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El trampantojo independentista
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Javier Caraballo

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El trampantojo independentista

El trampantojo judicial es un invento, pero como en las demás artes, ocurre lo mismo, que se acaba descubriendo que se trata solo de un engaño a los sentidos y, en este caso, al sentido común

Foto: Manifestación en apoyo al paro general convocado en rechazo a la violencia ejercida el 1 de octubre. (EFE)
Manifestación en apoyo al paro general convocado en rechazo a la violencia ejercida el 1 de octubre. (EFE)

El histórico juicio del 'procés' ha finalizado con una obra de arte jurídica de los abogados de los acusados por la revuelta catalana: han inventado el trampantojo independentista. Consiste, como en el resto de las artes, en engañar a la vista, y a las entendederas, con la presentación de una realidad ficticia. Por ejemplo: “La aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña es la demostración del respeto y la obediencia de los procesados al orden constitucional español”. En la analogía necesaria con el golpe de Estado del 23 de febrero, es como si los abogados de Tejero o de Armada hubiesen esgrimido que, al final, acabaron acatando el mandato del rey Juan Carlos, como capitán general de las Fuerzas Armadas, y que, por tanto, no existió delito alguno.

“El artículo 155 fue acatado de inmediato; es decir, que el mecanismo previsto en la Constitución para resolver un grave conflicto constitucional funcionó perfectamente”; “el orden constitucional no corrió grave peligro, sino que funcionó a la perfección. Sucedió algo tan corriente como que un parlamento autonómico aprueba una ley que se anula cuando se declara inconstitucional”. Se llegó a hablar, incluso, hasta de un “acatamiento agravado”, es decir, con un exceso de celo por parte de alguno de los procesados para que se cumpliera la Constitución.

Foto: Captura de la señal del Tribunal Supremo con la intervención del comisario de los Mossos d'Esquadra Manel Castellví. (EFE)

La actuación de los Mossos, otro trampantojo: en realidad, la policía autonómica catalana fue la única que cumplió lealmente las órdenes de la Fiscalía y de la jueza de instrucción para impedir el referéndum ilegal de octubre. La violencia, igual, solo algunos desalmados, tres o cuatro chusmas que se comportaban incorrectamente. El destrozo de los coches de la Guardia Civil, el día que acudieron a un registro judicial a la sede de Economía de la Generalitat, fue por culpa de los guardias civiles, que no los protegieron con un cordón de seguridad y no supieron planificar aquella actuación. Pero los manifestantes que los rodeaban solo cantaban y bailaban; el gesto más agresivo que tuvieron fue —y esto es literal de un abogado— “lanzar aviones de papel” contra los guardias civiles.

“Fue la virulencia de algunos grupos policiales, arengados al grito de ‘a por ellos’, lo que cambió el curso de las cosas y cambió el nexo casual entre la conducta de los acusados y lo que ocurrió el 1 de octubre”. Obsérvese el mensaje subliminal del trampantojo: los únicos responsables de la violencia —que es imprescindible para que se cumpla el delito de rebelión— fueron los policías y guardias civiles.

Foto: Agentes antidisturbios de la Policía Nacional y de los Mossos d'Esquadra discuten frente al Instituto Can Vilumara de L'Hospitalet de Llobregat. (EFE) Opinión
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De forma explícita, lo que decían los abogados es que los acusados, al frente de una multitud pacífica y festiva, se dedicaban a hacer declaraciones de cara a la galería, que una cosa eran las manifestaciones a la prensa y otra distinta el cumplimiento estricto de sus obligaciones. Por ejemplo, la declaración unilateral de independencia. Otro trampantojo que lo envuelve todo, como una matrioska​​ de simulaciones: “Tras la aprobación de las leyes de desconexión, lo que hace el Gobierno de la Generalitat es incumplirlas sistemáticamente para que nada de lo que hicieran tuviera validez normativa. El Gobierno de la Generalitat incumple también la proclamación de los resultados del referéndum de 1 de octubre; incumple la proclamación de la independencia y lo que vota un grupo de diputados, en un lugar ignoto, es un texto elaborado por terceros. No se arría la bandera, no se comunica nada al cuerpo diplomático y cuando se impone el 155 se hizo todo lo posible por abandonar el poder sin la menor resistencia. Ellos —los acusados— pueden decir lo que quieran, pero eso es lo que ocurrió; lo demás es interpretación política que no nos compete en este juicio”, dijeron los abogados mientras que sus defendidos asentían con la cabeza o atendían con gesto serio.

Todo fue un ‘juego político’, nadie tuvo interés de incumplir la Constitución… Pero, si fue así, por qué no lo dijeron también los 12 acusados en sus últimas palabras, con las que se cerró la vista oral. Por qué no utilizaron la ultima palabra para dejarlo claro, que todo fue una 'performance', que su única intención en adelante es cumplir y acatar la Constitución, que nunca más habrá ‘hoja de ruta’ ni leyes de desconexión. El trampantojo judicial es un invento, pero como en las demás artes, ocurre lo mismo, que se acaba descubriendo que se trata solo de un engaño a los sentidos y, en este caso, al sentido común.

Ninguno de los acusados utilizó el trampantojo de sus defensas, sino que utilizaron sus intervenciones para arengar al electorado independentista catalán

Algunos penalistas preparan bien la última palabra de sus defendidos, y en algunos casos hasta se la desaconsejan, porque pueden echar por tierra el trabajo de las defensas durante el juicio. Ninguno de los acusados por la revuelta catalana de octubre de 2017 utilizó el trampantojo de sus defensas, sino que utilizaron sus intervenciones para arengar al electorado independentista catalán, reafirmar sus actuaciones sin la menor autocrítica o arrepentimiento y descalificar el Estado de derecho y, en especial, a la Fiscalía, tildados de autoritarios.

Comenzó Oriol Junqueras, que fue el más moderado, y a partir de su testimonio fue creciendo el tono: “Este es un juicio político y nosotros somos presos políticos. En este banquillo no estamos sentadas 12 personas sino dos millones”. “Lo que hice fue lo que tenía que hacer: acepto los actos y las consecuencias”. “Estado represor, violencia de Estado”. “Estoy aquí por mis ideas y cuando acabe este juicio acabaré más comprometido que nunca con Cataluña, con sus derechos y libertades”. “Cataluña, como nación, existe antes que la Constitución. El presidente legítimo de Cataluña es Puigdemont”. “Mi prioridad no es salir de prisión sino seguir luchando”. “El problema no es la desobediencia civil, sino la obediencia civil”.

Uno de los principales abogados de las defensas, Javier Melero, que aunque solo defiende a uno de los procesados (Joaquim Forn) asumió, por veteranía y por solvencia, el papel de ‘eje central’ de las intervenciones de sus otros compañeros, citó al final a un historiador francés, François Furet, por una frase de su ensayo ‘El pasado de una ilusión’. Dice así la cita: “En ocasiones, la contemplación del ejercicio de la libertad ajena puede producir una cierta desazón”. Fue el colmo del trampantojo, porque redujo todo lo ocurrido en Cataluña a las 'molestias' e 'incomodidades' propias de una democracia, como cuando cortan una calle por una manifestación de trabajadores; como si fueran los ruidos del vecino del piso de arriba.

En fin... Digamos que, después de tantos años, la contemplación del manoseo de la libertad en Cataluña, de la manipulación de la verdad en Cataluña, todo eso, produce algo más que desazón: hastío, impotencia, desesperación, rabia. Y pena.

El histórico juicio del 'procés' ha finalizado con una obra de arte jurídica de los abogados de los acusados por la revuelta catalana: han inventado el trampantojo independentista. Consiste, como en el resto de las artes, en engañar a la vista, y a las entendederas, con la presentación de una realidad ficticia. Por ejemplo: “La aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña es la demostración del respeto y la obediencia de los procesados al orden constitucional español”. En la analogía necesaria con el golpe de Estado del 23 de febrero, es como si los abogados de Tejero o de Armada hubiesen esgrimido que, al final, acabaron acatando el mandato del rey Juan Carlos, como capitán general de las Fuerzas Armadas, y que, por tanto, no existió delito alguno.

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