confirman a medias, se quedan en el punto exacto de las victorias amargas, que no les han servido para gobernar ni tampoco para estrellarse y refundarse o desparecer.

En estas últimas elecciones celebradas en Andalucía, los dioses han sido especialmente crueles con Ciudadanos. porque le han concedido el mayor avance en votos y en escaños de todos los partidos que se han presentado —es el único que crece de todos los que ya estaban en la política andaluza— y, sin embargo, lo han condenado a repetir una vez más su papel de 'partenaire' del bipartidismo. Venía de apuntalar a Susana Díaz en los estertores de la hegemonía socialista en Andalucía y ahora, por la lógica del número de escaños, tendrá que salvar al Partido Popular del naufragio en el que se hubiera convertido su resultado electoral en cualquier otra coyuntura.

Foto: El candidato de Ciudadanos a la presidencia de la Junta, Juan Marín. (EFE)

Nacieron en 2005 en Cataluña, arrebatándole al catalanismo el recuerdo de aquella frase de Josep Tarradellas cuando regresó del exilio en 1977 y salió, triunfante, al balcón de la plaza Sant Jaume: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”. (Tarradellas, ay… El catalanismo integrador y leal que representó, que defendió en la Generalitat, es, en realidad, el único exiliado de la actualidad en Cataluña). La expansión en toda España llegaría 10 años después de su fundación, pero desde mucho antes los gurús naranjas habían trascendido de Ciutadans hacia la versión castellanizada del mismo partido, Ciudadanos, con una dimensión nueva, acaso la más compleja en España, la más ingrata, la de un partido que se sitúa en el centro político.

En la España de los cordones sanitarios y las líneas rojas, Ciudadanos es el único partido que ha demostrado que se puede pactar a izquierda y a derecha, basculando siempre sobre su propio programa electoral. También han jugado ese papel los nacionalismos, pero los intereses eran otros, propios de la ideología de quienes limitan la realidad a ellos mismos, a sus fronteras, a sus delirios. La anomalía democrática de España ha sido, durante muchos años, la inexistencia de un partido como Ciudadanos, pero como los españoles son como son, en las mismas encuestas en las que maldecían porque los nacionalismos vasco y catalán hicieran negocio cuando vendían sus votos a cambio de gobernar en España, en esas mismas encuestas, rechazaban cualquier partido que facilitara el bipartidismo. El centro político en España siempre se ha visto como una indefinición, una impostura, una nadería.

Cs es el único partido que ha demostrado que se puede pactar a izquierda y a derecha, basculando siempre sobre su propio programa electoral

Ciudadanos apostó por esa vía, bisagra sin complejo, aunque nunca reconocida, obviamente, porque ningún partido, ni siquiera un partido de centro, tiene otra aspiración que la de llegar al poder. Lo de Ciudadanos siempre ha sido 'todo por la gobernabilidad' con el añadido de que, encima, se le añadía una extrañeza más: concedían gobiernos sin pedir sillones a cambio. Entre los asertos más repetidos de la política española está el que condena a los partidos bisagra al desastre electoral justo después de haber pactado un Gobierno.

¿Cuántas veces hemos repetido que el partido mayoritario es el que se beneficia de una coalición electoral, en detrimento del partido pequeño? En el caso de Andalucía, Ciudadanos ha invertido esa lógica y, con su avance espectacular en dos elecciones consecutivas, ha doblado el pulso de un partido, el PSOE, que hasta ahora había fagocitado a todo aquel que le sirvió de apoyo para gobernar. Los andalucistas incluso desaparecieron. La tragedia de Ciudadanos es que, pese a todo, lo insólito solo le sirve para repetir lo habitual, otra vez apoyar a un partido mayor, que será quien goce de las mieles del trono verde de la Junta de Andalucía.

Foto: La portavoz nacional de Ciudadanos, Inés Arrimadas (i), junto al candidato a la Junta de su partido, Juan Marín. (EFE)

La experiencia andaluza será, además, la que inaugure en toda España la tercera fase de la estrategia de Ciudadanos, tras el monocultivo catalán y la etapa de apoyo a la gobernabilidad sin entrar en los ejecutivos con un reparto de carteras. Por eso han sido tan injustos los dioses electorales con Ciudadanos, porque para inaugurar esta nueva etapa le han concedido el crecimiento en las urnas para que lo exploten en la peor coyuntura electoral.

Ninguna de las alternativas posibles de Ciudadanos en Andalucía es buena, se trata de elegir entre la opción menos mala. No puede aspirar a gobernar solo, pero tampoco puede provocar que haya nuevas elecciones; no puede volver a apoyar al PSOE, pero tampoco le conviene unirse al PP, después de haberlo expulsado de La Moncloa por la corrupción; no puede identificarse con la extrema derecha de Vox, pero tampoco podrá prescindir de su apoyo en el Parlamento. Como en Cataluña, ganarle por primera vez al nacionalismo, en la mayor crisis independentista, en las elecciones más trascendentales, y quedarse a dos palmos de la meta, sin fuelle para presentarse, ni tan siquiera, a una sesión de investidura. Satisfacción a medias, amargas euforias. Interruptus.

Los dioses electorales han sido crueles con Ciudadanos, porque los han llenado de expectativas, de deseos, y nunca se los han concedido cuando en el banquete de los votos se repartían los escaños. Es el partido de mayores expectativas y menor poder efectivo, el de más influencia y menos despachos. La hemeroteca está llena de titulares así: “Ciudadanos ganaría en…”, “Ciudadanos superaría en votos a…”, “Ciudadanos estaría a un punto de…”, “Ciudadanos sería el partido más votado si…”. Pero luego llegan las elecciones y las predicciones solo se confirman a medias, se quedan en el punto exacto de las victorias amargas, que no les han servido para gobernar ni tampoco para estrellarse y refundarse o desparecer.

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