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Los cojones, en Alemania
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Javier Caraballo

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Los cojones, en Alemania

No se explica cómo este hombre no se rebeló entonces contra su país, cómo no sintió vergüenza, cómo no los acusó de ser antidemocráticos

Foto: Von Grünberg, con su traductor, en el Supremo. (EFE)
Von Grünberg, con su traductor, en el Supremo. (EFE)

Los cojones, en Alemania, Von Grünberg, como aquella locomotora de carbón que subió el empinado desfiladero de Despeñaperros con muchos apuros y cuando llegó a Madrid, ya parada en la estación de Atocha, soltó un cañonazo de vapor que sobresaltó a Rafael Gómez Ortega, ‘el Gallo’, cuando se había bajado del tren y se marchaba por el andén. “Esos cojones, en Despeñaperros”, le dijo el torero, y es lo mismo que le tendrían que haber dicho al político alemán cuando caminaba por la acera después de haber comparecido en el Tribunal Supremo por el juicio de la revuelta independentista.

“Los cojones en Alemania, don Grünberg”, que hubiera sido una forma muy castiza de decirle lo que le soltó en la sala la fiscal, Consuelo Madrigal, antes de que el presidente, Manuel Marchena, prohibiese la pregunta por impertinente. El alemán se hubiera enterado lo mismo que la locomotora, pero era necesario que un representante del Ministerio Público lo dijera en ese juicio. Que ya está bien de que tribunales y políticos de Alemania o de Bélgica sigan considerando como actos de represión a la libertad de expresión lo que allí ni siquiera se tolera porque forma parte de la intocable supremacía de la unidad territorial que establece su Constitución.

Foto: Bernhard Felix von Grünberg, exdiputado regional socialdemócrata, a la izquierda de Gonzalo Boye, abogado de Carles Puigdemont, en un encuentro el pasado febrero.

Este Bernhard von Grünberg es, por lo que se puede leer de su biografía, un exponente perfecto de esos intelectuales europeos que, en el fondo, lo único que no han asimilado aún es que España es un país europeo más; no acaban de vernos como ellos y en esa desconsideración va implícita una mirada elitista y arrogante. Entre el estereotipo de bandoleros y flamencos de los pintores y artistas románticos del XIX, la propagación interesada de la leyenda negra de la Inquisición y el Descubrimiento, y la posterior Guerra Civil, España es para todos ellos un parque temático, un Jurassic Parck de las ideologías, en el que todavía se puede vivir una revolución, y luchar contra los fascistas por las calles, que luego todos acabaremos en una taberna, brindando con vino en jarras de barro y comiendo morcillas sobre una mesa de madera.

Por eso es imposible que esos tipos, que en apariencia son respetables señores y señoras en sus respectivos países, puedan distinguir la España de hoy de la de sus fantasías. “Espectacular juicio”, escribió don Grünberg en su cuenta de Twitter nada más salir del Tribunal Supremo, y seguro que les estaba contando por mensajes privados a sus amigos que había estado delante de Torquemada en persona, pero que no llegó a verle los alicates de arrancar las uñas.

España es para todos ellos un parque temático, un Jurassic Parck de las ideologías, donde todavía se puede vivir una revolución, y luchar contra fascistas

La presencia de Bernhard en el juicio del 'procés', como la del resto de ‘observadores internacionales’ que acompañaron a los independentistas de Cataluña en su algarada, se ha debido a la petición de las defensas de los procesados, que los han considerado necesarios para respaldar a sus patrocinados, aunque a la vista de los resultados es posible que no haya sido la decisión más acertada. Quiere decirse que la mera presencia de esos ‘observadores’, intercalados, como han estado, entre el testimonio directo de algunos de los guardias civiles que vivieron aquellos días fatídicos, la mayor crisis social e institucional de España en 40 años, resulta frívola y, a ratos, hasta cómica.

Si la esperanza de los procesados, y de sus abogados, es la de demostrar con esos testimonios que todo fue fiesta y diversión en Cataluña, durante los dos meses de otoño que vivimos al borde del precipicio, igual están equivocados de estrategia. Esos observadores pueden venirles muy bien para un mitin o para un paripé, pero otra cosa es que sean útiles en un juicio penal, donde la comedia y la teatralización suelen ser contraproducentes. Desde que comenzó el juicio, las defensas de los procesados, salvo en contadas ocasiones, siempre han tenido la inclinación del mitin político, acaso porque se lo piden, pero deberían meditarlo más para el mes y pico que aún queda de juicio.

Foto: Helena Catt, la mujer que lideró a 12 'observadores' internacionales en el referéndum.

“Es una vergüenza que España se aleje de Europa y de los debates democráticos”, ha dejado dicho Bernhard von Grünberg en algunas de las entrevistas y discursos que ha dado en Cataluña en estos años atrás, y convendría pedirle que eso mismo lo diga en Baviera, o que se vaya a Bélgica y se ponga a defender las causas independentistas. También puede proclamarlo en Francia, el país más centralista de Europa; en el Rosellón, donde solo habla catalán una mínima parte de la población, y eso que no han atravesado una dictadura de 40 años como en España.

Hace dos años, cuando el ‘observador’ alemán ya andaba por Cataluña, se planteó la misma cuestión en el Tribunal Constitucional de Alemania, con respecto a Baviera, y la resolución fue contundente: "En la República Federal de Alemania, que es un Estado-nación basado en el poder constituyente del pueblo alemán, los estados no son dueños de la Constitución. Por lo tanto, no hay espacio bajo la Constitución para que los estados individuales intenten separarse. Esto viola el orden constitucional”.

No se explica cómo este hombre no se rebeló entonces contra su país, cómo no sintió vergüenza, cómo no los acusó de ser antidemocráticos

No se explica cómo este hombre no se rebeló entonces contra su país, cómo no sintió vergüenza, cómo no los acusó de ser antidemocráticos y represores. La respuesta está en lo de antes, en el parque temático. “Nosotros, los alemanes, fuimos parte de la Guerra Civil española, junto a Franco. Por lo tanto, también nos implicamos en esta cuestión de Cataluña. Es una cuestión muy importante”, ha dejado dicho en sus entrevistas. Así que no hay que darle más vueltas, solo eso: los cojones, en Alemania, Von Grünberg.

Los cojones, en Alemania, Von Grünberg, como aquella locomotora de carbón que subió el empinado desfiladero de Despeñaperros con muchos apuros y cuando llegó a Madrid, ya parada en la estación de Atocha, soltó un cañonazo de vapor que sobresaltó a Rafael Gómez Ortega, ‘el Gallo’, cuando se había bajado del tren y se marchaba por el andén. “Esos cojones, en Despeñaperros”, le dijo el torero, y es lo mismo que le tendrían que haber dicho al político alemán cuando caminaba por la acera después de haber comparecido en el Tribunal Supremo por el juicio de la revuelta independentista.

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