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Franco y el declive de la Diada
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Javier Caraballo

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Franco y el declive de la Diada

Esta Diada de 2019 debería contemplarse como el cierre de la ‘hoja de ruta’, el comienzo del fin. Igual ocurrirá con la sentencia

Foto: Una escena de la película película 'La familia y uno más'.
Una escena de la película película 'La familia y uno más'.

“¡Visca Catalunya!”. Esta vez, el sorprendido fui yo. Es normal; pensamos que son los niños catalanes los que tienen el coco comido con la manipulación histórica de Cataluña y uno se ruboriza cuando eso mismo le sucede a él. La secuencia es bien elocuente: en una tarde cualquiera de sábado, uno de nosotros detuvo el 'zapping' de la sobremesa en la película ‘La familia y uno más’, protagonizada por el gran Alberto Closas, segunda parte de la muy franquista saga de ‘La gran familia’, considerada como uno de los principales exponentes de los valores de la dictadura en esa época de desarrollismo, familias numerosas y valores cristianos. Por algo la declararon ‘película de interés nacional’ cuando se estrenó, en 1962.

En esas andábamos mis colegas y yo cuando ocupó la pantalla entera de la televisión un autobús de universitarios catalanes que habían acudido a Madrid a jugar un campeonato de baloncesto. Ganaron el trofeo y se les veía en un autobús atravesado por una gran pancarta, 'Visca Catalunya', mientras los jóvenes cantaban “baixant de la Font del Gat/una noia, una noia;/baixant de la Font del Gat/una noia i un soldat”, que con seguridad reconocerán la inmensa mayoría de los catalanes. “Pero ¿cómo es posible?, ¿en pleno franquismo, en esa película, una exhibición de catalanismo y del catalán?, pero ¿no estaba prohibido?”.

“¿Cómo es posible?, ¿en pleno franquismo, en esa película, una exhibición de catalanismo y del catalán?, pero ¿no estaba prohibido?”

Esa fue la sorpresa y el rubor, que tanta ha sido la matraca independentista que hasta nosotros mismos nos hemos acabado tragando algunas de las mentiras y de las invenciones de la manipulación histórica. El escritor Eduardo Mendoza, cuando escribió en el crítico año de 2017 su ensayo ‘Qué está pasando en Cataluña’, ya se vio en la obligación de recordar que “el catalán como lengua de uso nunca estuvo prohibido”, a pesar de la evidente antipatía del régimen franquista hacia la lengua catalana. Eso, además de precisar que la represión franquista en Cataluña “no fue tan violenta como en otros puntos de la Península porque la entrada de tropas se produjo al final de la guerra y porque la proximidad de la frontera permitió la huida de muchas víctimas potenciales”.

“Pese a la obligación expresa de impartir la enseñanza en castellano, en algunos lugares, sobre todo fuera de las grandes ciudades, donde el uso del catalán no era ya habitual sino casi exclusivo, las clases se impartían en catalán. De lo contrario, se habrían tenido que impartir en una lengua que el maestro apenas hablaba y los alumnos apenas entendían”. Conforme se fue alejando la Guerra Civil, la absoluta prohibición inicial de publicar textos literarios en catalán se fue olvidando y comenzaron a proliferar actos culturales en catalán, como ocurrió con el teatro. En esas, se llega a la película de antes, a la escena de antes, que, por paradójico que parezca, es posible que llame más la atención ahora que cuando se proyectó en los sesenta en todos los cines de España. Quien comparta la misma sorpresa, entenderá el laberinto de mentiras en el que nos hemos instalado.

Foto: Nicolás Sartorius. (EFE)

Ayer, cuando llegaban noticias de la Diada de Cataluña que hablaban de declive, la menor asistencia a esa macromanifestación desde que comenzaron la ‘hoja de ruta’ del independentismo y la efervescencia callejera de esa locura, entendí que no podremos salir adelante si no se extraen algunas lecciones esenciales de todo lo ocurrido. La primera tiene que ser esa, comenzar a desmadejar en las escuelas y también en la conciencia colectiva la desinformación y la inquina que se han inoculado en este tiempo.

La ausencia de España en Cataluña tiene que restituirse; la España constitucional que hemos construido entre todos, empezando por Cataluña, principal defensora de aquel lema de “libertad, amnistía y estatuto de autonomía” que se extendió por todas partes y acabó cuajando en el Estado autonómico. Es evidente que se necesitan ajustes y reformas, empezando por la definición autonómica en la propia Constitución, donde no se menciona, pero con la convicción profunda de que es este modelo de Estado el que más se acerca al profundo deseo de convivencia, de conllevarnos, entre todos los pueblos de España.

Foto: Manifestación independentista convocada este miércoles por la Asamblea Nacional Catalana con motivo de la Diada. (EFE) Opinión
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El declive de la Diada de este 2019 es un factor más que tiene que llevar a muchos catalanistas que han abrazado el independentismo a comprender que el único camino posible de futuro es el regreso, con lealtad, al modelo autonómico y constitucional, a la Constitución que ganó en Cataluña por más del 91% de los votos. Si a pocas semanas de que se conozca la sentencia del Tribunal Supremo contra los políticos que encabezaron la revuelta independentista, esa manifestación es la que convoca a menos gente, quizá lo que significa es que muchos de ellos ya lo han entendido.

Ninguna de las previsiones que se hicieron cuando comenzaron a entrar en la cárcel los cabecillas del independentismo, donde siguen de forma preventiva, se han cumplido: ni revueltas callejeras permanentes, ni calles incendiadas por huelgas generales, ni nuevas declaraciones de independencia unilaterales. Entraron los Jordis en la cárcel y no ocurrió nada, como ya pudimos apreciar entonces.

Esta Diada de 2019 debería contemplarse como el cierre de la ‘hoja de ruta’, el comienzo del fin. Igual ocurrirá con la sentencia. El Estado de derecho, en España, una vez más, acabará imponiéndose por la lógica aplastante de que, fuera de ese marco de legalidad, solo nos espera el caos, a veces el más trágico caos. Así que ahora, y en adelante, de lo que se trata es de que se vayan cayendo muchas vendas, que se pudran los rencores de quienes los hayan cultivado, dentro y fuera de Cataluña, y que aspiremos a un aterrizaje suave en la normalidad conquistada.

“¡Visca Catalunya!”. Esta vez, el sorprendido fui yo. Es normal; pensamos que son los niños catalanes los que tienen el coco comido con la manipulación histórica de Cataluña y uno se ruboriza cuando eso mismo le sucede a él. La secuencia es bien elocuente: en una tarde cualquiera de sábado, uno de nosotros detuvo el 'zapping' de la sobremesa en la película ‘La familia y uno más’, protagonizada por el gran Alberto Closas, segunda parte de la muy franquista saga de ‘La gran familia’, considerada como uno de los principales exponentes de los valores de la dictadura en esa época de desarrollismo, familias numerosas y valores cristianos. Por algo la declararon ‘película de interés nacional’ cuando se estrenó, en 1962.

Francisco Franco