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Alcántara póstumo, memoria y miedo de España
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Javier Caraballo

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Alcántara póstumo, memoria y miedo de España

"Qué país tan difícil es España… La mayor desgracia para una sociedad es una guerra civil, en España todavía colea", se lamentaba Alcántara

Foto: Fotografía de archivo (Málaga, 25 11 2015), del poeta y articulista. (EFE)
Fotografía de archivo (Málaga, 25 11 2015), del poeta y articulista. (EFE)

“Empiezo a ser abusivo, tengo cara de superviviente… Dicho de otra manera, que no tengo la menor idea de cuándo debo morirme”. Manuel Alcántara siempre hablaba de su propia muerte con sarcasmo, como si la desafiara, no por desprecio sino porque también a la muerte le había encontrado un sentido de lógica de vida. “Lo de la muerte no está tan mal hecho, porque llega un momento en el que dice 'ya está bien'”. Fue una de las últimas ocasiones en las que nos sentamos a comer, un Dry Martini, “la divina proporción” que administraba su inseparable Juan López Cohard, unas gambas y un gazpachuelo. Luego un chupito de Jägermeister y un cigarrillo negro. Alcántara miraba la cajetilla y, otra vez, se burlaba: “Esto es lo que más me alarma: ‘Fumar puede dañar al hijo que espera’… A mis 91 años, me preocupa mucho que pueda perjudicar al hijo que espero”.

Sí, es cierto, sí, nos reíamos y, sin darnos cuenta, alimentábamos estúpidamente la creencia de que Manuel Alcántara nunca se iba a morir, por esa vitalidad de adolescente que le ha mantenido publicando en la prensa española un artículo diario, escrito a máquina; más de 30.000 que, sumados a los poemas y divididos por 365, superan con creces los días vividos.

Foto: Manuel Alcántara. (EFE)

En esa última cita, le pedí que hablásemos de su amistad con José Utrera Molina, aquel que fue ministro de Franco y secretario general del Movimiento. Por la necesidad que tiene España de superar el franquismo, algo que solo será posible cuando miremos hacia atrás sin rencor, sin prejuicios; cuando contemplemos el franquismo más allá de la dictadura, también como un periodo de la historia de España que no convierte en sátrapas y cómplices de asesinato a quienes lo vivieron y lo recuerdan con la nostalgia del tiempo pasado, los amigos, la familia, los sueños cumplidos, las apreturas superadas con trabajo y humildad. La sociedad del franquismo eran dos niños, Manuel Alcántara y José Utrera Molina, que crecieron juntos en Málaga, crecieron por caminos separados, dispares, pero jamás rompieron su amistad. Entender eso, esa obviedad, es la asignatura pendiente de España, sólo entonces habremos superado definitivamente el franquismo.

“Qué país tan difícil es España… La mayor desgracia para una sociedad es una guerra civil, en España todavía colea. El único remedio es el tiempo, pero España es un país tan raro que, cuarenta años después de la muerte de Franco, ha surgido un franquismo retrospectivo. El tiempo es el único remedio, pero el tiempo se nos ha echado encima. Y aquí estamos ahora, con el problema de qué hacer con el cadáver del pequeño general, porque los muertos no se evaporan”, se lamentaba Alcántara en aquella comida en la que le señalé como el mejor ejemplo para la fase decisiva que debe conducirnos a la superación social de la dictadura. La Transición fue el primer paso; la reposición y el reconocimiento de las víctimas del franquismo, el segundo; y, ahora, lo que hace falta es una tercera etapa: la normalización de ese periodo histórico.

Qué país tan difícil es España… La mayor desgracia para una sociedad es una guerra civil, en España todavía colea

España se ha detenido en el segundo paso, hay quienes quieren petrificar ahí el recuerdo del franquismo, y eso sólo nos conduce a la cronificación del odio y a la deformación de la Memoria Histórica. El prestigio intachable de Alcántara es el que lo convierte, también después de su muerte, en la pieza maestra para comenzar a construir una salida al rencor. Por eso esta conversación inédita que nos deja el legado póstumo de su memoria y su miedo de España.

Manuel Alcántara nunca renegó, no escondió jamás, la amistad que le unía a Utrera Molina y a su familia. Cuando la Memoria Histórica se volvió inquisitorial, a Pepe Utrera, como le llamaba Alcántara, lo desposeyeron de todo reconocimiento y fue Alcántara quien, otra vez, salió en defensa de la memoria de su amigo. Por otra obviedad que hemos olvidado, que también en una dictadura, también en el franquismo, existieron personas honestas y decentes. Igual que una democracia no garantiza la honestidad y la decencia de todos, una dictadura de cuarenta años no convierte en indeseables proscritos a todos los que la vivieron. Intelectuales, poetas, científicos, empresarios, escritores y hasta políticos.

placeholder Manuel Alcántara con el boxeador Pepe Legrá. (Fundación Manuel Alcántara)
Manuel Alcántara con el boxeador Pepe Legrá. (Fundación Manuel Alcántara)

¿Por qué no se les puede reconocer los méritos a quienes nada tuvieron que ver con la Guerra Civil y la represión pero les tocó vivir en esos años? Incluso aunque se confesaran falangistas, ¿por qué no? “La decencia es personal. Pepe Utrera era eso que conocemos como una buena persona. En Sevilla, lo quería muchísimo la gente. Nunca he entendido esa venganza por quitarle todos los honores que le habían dado. Le achacan que firmó los fusilamientos, pero todo el mundo sabe que en aquellos Consejos de Ministros esas decisiones se tomaban en conjunto y no había nadie que pudiera oponerse a Franco, que lo único que preguntaba era si una persona había sabido morir. Franco era terrible, llegó y lo único que dijo es que no iba a temblarle el pulso. Pero el franquismo no convierte a todo el mundo en miserables; hubo mucha gente de buena fe. También Fernando Suárez, que sigue viniendo a verme, fue ministro con Franco… Fernando es también una persona decente y absolutamente franquista”.

El franquismo no convierte a todo el mundo en miserables; hubo mucha gente de buena fe

En un poema autobiográfico, Manuel Alcántara martilleaba con versos sobre la necesidad de superar el pasado, de avanzar sobre su propia memoria de niño que creció jugando entre bombardeos de la Guerra Civil. “Lo mejor del recuerdo es el olvido... / Málaga naufragaba y emergía... / Manuel, junto a la mar, desentendido; / hubo una vez un niño en la bahía. / Y hay un hombre de pie sobre mis huellas / indefenso y sonoro, a ras del suelo, / que se irá mientras hacen las estrellas / propaganda de Dios allá en el cielo”.

Hace unos años, unos amigos, Teodoro León Gross, Rafael Porras, me hicieron el regalo de su cercanía y, desde entonces, no recuerdo ningún encuentro con Alcántara en el que no hiciera un punto de inflexión para mostrar su preocupación por España, por el futuro, por estas crecidas de intolerancia y de sinrazón que se apoderan de nosotros o que nos inunda. “A mí ya me quedan cuatro días mal contados, estoy despidiéndome del mundo y viendo a mis amigos, pero vosotros vais a presenciar todavía muchas cosas. Yo ya no temo nada, pero me preocupa España, el destino, porque lo están poniendo imposible. José María Pemán era muy amigo mío, un caballero. La última vez que lo vi, poco antes de morir en 1981, nos dimos un paseo y aún recuerdo lo que me dijo: España no tiene remedio”.

“Empiezo a ser abusivo, tengo cara de superviviente… Dicho de otra manera, que no tengo la menor idea de cuándo debo morirme”. Manuel Alcántara siempre hablaba de su propia muerte con sarcasmo, como si la desafiara, no por desprecio sino porque también a la muerte le había encontrado un sentido de lógica de vida. “Lo de la muerte no está tan mal hecho, porque llega un momento en el que dice 'ya está bien'”. Fue una de las últimas ocasiones en las que nos sentamos a comer, un Dry Martini, “la divina proporción” que administraba su inseparable Juan López Cohard, unas gambas y un gazpachuelo. Luego un chupito de Jägermeister y un cigarrillo negro. Alcántara miraba la cajetilla y, otra vez, se burlaba: “Esto es lo que más me alarma: ‘Fumar puede dañar al hijo que espera’… A mis 91 años, me preocupa mucho que pueda perjudicar al hijo que espero”.

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