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Aire de funeral en Podemos
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Javier Caraballo

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Aire de funeral en Podemos

Han pasado de disputarle al PSOE la hegemonía de la izquierda al temblor de acabar representando el papel subsidiario, de muleta o de acompañamiento

Foto: Irene Montero y Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)
Irene Montero y Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)

Los de Podemos andan arrastrando los pies con un ambiente de funeral que, si llega a confirmarse en las elecciones, será tan digno de análisis político como lo ha sido su fulgurante, inesperado y arrollador éxito hace cinco años. Han pasado de disputarle al PSOE la hegemonía de la izquierda al temblor de acabar representando el papel subsidiario, de muleta o de acompañamiento, al que siempre se ha tenido que resignar Izquierda Unida.

Del sorpasso al testarazo, sin fases intermedias, solo una implacable y progresiva degeneración del proyecto, de sus estructuras y de sus dirigentes. Aquellos que venían de las cátedras de Ciencias Políticas con carpetas llenas de ideas nuevas, aquellos que supieron conectar como nadie con la insatisfacción de la sociedad española, aquellos que lograron construir un movimiento transversal de indignación; aquel grupo que pudo gobernar España nos ha demostrado a todos que en política, muchas veces, es más difícil gestionar el éxito que el fracaso.

Del sorpasso al testarazo, sin fases intermedias, solo una implacable y progresiva degeneración del proyecto, de sus estructuras y de sus dirigentes

Ahora, en estas horas de decadencia en las que sigue la purga interna, algunos quieren sacudirse el pesimismo a patadas, como Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores de Podemos, que se inmola con barbaridades a diario, a favor del tirano de Venezuela o de los rebeldes del independentismo catalán, acaso porque piensa que así va a movilizar el voto, con esos referentes absolutamente ajenos al electorado español de izquierda que provocan más repulsión y hastío que cualquier otra sensación.

Todo lo que podían hacer mal, lo han hecho peor; todo lo que les podía salir mal, ha resultado horrible. Esa es la única explicación de lo ocurrido. No solo han cometido gravísimos errores políticos y estratégicos, sino que, además, a medida que avanzaba el proyecto, en vez de consolidarse y aumentar, se ha ido empequeñeciendo en su representación, se ha ido jibarizando hasta ofrecer en la actualidad la imagen caricaturesca de una dinastía familiar, Pablo Iglesias e Irene Montero, dispuestos a sustituirse a sí mismos en sus respectivos papeles.

Foto: El candidato de Podemos, Pablo Iglesias, durante un mitin en la plaza del museo Reina Sofía, donde arrancará la precampaña este sábado. (EFE)

¿Es que no tiene derecho; acaso no se conocieron estando ya ambos en política? Pues por supuesto, pero esa no es la cuestión: el problema es el coste que ha tenido para Podemos que ambos lideren el proyecto de la forma excluyente que lo han hecho. El desgaste al que sometieron a la formación a raíz de la polémica del suntuoso chalé es algo insólito en política porque, después de claudicar con aquellos principios de que los dirigentes de Podemos tenían que vivir como la gente a la que aspiraba a representar, forzaron a que toda la organización, toda, respaldase el dislate públicamente, y ante una urna. Buena parte del electorado de Podemos no va a asumir nunca la decepción de Galapagar, pero interiormente, para la organización, para sus dirigentes, supuso un golpe letal.

El desgaste al que sometieron a la formación a raíz de la polémica del suntuoso chalé en Galapagar es algo insólito en política

Tan dañino como cada vez que se reproduce la foto de los primeros años de Podemos y, cinco años después, aparecen tachados con aspas rojas todos los dirigentes que han ido cayendo, cesados o marginados. Carolina Bescansa, Sergio Pascual, Tania Sánchez, Luis Alegre, Íñigo Errejón… Es verdad que en todos los partidos se producen pugnas internas, luchas de poder, en las que, necesariamente, un sector sale vencedor y arrincona al otro.

Sucede, sobre todo, cuando los equipos llevan muchos años juntos y las sucesivas elecciones, con triunfos y derrotas, van conformando mayorías distintas en el seno de un partido político. La cuestión es que en Podemos todo ese proceso, que puede suceder al cabo de un decenio, se ha precipitado en dos o tres años.

¿No acabaron enfrentados Felipe González y Alfonso Guerra? Sí, pero la purga interna entre guerristas y renovadores en el PSOE tardó veinte años en llegar y tras diez años en el poder; en Podemos se ha instalado casi desde el primer día y sin haber pisado el poder en la Moncloa. Decían en Podemos, en sus orígenes, que venían a representar una nueva política, alejada de los vicios del bipartidismo, la ‘casta política’, y resulta que solo representaban un modelo acelerado de las conspiraciones internas de la política.

Foto: Sol Sánchez (c), durante una concentración de Colectivos de Memoria Histórica y Víctimas del Franquismo. (EFE)

Manuel Monereo, que está en la lista de los últimos excluidos, es uno de los casos más significativos de ese deterioro interno porque, en su caso, ni siquiera aspiraba a una cuota de poder interno. No, Monereo, junto a Julio Anguita, era de los referentes intelectuales e ideológicos de Podemos y, en especial, de su líder Pablo Iglesias.

En el último mitin de la campaña de las elecciones generales de 2015 -las primeras a las que se presenta Podemos-, Pablo Iglesias descendió emocionado del escenario y se abrazó a uno de los asistentes, que estaba en primera fila. Era Manuel Monereo y, aunque en Andalucía era conocido desde antiguo en la izquierda, ese día se supo en toda España que Pablo Iglesias lo consideraba su “padre político”.

En las últimas elecciones, le propusieron ir al Congreso y Monereo, aunque ya estaba jubilado, accedió. Ahí comenzaron los problemas, la cercanía ha roto la complicidad. Ahora va diciendo Monereo en las entrevistas que le hacen que “a nadie le gusta que le digan las verdades a la cara” (El Independiente, 18 de marzo), con lo que se ha caído de las listas.

Monereo, aunque en Andalucía era conocido desde antiguo en la izquierda, toda España supo que Iglesias lo consideraba su “padre político"

El problema de Monereo es que advirtió de los riesgos letales que podía tener un pacto de Gobierno con el PSOE de Pedro Sánchez, y es muy probable que las elecciones de abril le acaben dando la razón, porque otra vez el voto de la izquierda comience a aglutinarse en el Partido Socialista. Alertó de que el PSOE iba a utilizar a Podemos, a ningunearlo y, finalmente, a neutralizarlo. Lo dijo y toda la respuesta que ha recibido por parte de Irene Montero es que ya está muy mayor: “Las personas mayores, más veteranas, creen que los jóvenes no tienen proyecto”. Y Monedero, asiente: “es verdad, soy viejo…”

Hace tan solo tres años, en 2016, cuando todavía no existían ni Galapagar, ni disidencias ni tantas purgas, ni tampoco estaba el PSOE en la Moncloa; entonces, Julio Anguita dijo: “Pablo Iglesias ha conseguido con Podemos lo que yo quise, crecer a costa del PSOE”. Nunca una esperanza política duró tan poco.

Los de Podemos andan arrastrando los pies con un ambiente de funeral que, si llega a confirmarse en las elecciones, será tan digno de análisis político como lo ha sido su fulgurante, inesperado y arrollador éxito hace cinco años. Han pasado de disputarle al PSOE la hegemonía de la izquierda al temblor de acabar representando el papel subsidiario, de muleta o de acompañamiento, al que siempre se ha tenido que resignar Izquierda Unida.

Pedro Sánchez Izquierda Unida Irene Montero