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Pedro Sánchez, estratega o trilero
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Javier Caraballo

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Pedro Sánchez, estratega o trilero

En esta legislatura que no arranca, la duda está en saber si los movimientos del líder socialista son más propios de un trilero o de un estratega. Solo el tiempo acabará desvelándonos la respuesta

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)

La diferencia entre un estratega y un trilero puede ser inapreciable en política. Solo es posible averiguarlo con el tiempo, porque el trilero juega al instante, al engaño inmediato, mientras que el estratega se define por una táctica a corto, medio y largo plazo. Durante la acción, es posible confundirlos porque ambos suelen llegar a desconcertar con propuestas insólitas, alejadas de aquellas por las que todos nos inclinaríamos. ¿Dónde está la bolita? Creemos saber cuál es la respuesta porque hemos seguido sin perder un detalle el rápido movimiento de los cubiletes, pero, al final, nos estafan; una burda trampa.

El equivalente en política de un trilero es el que también nos engaña cuando se han mostrado todas las opciones, incluso nos ha dejado entrever dónde está la respuesta, la solución adecuada, y, al cabo, se descubre que todo consistía en juego de simulación. Ahora, por ejemplo, en esta legislatura que no arranca, a tres meses de las elecciones del pasado 28 de abril, la duda está en saber si los movimientos del líder socialista, Pedro Sánchez, son más propios de un trilero o de un estratega. Y solo el tiempo acabará desvelándonos la respuesta porque, cuando un líder político confunde la estrategia con el trile, puede acabar escaldado.

Si hacemos un recuento de los movimientos del presidente en funciones del Gobierno desde las elecciones de abril, el primer gesto inusual fue la ronda de conversaciones que convocó en la Moncloa, en la primera semana de mayo. Como el protocolo institucional lo que ordena es que sea el Rey quien reciba a los lideres políticos tras unas elecciones, parecía como si el líder socialista se estuviera apropiando del papel del jefe del Estado.

Foto: Felipe VI y Pedro Sánchez. (EFE) Opinión
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La anomalía protocolaria se pasó por alto, sin demasiadas críticas, porque las elecciones habían dejado un claro vencedor y porque todos estaban pendientes entonces de una nueva convocatoria electoral, la triple llamada de las municipales, las autonómicas y las europeas. Además, con su iniciativa, lo que transmitía Pedro Sánchez era la urgencia que tenía por formar Gobierno, para que no se perdiera ni un instante. Así que los recibió a todos, uno a uno, con promesas tan etéreas como que “la única condición que vamos a poner [para buscar alianzas de gobierno] es la Constitución".

Lo dijo Pedro Sánchez pero con ninguno avanzó en nada sustancial, los encuentros se quedaron en la foto y en algún guiño añadido de acercamiento al grupo de Pablo Iglesias. A pesar de ello, se llegó a la ronda institucional de Felipe VI en la que, esta vez sí, se encarga a uno de ellos la formación de un Gobierno porque se sobreentiende que cuenta con el apoyo suficiente de votos en el Congreso de los Diputados para ser investido presidente.

Eso sucedió en la primera semana de junio, una vez que se habían celebrado las triples elecciones del 26 de mayo y que, según se interpretaba entonces, era lo que frenaba un posible acuerdo de gobierno en España. Pedro Sánchez salió del encuentro con el Rey ungido de la misma aparente urgencia —“cuanto antes”— que tenía cuatro semanas atrás. También repitió la misma nada generalizada: “Quiero gobernar hablando con todas las fuerzas dentro de la Constitución. Voy a proponer cuatro ejes: la transición ecológica, el impulso a la digitalización económica, la lucha contra la desigualdad y el refuerzo del papel de Europa”.

Cuando se plantea un diálogo sobre cuestiones tan comunes, es evidente que lo único que no se persigue es un acuerdo concreto

Cuando se plantea un diálogo sobre cuestiones tan comunes, es evidente que lo único que no se persigue es un acuerdo concreto. Uno se puede pasar horas hablando de “la necesidad de avanzar en el bienestar de todas las personas y en la sostenibilidad de los factores exógenos que la implementan”, pero lo que no va a conseguir nunca es un compromiso concreto.

Quizás es lo que perseguía Pedro Sánchez, porque se pasó el mes de junio completo, a dos meses ya de las elecciones, y lo único palpable ha sido la fecha para la celebración del debate de investidura, casi tres meses después de las elecciones. Y esa ha sido, además, la excusa utilizada para convocar una tercera ronda de conversaciones que se ha saldado, como las anteriores, sin acuerdo alguno. La novedad, esta vez, ha sido que los socialistas ya amenazan abiertamente con unas nuevas elecciones el 10 de noviembre. “No habrá una segunda oportunidad”. ¿Ha estado Pedro Sánchez, durante todo este tiempo, moviendo los cubiletes?

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Sobre Pedro Sánchez se ha creado un halo de gran estratega por cómo se ha consolidado como líder político en su partido y presidente del Gobierno en España; por cómo ha sacado al PSOE del pozo en el que estaba. Hasta dicen ya algunos que tiene consigo la gracia de la ‘baraka’ que se le adjudicaba a Zapatero, cuando todo le salía bien. Pedro Sánchez ha vivido los peores momentos y, gracias a su intuición y a su tenacidad, los ha superado creciendo en cada momento.

Si todo lo que ha ocurrido desde el 28 de abril pasado obedece, como parece, a un cálculo electoral para presentarse a unas nuevas elecciones en las que pueda barrer a Podemos, es probable que, de nuevo, acierte en el pronóstico. Pero lo habrá hecho a costa de dejar en barbecho un país entero durante un año. A veces, en política, el trilero y el estratega no se diferencian, pero se acaban descubriendo.

La diferencia entre un estratega y un trilero puede ser inapreciable en política. Solo es posible averiguarlo con el tiempo, porque el trilero juega al instante, al engaño inmediato, mientras que el estratega se define por una táctica a corto, medio y largo plazo. Durante la acción, es posible confundirlos porque ambos suelen llegar a desconcertar con propuestas insólitas, alejadas de aquellas por las que todos nos inclinaríamos. ¿Dónde está la bolita? Creemos saber cuál es la respuesta porque hemos seguido sin perder un detalle el rápido movimiento de los cubiletes, pero, al final, nos estafan; una burda trampa.

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