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Susana Díaz no tiene quien le escriba
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Javier Caraballo

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Susana Díaz no tiene quien le escriba

Esa sensación del coronel de García Márquez debe ser idéntica a la que experimenta la presidenta en funciones en estos últimos días de tránsito hacia el vacío

Foto: La presidenta andaluza en funciones, Susana Díaz. (EFE)
La presidenta andaluza en funciones, Susana Díaz. (EFE)

"Sentada en una actitud de confiada e inocente expectativa, la presidenta experimentó la sensación de que le nacían hongos y lirios venenosos en las tripas. Era diciembre, finales. Una mañana difícil de sortear aun para una mujer como ella, que había vivido tantas mañanas difíciles como esa durante los últimos veinte años, desde el día que se miró al espejo y comprendió que para sobrevivir en política tenía que aprender a matar antes de que la matasen". El paralelismo era inevitable; tendrán que disculparlo. Pero solo había que mirarla allí el otro día, en el Parlamento de Andalucía, el primer día de la nueva legislatura, en un escaño que se ha vuelto ingrato porque ahora representa aquello que detesta. Qué duras se pasan las horas cuando hasta lo inmaterial, como la madera de un sillón, como el tapizado verde de un asiento, cobra vida y se transforma; te traicionan porque ya no responden a lo que eran, a lo que significaban.

El relato tenía que empezar por ahí, por las primeras líneas de 'El coronel no tiene quien le escriba'. Esa sensación del coronel de García Márquez debe ser idéntica a la que experimenta la presidenta en funciones de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, en estos últimos días de tránsito hacia el vacío. Cuando los fotógrafos y las cámaras de televisión entran o salen del salón en el que está y ya no la persiguen a ella porque ha dejado de interesarles; porque ha dejado de ser la primera, la más buscada. Presenciar eso y no poder gritarles siquiera, como para despertar de una pesadilla, "¡eh! ¿dónde vais, no veis que soy yo, que estoy aquí?". Y tener que soportar, encima, que las únicas preguntas vuelvan a recordarle su presente, que arrastra como una pesada cadena: "Susana, ¿va a dimitir? ¿Seguirá en la oposición? ¿La respalda su partido?…". Esa letanía infernal que se le clavó en la sien la noche amarga del dos de diciembre.

Foto: La presidenta en funciones de la Junta, Susana Díaz. (EFE)

Qué sentirá esa mujer ahora, cuando recorra los pasillos y salones del Palacio de San Telmo, oiga un murmullo a sus espaldas y ya no sepa si es de burla o de venganza. Antes, hace tan solo tres semanas, no había posibilidad alguna de equivocarse, Susana Díaz recorría esos mismos pasillos y lo único que podía esperar eran muestras de admiración, de respeto o de miedo, acordes a su poder, que parecía infinito. Y ahora esto, el silencio de estos días, eso siempre es lo peor. Cuando el teléfono deja de sonar o cuando comienza a vibrar el móvil y solo es posible esperar una llamada más de alguien que viene con paños calientes para ponerlos en las heridas. O de alguien que se despide, después de tantos años, porque ya le han confirmado que no será posible encontrarle un puesto, porque son muchos los que se han quedado tirados. Es imposible tapar todos los agujeros que se han abierto en la pared y dejan entrar el aire húmedo y frío del invierno que se arrastra como una serpiente por la lámina quieta del Guadalquivir, a los pies del Palacio.

"Lo peor de la mala situación es que la obligan a una a decir mentiras", se habrá repetido Susana estos días, como el coronel, mientras recoge los cajones y apila en un rincón un puñado de libros de las estanterías que no se le pueden olvidar antes de que, definitivamente, todo aquello le pertenezca a otro. No es este el momento de decir la verdad, porque no puede decir ni lo que piensa ni lo que haría realmente. Perder unas elecciones provoca en el 'homo politicus' una incómoda paraplejia, entre la impotencia y la prudencia, dos terribles yugos que lo constriñen: lo que ya no se puede hacer y lo que ahora no se debe hacer. Por eso una mala situación obliga a la mentira, incluso a la mentira a uno mismo, para disimularse ante el espejo y crearse una coraza ante los demás.

¿Cómo no iba a enterarse de que, a sus espaldas, algunos de sus propios compañeros socialistas la señalan con una burla?

Susana Díaz sabe que van diciendo de ella que es una mujer soberbia pero no entienden que, esta vez, es una actitud obligada por las circunstancias, que estaba obligada a no aparentar derrota, a levantar la cabeza, a sonreír siempre. ¿Cómo no iba a enterarse de que, a sus espaldas, algunos de sus propios compañeros socialistas la señalan con una burla? ¿Cómo no va a saber que en los escaños de enfrente, en la izquierda podemita, son muchos los que se alegran de verla así, hundida, que es lo único que les consuela, su cara descompuesta, y que se pasan mensajes de WhatsApp hirientes sobre ella? Pues claro que lo sabe.

La soberbia, en esta ocasión, es un mecanismo de defensa, anticuerpos del sistema inmunológico sentimental. Si en el pasado obedecía a otro instinto, ya no es hora de valorarlo porque el pasado está muy lejos y, cuando se ha perdido todo, se trata sólo de sobrevivir. Revisar errores no sirve de nada cuando la fatalidad se ha consumado y no se pueden corregir. Podrán culparla a ella de haber dilapidado una herencia de cuarenta años de hegemonía, de gobiernos sucesivos que convertían a Andalucía en un caso único, en un granero, en un fortín inexpugnable. Eso no puede negarlo, pero tienen que existir otras explicaciones, la realidad no puede ser tan cruel como esas estadísticas que les ponen por delante: desde que ha sido líder, todo ha sido perder, en la calle y en las sedes, en la Junta de Andalucía y en el PSOE. ¿Quién se acuerda ahora de aquello que decían cuando la auparon, cuando todos la aclamaban? "Ha nacido una estrella, una gran líder nacional", "no vamos a consentir que te toquen ni un pelo", "cuando se pregunta qué es un líder y uno ve pasar a Susana Díaz dice: eso es un líder"… La vida no puede ser tan cruel, tiene que haber otras explicaciones. Allí, en San Telmo, la presidenta se lo repite, una y otra vez, mascullando sus últimos días, que saben a bilis. Nos precipitamos al pensar que 2017 fue el 'annus horribilis' de Susana Díaz porque quedaba por pasar este 2018. "Y cuando se fue el año, la presidenta experimentó la sensación de que le nacían hongos y lirios venenosos en las tripas".

"Sentada en una actitud de confiada e inocente expectativa, la presidenta experimentó la sensación de que le nacían hongos y lirios venenosos en las tripas. Era diciembre, finales. Una mañana difícil de sortear aun para una mujer como ella, que había vivido tantas mañanas difíciles como esa durante los últimos veinte años, desde el día que se miró al espejo y comprendió que para sobrevivir en política tenía que aprender a matar antes de que la matasen". El paralelismo era inevitable; tendrán que disculparlo. Pero solo había que mirarla allí el otro día, en el Parlamento de Andalucía, el primer día de la nueva legislatura, en un escaño que se ha vuelto ingrato porque ahora representa aquello que detesta. Qué duras se pasan las horas cuando hasta lo inmaterial, como la madera de un sillón, como el tapizado verde de un asiento, cobra vida y se transforma; te traicionan porque ya no responden a lo que eran, a lo que significaban.

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