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11-M, miseria en las entrañas
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Javier Caraballo

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11-M, miseria en las entrañas

En cada aniversario, la pena se atraganta de angustia cuando se empeñan en recordarnos que aquellos días la tragedia se convirtió en una oportunidad para machacar al adversario en unas generales

Foto: Una placa con los nombres de algunas de las víctimas del 11-M. (EFE)
Una placa con los nombres de algunas de las víctimas del 11-M. (EFE)

La tristeza honda de los muertos se agranda cada año, como una herida que no deja de sangrar, cuando se mezcla con la podredumbre del cálculo político interesado. En cada aniversario, la pena se atraganta de angustia cuando se empeñan en recordarnos que aquellos días, los días más tristes de la historia reciente de España, la tragedia se convirtió en una oportunidad para machacar al adversario en unas elecciones generales, y también andaluzas, que habrían de celebrarse tan solo tres días después del terrible atentado de Atocha, el 11 de marzo de 2004.

Desde entonces, cada año que pasa, cuando llega este día, la luz de marzo, que se alegra cada mañana con una claridad nueva, primaveral, se oscurece en ese amanecer en el que volvemos a recordar las imágenes ensangrentadas de aquellos días y el silencio del duelo apenas dura un minuto porque luego, al instante, será otra vez el alboroto, las acusaciones cruzadas, las que ensucien de intenciones bastardas hasta el aire que respiramos. En España, ni los muertos se respetan cuando un interés político puede agitarse saltando sobre los ataúdes.

Ni los muertos se respetan cuando un interés político puede agitarse saltando sobre los ataúdes

De aquel día, de la tarde en la que se convocó una manifestación que recorrió las calles y las plazas de toda España, siempre recordaré la estampa de un grupo de jóvenes sentados en corro sobre el asfalto en torno a un círculo de velas verdes. Estaban en silencio, algunos lloraban de rabia y otros rezaban. Tras el espanto inmenso de la mañana, del reguero de muertos que iba aumentando en cada boletín de radio, parecía que los españoles, por millones, habían aprendido de aquel horror la única lección que puede fortalecer a una sociedad golpeada que quiere vivir en paz y en libertad: la determinación de que nada, ni nadie, podrá vencerlos con el terror, con la amenaza, con el chantaje. Por un instante, aquel grupo de jóvenes, sentados en corro, empapados por un halo de luz verde, eran la imagen de una esperanza vana, de una grandeza que nunca iba a llegar.

El atentado del 11 de marzo logró sacar lo peor de la clase política española y lo peor de la sociedad española. La monstruosidad de ese cálculo frío, que todavía pervive, sobre la repercusión en las urnas del peor de los atentados. Estaban los muertos alineados, tapados con plásticos amarillos, y mientras unos calculaban que esa fotografía era el empujón que les faltaba para gobernar, otros pensaban que ese era el golpe que necesitaban para derrotarlos y hacerlos perder. Todavía hoy, 15 años después, se vuelven a remover las mismas aguas podridas con los mismos lemas de entonces.

El atentado del 11-M logró sacar lo peor de la clase política española y lo peor de la sociedad española

La mentira del Gobierno de Aznar, cuando atribuyó el atentado a la banda terrorista ETA, no fue menos corrosiva y miserable que la impresionante campaña de agitación que se puso en marcha inmediatamente después, en cuando se descubrió la verdadera identidad de los terroristas, con el único objetivo de darle un vuelco a los pronósticos electorales para que ganara el Partido Socialista. Y esto segundo es lo que se suele olvidar. Fue Antonio Muñoz Molina, una vez más, uno de los pocos intelectuales progresistas de España que tuvieron el valor de separarse de la indecente escalada de tensión que protagonizaron medios de comunicación, periodistas y líderes de izquierda para tumbar al Gobierno de la derecha.

Sánchez realiza una ofrenda floral por las víctimas del 11-M en la plaza Daoiz y Velarde

Conservo aquel artículo de Muñoz Molina el 12 de marzo de 2004 para que el paso del tiempo no borre de mi memoria aquello que hicieron, aquello que vivimos con tanta pena como miedo. “Leyendo los periódicos, escuchando a algunos locutores de radio, a algunos artistas o literatos que se han erigido en adalides de una presunta rebeldía popular (…) se ha dicho y se ha escrito que el partido que ahora gobierna [el PP] es idéntico a los terroristas en su extremismo o en su inmovilismo, que es el de los mismos que asesinaron a García Lorca y de los que cantaban el 'Cara al Sol'. Se ha dicho, se ha escrito, se ha repetido cualquier cosa, mezclando la verdad con la mentira, los motivos justos de discordia y de rechazo con las acusaciones más insensatas: el resultado ha sido una ruptura de los elementos más primordiales de la concordia civil, una deslegitimación del Estado que no mina a este Gobierno [de Aznar], sino al edificio mismo de la democracia”. El artículo se llamaba ‘Con plomo en las entrañas’, recordando a Machado, pero era miseria, miseria en las entrañas, lo que nos impedía volar, trascender y convertir en grandeza de un pueblo el dolor gigante de Atocha.

15 años después, ha vuelto a recuperarse el odio de aquellos días, y ahí siguen los dirigentes del PP y del PSOE lanzándose a la cara las atrocidades

Quince años después, otra vez en el homenaje del atentado de Atocha ha vuelto a recuperarse el odio de aquellos días, y ahí siguen los dirigentes del Partido Popular y del Partido Socialista lanzándose a la cara las atrocidades de entonces. ¿Tiene alguien que pedir perdón? Con el tiempo transcurrido, y al comprobar que quieren seguir infectándonos con la misma bilis asquerosa, probablemente la deuda que tiene España consigo misma sea la de poder sentarse a llorar a los muertos de Atocha sin pensar en nada más que en mantenerlos vivos en el recuerdo; mirar a la cara a quienes nos amenazan, para decirles que nunca lo conseguirán, que el terror nunca nos doblegará. Nada más.

Aquellos que mintieron, que manipularon, que manosearon groseramente la verdad para ganar unas elecciones, nunca reconocerán lo que hicieron. Políticos, intelectuales y periodistas que, todavía hoy, sigue reivindicándose en su miseria camuflada de profesionalidad y de honor. Bastaría con que, 15 años después, aprendamos a identificarlos, a ignorarlos y a mirar hacia adelante superando, al fin, los días más tristes de esta España como sociedad.

La tristeza honda de los muertos se agranda cada año, como una herida que no deja de sangrar, cuando se mezcla con la podredumbre del cálculo político interesado. En cada aniversario, la pena se atraganta de angustia cuando se empeñan en recordarnos que aquellos días, los días más tristes de la historia reciente de España, la tragedia se convirtió en una oportunidad para machacar al adversario en unas elecciones generales, y también andaluzas, que habrían de celebrarse tan solo tres días después del terrible atentado de Atocha, el 11 de marzo de 2004.

Atentados 11M